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El cómic entroniza a las disidentes



Ante medio centenar de periodistas y cámaras compareció ayer por la mañana en Madrid la legendaria activista y académica Angela Davis (Birmingham, Alabama, 1944). Vestida de negro, con un fular amarillo, su icónica caballera afro, menos desafiante que en los setenta, se acercaba más a una media melena rizada, hoy ya blanca.
La claridad y fuerza de su discurso no han perdido brío, si acaso han cobrado una nueva urgencia ante el resurgir del nacionalismo supremacista en EE UU. “Es importante no reaccionar ante cada declaración que hace Trump para movilizar a sus bases, y no dejarle que maneje la conversación”, advirtió. “La respuesta a Trump viene de las mujeres, desde su toma de posesión la movilización en su contra la han organizado ellas. En el pasado la categoría mujer significaba mujer blanca, y esto quedó rebatido. La respuesta feminista al racismo y al colonialismo es la respuesta”. Autora entre otras obras de La libertad en una batalla constante. Ferguson, Palestina y los cimientos de un movimiento, y de Autobiografía (ambos publicados por Capitán Swing), la conferencia que pronuncia el jueves 25 de octubre, dentro del ciclo Mujeres contra la impunidad, que organizan La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala, lleva por título El feminismo será antirracista o no será, en línea con esa conexión que Davis lleva décadas estudiando y denunciando entre las injusticias raciales, de género y económicas.  
Se han cumplido 50 años desde que Davis se unió a las Panteras Negras en 1968. Al año siguiente, el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, forzó su expulsión del claustro de profesores de la Universidad de California antes de que llegara a impartir la primera clase, y en 1970 Hoover la colocó en la lista de las 10 personas más buscadas por el FBI. Estaba acusada de conspiración tras el ataque a un juzgado en California del adolescente Jonathan Jackson con un arma registrada a nombre de Davis. Pasó casi tres meses escondida y luego cumplió 16 en prisión antes de quedar absuelta de todos los cargos en un juicio histórico.
Miembro del Partido Comunista hasta principios de los años noventa, Davis siempre ha rehuido un excesivo protagonismo, y ha tratado de poner el foco en lo colectivo más que en lo individual. Convertir el feminismo en un movimiento integrador ha sido una de sus grandes luchas.
Cabe pensar que la histórica Davis tiene algo de oráculo o termómetro de la izquierda social a juzgar por el amplio abanico de preguntas a las que ayer respondió. Desde la legalización de la marihuana en Canadá (“el consumo de drogas debe quedar despenalizado, en EE UU la llamada guerra contra la droga fue una guerra contra la población negra”) hasta la abolición del sistema penitenciario (“requeriría una sociedad muy diferente, pero estamos en un punto en el que muchos de los encarcelados se encuentran en prisión por ser inmigrantes ilegales, o por falta de recursos y educación”), pasando por la victoria de Trump (“la mayoría votó en contra, pero ganó gracias al sistema de los colegios electorales, que favorecía la representación de Estados con poca población blanca y que es una herencia directa de la esclavitud”) o la relación entre feminismo y animalismo (“dejé de comer carne en la cárcel no como gesto político, sino porque la que nos daban estaba podrida, pero sí creo que la política de los alimentos es importante”).
Después de 50 años en la brecha, ¿la situación actual la desanima? “No. El racismo hoy vuelve a ser más violento y explícito, pero también hay un fuerte movimiento en la izquierda y una mayor conciencia. Movimientos como el Me Too y Black Lives Matter son resultado del trabajo de varias generaciones. La percepción de la injusticia y la desigualdad es más profunda”, explicó sentada en un sofá, en una breve entrevista tras la rueda de prensa.
Discípula del pensador de la Escuela de Fráncfort Herbert Marcuse, dice que la mejor lección que de él aprendió fue la responsabilidad que tienen los filósofos de cambiar el mundo, de llevar la teoría crítica a un marco más amplio. Y de la política española, aunque recuerda que sus últimas visitas fueron para visitar a Arnaldo Otegi en la cárcel y, el año pasado, a Barcelona para la declaración unilateral de independencia, dice que ha aprendido que es “compleja”. “También son prisioneros políticos los inmigrantes que están en los centros de internamiento”.


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