Rosa Maria Sardà, una de las actrices fundamentales de la escena y la pantalla del país, ha fallecido hoy jueves a los 78 años en Barcelona a causa del cáncer que sufría desde hace años. Increíblemente versátil, reina de la comedia y de la tragedia, capaz de hacer reír a carcajadas o llorar a moco tendido, populista e intelectual, la Sardà (como se la conocía, con el artículo que define a las grandes) ha hecho de todo, en catalán y castellano, teatro (como actriz y directora), cine, televisión, y recientemente había debutado en la literatura con un conmovedor libro de memorias aplaudido por la crítica.Era, además, un personaje por ella misma, de una personalidad arrebatadora que nunca dejaba indiferente. Entrañable y tierna en la distancia corta, capaz de una amistad irreductible y a toda prueba, de lejos podía resultar ácida, sardónica y hasta antipática. Esa actitud pública de bromas, cinismo y desplantes, con el añadido de las gafas oscuras, revestía como una coraza a una mujer extraordinariamente sensible, insegura a veces y de una profundidad que contrastaba con algunos de sus papeles más populares.Era una lectora compulsiva, dotada de una cultura inmensa e interesada en todo. Comprometida socialmente, fiel a sus ideas, hizo siempre profesión de ser de izquierdas y nunca dejó de expresar sus opiniones y convicciones, ya fuera para zurrar a un Gobierno o para defender a un amigo.Probablemente no haya protagonizado una obra que la definiera más en su dualidad, en sus sentimientos y en su ductilidad como actriz que Rosa i María, el espectáculo que le dirigió en 1979 Lluís Pasqual y que consistía en dos partes: en la primera la Sardà campaba a sus anchas cantando y recitando y metiéndose al público en el bolsillo, y la segunda era el monólogo intimista de terrible intensidad de una mujer que padecía cáncer (María, de Ireneusz Irzdynsky). Pasqual, que le dio la alternativa en el Teatre Lliure, la dirigió a menudo en su carrera y era uno de sus grandes amigos, ha recordado esta mañana que habían hablado por teléfono anteayer y ella era consciente de que le quedaba poco, de que se moría, aunque no dejó de bromear como hacía habitualmente. Sardà llevaba tiempo afrontando el cáncer y sometiéndose a terapias experimentales. Siempre decía que no duraría mucho, pero eso se había convertido en un sonsonete habitual y nadie quería creerlo.Luis García Berlanga la consideraba directamente como “la mejor” actriz de todo el país. Ganó dos premios Goya como mejor actriz de reparto, por Sin vergüenza (2002), y ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? (1994), además de otra nominación, en 1999, por La niña de tus ojos. Recibió en 2010 la medalla de oro de la Academia. Tenía tres premios Max (uno de ellos de honor), la Creu de Sant Jordi de la Generalitat (que devolvió en 2017 a raíz de la polémica independentista), premios nacionales y el Terenci Moix, creado en recuerdo del escritor que fue otra de sus grandes amistades.También fue presentadora en tres ocasiones —y con aplausos prácticamente unánimes— de la ceremonia de los premios del cine español, los Goya. Aunque era más conocida por su faceta cómica en la gran pantalla y en la televisión, la carrera de la intérprete acumulaba también una larga trayectoria en el teatro, sobre todo en roles dramáticos, entre enfermas terminales, madres coraje, periodistas comprometidas o activistas en peligro. Debutó como directora teatral en 1989 con Ai carai!, del recientemente desaparecido Josep Maria Benet i Jornet, otro creador al que le unía una gran amistad.A finales del pasado abril, la intérprete concedió una entrevista televisiva a Jordi Évole en la que afirmó: “Yo no estoy en el mejor momento de mi vida porque a los 78 años no se está en el mejor momento de la vida. Y estoy enferma, más o menos. Yo tengo un cáncer, pero no saben dónde y se lo inventan”.En diciembre de 2019, Sardà publicó su autobiografía, Un incidente sin importancia (Planeta), donde recordaba a sus seres más queridos a través de textos íntimos que había ido escribiendo a lo largo de la última década. En una entrevista con EL PAÍS, ese mismo mes, manifestó: “Cuando escribí esto no sabía que estaría condenada a morir de cáncer. Pero el bicho sigue ahí, tengo nuevo tratamiento, pero estoy muy cansada. El año que viene veré qué hago. Igual dejo la medicación y que dure lo que sea, a fin de cuentas tengo 78 años. Lo único que me queda por hacer es morirme”. Y añadió: “Pero como dice la última frase de mi libro, ‘qué complicado es morirse en el primer mundo, y qué caro”. Justo un año antes, en otra charla con este diario, afirmó: “No quiero ninguna esquela en ningún sitio, son algo muy feo”.La web especializada IMDB le atribuye hasta 96 apariciones en la pantalla, desde la serie televisiva Hora once, en 1969, hasta su último papel cinematográfico, en Salir del ropero, de Ángeles Reiné, el año pasado. En medio, hay medio siglo de talento, al principio centrado sobre todo en la televisión y, a partir de los ochenta, también en filmes como El efecto mariposa, Moros y cristianos, Todo sobre mi madre, Anita no pierde el tren, Torrente 2: Misión en Marbella, El embrujo de Shangái o Te doy mis ojos. Trabajó con cineastas como Pedro Almodóvar, Fernando Trueba o Icíar Bollaín y señalaba entre los autores y directores teatrales que más le habían influido a Josep Maria Benet i Jornet, Mario Gas, Terenci Moix, Juan Germán Schroeder o Sergi Schaaff, además de su “amiga” Nuria Espert.Sardà nació en Barcelona en 1941. Su padre era un campesino que emigró a Barcelona y su madre era enfermera. Fue la mayor de cinco hermanos: Santiago, Federico, Xavier y Joan. Su madre enfermó cuando los hijos eran todavía muy pequeños y falleció joven, de ahí que ella se ocupara desde muy pronto de sus hermanos. “Nunca nos soltó de la mano, ni siquiera ahora”, ha dicho en muchas ocasiones Xavier Sardà. “Yo he sido solo hermana. Lo que hice fue el más grande acto de egoísmo, porque la bondad es el paradigma del egoísmo. Yo no me hubiera quedado tranquila dejándolos con mi padre. Pero que nadie olvide que yo también me quedé sin madre”, explicaba en una entrevista en 2018.Durante casi tres décadas estuvo unida a Josep Maria Mainat (con el que tuvo a su único hijo, Pol Mainat), del trío cómico La Trinca —en cuyos espectáculos Sardà también participó— y más tarde exitoso productor de televisión y uno de los fundadores de la productora Gestmusic, responsable de No te rías que es peor, Crónicas marcianas u Operación Triunfo, entre otros. En 2002 se supo que la pareja se había separado y que la ruptura se había producido varios años antes.Gran lectora, la actriz también fue activista en la clandestinidad, durante el franquismo. “Yo era republicana y pensaba que los del Gobierno eran unos hijos de puta y que ese señor era un criminal, un asesino y un dictador. Me hice de un grupo que hacíamos pintadas, íbamos a las manifestaciones y con el PSC teníamos reuniones clandestinas”, aseguró a EL PAÍS en 2018. En los últimos años, fue atacada a menudo por sus opiniones políticas firmes, a favor de la república, reivindicando el socialismo y en contra del independentismo catalán y especialmente de sus líderes.Intérpretes como Antonio Banderas, Javier Cámara o Santiago Segura han compartido en Twitter su homenaje a Sardà, que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha calificado como “historia en mayúsculas de nuestra cultura”, en otro mensaje en la misma red social.Nos deja una de las actrices más queridas y memorables de nuestro país. Rosa María Sardà, historia en mayúsculas de nuestra cultura, ejemplo de sensatez, una mujer luchadora, con fuertes convicciones y gran compromiso social. Te echaremos de menos.
Todo mi cariño para su familia. pic.twitter.com/Q2vHWtkVRb— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) June 11, 2020