El cataclismo en Génova hace temblar el fortín gallego del PP


El plácido año sin elecciones a la vista en el que se mecía el PP de Galicia hasta hace una semana ha saltado por los aires. Nunca antes se había percibido tan claro en el partido que Alberto Núñez Feijóo prepara las maletas con rumbo a Madrid. Después de 17 años de hiperliderazgo y cuatro mayorías absolutas al frente de la Xunta, la previsible marcha del presidente gallego deja a los populares sin un sucesor claro y con solvencia electoral demostrada. Feijóo llegó al Gobierno autonómico en 2009 emulando a José María Aznar en una de sus promesas aunque sin cumplirla: aseguró que se marcharía tras dos legislaturas, pero por unas razones u otras fue ampliando el plazo hasta llegar a cuatro. En este tiempo, con el hermetismo y el cálculo de movimientos que le caracterizan, no ha emitido señal alguna sobre quién cree que debe heredar los mandos de su todopoderosa maquinaria de poder.

En la Xunta, alrededor de Feijóo no ha conseguido brillar nadie. Hace menos de un año, un sondeo del diario La Voz de Galicia incluía un dato revelador: más del 70% de los encuestados era incapaz de dar el nombre de un solo miembro de su gobierno que no fuera él. Ni siquiera el de los más veteranos, Alfonso Rueda o Rosa Quintana, pese a que llevan 13 años en sus puestos. El primero de ellos, principal escudero del barón gallego en sus inicios, es el que más suena en la sucesión, aunque su tirón entre el electorado es una incógnita porque nunca ha afrontado una carrera en las urnas sin su padrino político de locomotora.

Si finalmente, al contrario que en 2018, Feijóo atiende al clamor que invade su partido y se postula para relevar a Pablo Casado, no está claro cómo se gestionarán sus consecuencias en Galicia. La Xunta y el PP se han negado en redondo a abordar el asunto en público. La posibilidad de que el presidente gallego compagine durante un tiempo el cargo con la dirección estatal del PP para pilotar la sucesión ya cuenta con el rechazo rotundo de BNG y PSdeG-PSOE. “Galicia no puede estar en modo pausa en función de las ambiciones personales de Feijóo”, afirma sobre la crisis de gobierno que se cierne sobre la Xunta Ana Pontón, líder del BNG y de la oposición. La nacionalista ve “incompatibilidad plena” en la posibilidad de que el presidente gallego compagine su cargo con el despacho de Génova: “Sería utilizar aún más a Galicia para sus intereses”.

En caso de que Feijóo opte por impulsar una presidencia interina en la Xunta, solo dos miembros de su Gobierno podrían asumirla, ya que son los únicos que cumplen el requisito de tener escaño en el Parlamento autonómico. Se trata de los dos vicepresidentes: el ya mencionado Alfonso Rueda y Francisco Conde. El resto de integrantes del Ejecutivo dejaron el acta hace solo cinco meses, un movimiento que Feijóo justificó entonces en la necesidad de que se dedicaran en exclusiva a las tareas de gobierno. Ahora, con Casado hundido, la medida simplifica las opciones de cara a un traspaso de poder. Entre el resto de diputados, el portavoz del grupo parlamentario, Pedro Puy, es merecedor de la confianza del presidente gallego pero carece de experiencia en el Ejecutivo.

Rueda, vicepresidente primero de Presidencia, Justicia y Turismo, es uno de los dos únicos miembros del Ejecutivo gallego que llevan con Feijóo desde 2009. Este funcionario municipal de 53 años, que ocupó diversos cargos en la Administración de Fraga, fue la mano derecha del barón gallego en la feroz oposición al bipartito de PSOE y BNG. Asumió la secretaría general de los populares gallegos durante una década, pero en 2016 Feijóo lo descabalgó de número dos y lo envió a intentar resucitar la formación en la provincia de Pontevedra, donde el PP acababa de perder la Diputación que controlaba desde hacía tres décadas. No logró recuperarla en 2019, pero ha desplegado en los últimos tiempos una intensa actividad orgánica para hacer méritos de cara a las municipales de 2023, señalan fuentes del PP pontevedrés.

Conde, vicepresidente segundo de Economía, Empresa e Innovación, es un cargo muy cercano a Feijóo, aunque tiene un perfil más técnico que político y no ha ocupado puestos orgánicos relevantes. Las miradas, pues, se dirigen a Rueda. Él se ha mostrado esta semana cómodo con la cuestión pero no ha soltado prenda. Ha evitado “hablar de futuribles”: “Hablar de cosas que ni han pasado ni se han planteado a día de hoy no tiene mucho sentido hasta ver cómo se soluciona todo lo demás”. Pese a las insistencia de la prensa y la oposición, nadie en el PP gallego se ha atrevido a romper la disciplina de los tiempos que marca Feijóo y explicar los cambios políticos que se ciernen sobre Galicia.

Pacto de no agresión

Tras la traumática caída de Fraga, Feijóo ha logrado, no sin algún batacazo, levantar un partido en aparente paz gracias a su imbatibilidad electoral. Nadie descarta, sin embargo, que en su ausencia puedan estallar luchas internas de aspirantes que suspiran en silencio desde hace años por recoger su testigo. Entretanto, el único contrapeso llega desde Ourense, con José Manuel Baltar, que ha manifestado su apoyo a Casado y en las primarias de 2018 respaldó a Soraya Saenz de Santamaría. En cuanto llegó a la Xunta, el presidente gallego intentó cercenar su poder y evitar que heredase de su padre José Luis tanto la presidencia de la Diputación como la del partido. Presentó un candidato alternativo al congreso del PP de Ourense de 2010, pero tras una guerra descarnada fue laminado por los Baltar.

Desde aquel estrepitoso fracaso, Feijóo mantiene con el barón ourensano un pacto de no agresión. Tanto es así que aceptó que los populares hiciesen alcalde en Ourense al estrafalario Gonzalo Pérez Jácome, de quien el presidente gallego afirmó antes de las municipales de 2019 que sería “letal” para la ciudad. Los votos del partido independiente de Jácome acabaron siendo cruciales para que Baltar conservase el poder en la Diputación que su familia dirige con mano de hierro desde 1987. Así que, pese a que los socialistas fueron la fuerza más votada, esa que según pregona Feijóo siempre debe gobernar, el PP entregó a Jácome el bastón de mando. Y el barón gallego tuvo que comerse sus palabras.

Mientras Feijóo se deja querer más allá de Pedrafita, los plazos electorales inquietan internamente a los populares gallegos. Aún restan dos años de legislatura autonómica, pero solo falta uno para las municipales, una cita con las urnas que a los herederos de Manuel Fraga le son menos favorables. El PP no tiene en Galicia ni un solo alcalde en las siete ciudades y en 2019 solo logró conservar la Diputación de Ourense y fue por los pelos.

Sin Feijóo como cartel electoral, el futuro de los populares gallegos se complica. En sus últimas citas con las urnas, él ha sido un candidato empeñado en disimular las siglas y la gaviota. Su tirón ha vencido a la recesión económica, al escándalo de su vieja amistad con un narcotraficante y a una pandemia. Ha logrado revalidar sus mayorías absolutas mientras, por ejemplo, los populares perdían en Galicia ante los socialistas las elecciones generales y las municipales. Su posible marcha sume a la formación en la incertidumbre a solo un año de los próximos comicios locales y da alas a la oposición, especialmente al BNG, el partido liderado por la política a la que las encuestas sitúan como la mejor valorada en Galicia. “Yo siempre aposté por despedirlo en las urnas”, responde la nacionalista.


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