Un conocido conspiranoico ultraderechista francés, Rémy Daillet-Wiedemann, está detrás de una organización clandestina que planeaba diversos ataques en territorio francés, entre otros contra el Gobierno de Emmanuel Macron, según la prensa francesa. Daillet, que ya estaba detenido por el secuestro de una niña cuya madre, adepta de las teorías de la conspiración, había perdido la custodia de su hija, ha sido acusado ahora de participar en “proyectos de golpe de Estado y otras acciones violentas”, lo que evidencia la seriedad con que las autoridades se toman sus planes. El caso pone de relieve el alto grado de teorías conspirativas —antivacunas, anti-5G, anti-gobierno en general— en una Francia que ya antes de la pandemia se mostraba muy permeable a un movimiento que ahora está más extendido que nunca.
“La pandemia ha sido probablemente uno de los mayores aceleradores de las teorías de la conspiración”, dice por teléfono Tristan Mendès-France, especialista en estas teorías y docente en la Universidad de París. Según un estudio de la plataforma Conspiracy Watch y la Fundación Jean-Jaurès de diciembre de 2018, cuando nadie imaginaba aún que un virus aterrorizaría al mundo, el nivel de conspiranoia en Francia era elevado: el 21% de los encuestados se mostró permeable a este tipo de teorías.
No se ha hecho otro estudio similar durante la pandemia, pero para Mendès-France no cabe duda de que “este periodo de incertidumbre, miedo y frustraciones ha supuesto una oportunidad histórica para que los perfiles conspiranoicos que hasta entonces estaban en una cierta marginalidad encontraran una mayor audiencia”, sobre todo entre quienes recelan de las vacunas y de las medidas de prevención impuestas por el Gobierno. “Hay una verdadera contaminación conspiranoica hoy que va mucho más allá de la extrema derecha”, advierte.
Rémy Daillet ha sabido sacarle jugo. “Pueblos del mundo, les pido que ayuden a Francia”. Sobre un fondo negro, traje impecable, bigote bien recortado y una mirada firme, Daillet lanzaba en octubre del año pasado, en plena pandemia y a través del canal YouTube, varios mensajes instando a los ciudadanos a “purgar el espíritu de sumisión” y “derrocar” a un Gobierno “genocida”, expulsándolo “manu militari”. “Somos nosotros, señor Macron, los que vamos a ir a por usted, porque ha traicionado a Francia”, amenazó en unos vídeos que alcanzaron cientos de miles de visitas.
Un año más tarde, este hombre de 55 años y padre de siete hijos, antiguo miembro —expulsado— de MoDem, el partido centrista aliado del macronismo, está en una cárcel francesa imputado por “asociación de malhechores de carácter terrorista”. Se le acusa de haber planeado “proyectos de golpes de Estado y otras acciones violentas”, incluido un atentado contra una logia masónica en el este de Francia, según la prensa francesa.
La primera alerta de que lo de Daillet no era mera palabrería surgió en primavera, cuando fue acusado de ser el cerebro de la Operación Lima, una célula de cinco hombres que secuestraron de casa de sus abuelos en la provincia de los Vosgos a Mia, una niña de ocho años, para entregársela a su madre, Lola Montemaggi, otra conspiranoica que había perdido la custodia de su hija. Los secuestradores, que creían estar salvando a la pequeña de una red pederasta, ayudaron a Montemaggi a huir a Suiza, donde fue localizada y detenida.
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La lucha contra presuntos grupos pederastas dirigidos por poderes oscuros es un “caballo de Troya” habitual de los conspiranoicos con el que atraen a grupos más allá de su tradicional espacio en la extrema derecha, advierte Mendès-France. Sobre todo, “contaminan redes de salud alternativa, de bienestar, de yoga”, donde exponen a “nuevas audiencias al discurso conspiranoico”, explica.
Por el caso Mia, Daillet fue extraditado desde Malasia, donde llevaba años instalado y desde donde presuntamente organizó el complot ahora destapado. Porque la Operación Lima no era más que la punta del iceberg del plan de Daillet.
Organización clandestina
El diario Le Parisien, que dice haber tenido acceso al expediente de la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI), el servicio secreto interno francés, revelaba esta semana que sus planes eran bien serios: Daillet habría creado una organización clandestina nacional, “jerarquizada y estructurada en células regionales”, que agrupaba diversas ideologías extremas, incluidos neonazis que planearon atentar contra una logia masónica en Alsacia y lanzar “ráfagas de Kaláshnikov” contra “negros”. Otros objetivos eran antenas de 5G, centros de vacunación y hasta periodistas y personalidades francesas, según la Agencia France Presse. En total, 14 personas han sido imputadas hasta la fecha por este caso.
El proyecto más inquietante de Daillet es la Operación Azur. Tras este nombre en clave se escondería un elaborado plan para tomar el Elíseo mediante un golpe de Estado y hacerse con el control de los “puntos neurálgicos de la capital” como la Asamblea Nacional, el Senado o el Ministerio de Defensa, además de una cadena de televisión o radio para difundir el mensaje de los golpistas, según Le Parisien. La organización estaba dividida en una estructura civil y otra castrense y contaba con al menos 300 integrantes, entre ellos “muchos policías, gendarmes y militares en activo (…) un alcalde, médicos o una abogada de París”, afirma el rotativo, que subraya no obstante que no está claro hasta qué punto todos los identificados estaban dispuestos a pasar a la acción.
Más allá de las diferencias, el asalto al Capitolio y el plan frustrado de Daillet contra el Elíseo son “los mismos síntomas de un mismo problema”, advierte Mendès-France. Porque “el problema de la efervescencia conspiranoica en internet es que el activismo de teclado puede traducirse en actos de violencia, de acoso, en la realidad”. Y desde el 6 de enero, “sabemos que eso es posible”.
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