Dos años y medio después de la última disputada, el domingo y en otoño se corre la París-Roubaix, el infierno del norte, imposible por la pandemia las dos últimas primaveras, y en el mundillo ciclista se habla del cambio de paisaje, de cómo, en su habitual primavera, los caminos de la Roubaix perseguían campos recién sembrados, y la luz era clara, y en otoño, los maíces están ya tan altos como ellos, y forman una cortina que les cierra el horizonte como las nubes seguras, y en el Carrefour de l’Arbre ya está en marcha la recogida de la remolacha azucarera, y en cómo todos los caminos de pavés que llevan a los campos están destrozados y marcados por las rodera de barro y las remolachas machacadas que dejan los tractores cargados en su marcha, y por la gran cantidad de hierbas que han crecido entre los pedruscos.
Se habla de que quizás llueva, un pronóstico cuyo acierto comprobarán antes las mujeres, que disputarán la primera París-Roubaix femenina de la historia el sábado, lo que convertiría a la reina de las clásicas en un prueba de ciclocross casi, una lucha del hombre contra el barro, y de cómo eso favorecería aún más a los ya muy favoritos, los grandes especialistas en ciclocross y en monumentos llamados Wout van Aert y Mathieu van der Poel, y sus duelos infinitos.
Después del Mundial transparente de Flandes, en el mundo se habla de todo salvo del ciclismo español, inexistente casi siempre en el infierno del norte, y este año en el resto del calendario, o casi. Como mucho, se comenta la última victoria y la caída consiguiente del despistado Alejandro Valverde, quien, en Sicilia, con el brazo ensangrentado, dice: “Es mejor no ganar y no caerse”.
Lo dice uno de 42 años con 130 victorias ya en su contador. Gana tan poco el resto de ciclistas españoles que, en su boca, una afirmación así más parecería una boutade que una muestra de enfado.
Antes del monumento con el que comienza la última gran semana de la temporada, con final el sábado 9 en el Giro de Lombardía, si no inexistente, el ciclismo español ha sido invisible en las grandes ligas. En la temporada que está a punto de terminar, solo 25 corredores han levantado los brazos para sumar, entre todos, 37 victorias, y solo cuatro de ellas en la máxima categoría, el WorldTour. Ni una victoria en las tres grandes por etapas, ni una clásica, ni una semiclásica. Y solo una carrera por etapas en España, la Vuelta a Burgos de Mikel Landa. Un año más, Alejandro Valverde, que en 2022, a los 42 años, disputará su último año, es el primero en el ránking profesional, con tres triunfos, aunque los que más ilusionan son los de los sub 23 Juan Ayuso, con seis victorias, incluido el Giro amateur, y Carlos Rodríguez, segundo en el Tour del Porvenir. En el ránking de la UCI por naciones, España es octava, y entre los 100 primeros corredores, solo hay siete españoles. Valverde, el 20º, es el mejor de un grupo con una edad media de más de 31 años (solo Alex Aranburu y Enric Mas, de 26, no llegan a 30 años entre los españoles del top 100). En los últimos siete años, solo 20 corredores distintos españoles han llegado estar entre los 100 mejores, y en ninguno de los siete años la edad media bajó de los 30 años. La renovación de la última gran generación, la liderada por Alberto Contador, la han llevado a cabo solo ciclistas veteranos.
El panorama de los últimos años, y el de los los que vienen, se presume, ha sido desolador comparado con el esplendor de hace solo una década, con victorias absolutas en Tour, Giro, Vuelta, grandes clásicas, Mundiales…
Técnicos como José Luis Arrieta, del Movistar, lamentan la falta de proyecto de futuro de la federación con los jóvenes, la falta de carreras, la escasa competición en la categoría sub 23, el pecado que se comete al someter a tanta presión a jóvenes de 19 años, como Ayuso, prometiéndoles el papel de líderes del futuro, y escudriñando todos sus movimientos. Organizadores, como Marcos Moral, de la Vuelta a Burgos, manifiestan sus “ganas de llorar” porque el WorldTour se lo come todo, la dificultad de convencer a patrocinadores si no logra que las grandes figuras vayan a su carrera, y pide una gran mesa de diálogo entre equipos, organizadores, corredores y federación. Agentes, como Juan Campos, lamentan la falta de modernización del ciclismo español, de sus equipos profesionales, tan alejados de los modelos belgas, neerlandeses, alemanes, anglosajones o escandinavos, que se abrieron a especialistas de otros campos y no solo acomodan a exciclistas en sus estructuras…
Todo el ciclismo ve el problema y conjetura diagnósticos y recetas, confiesa la complejidad del asunto, la necesidad de una transformación, salir de la dinámica de que la generación espontánea es el único motor de la vida, la que expresa el presidente de la federación española de ciclismo.
“Esto lo que hay. Esto va por ciclos. Y eso pasa en todos los deportes en España, no solo en ciclismo. Pasa en tenis, en baloncesto…”, dice José Luis López Cerrón, quien recuerda tanto los años vacíos de sus primeros años, al principio de los 80 como ciclista profesional, cuando ni siquiera los profesionales se atrevían a participar en el Tour, como los espléndidos de hace nada en los que recibir el premio a nación número uno era lo habitual. “Tenemos carreras, tenemos equipos, tenemos muchos júniors… ¿Por qué no salen tan buenos como los de antes? No sé. No hay ganadores quizás porque han crecido otros países, como Eslovenia, que ahora ganan… Y Bélgica, Francia, Italia… hace no tanto estaban como España está ahora”.
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