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El coronavirus no pudo entrar en el último sanatorio amurallado de la lepra

El pequeño pueblo amurallado de Fontilles (Alicante) llegó a estar habitado por 450 enfermos de lepra en los años cincuenta del pasado siglo. Hoy solo queda una docena de antiguos pacientes, como Abilio Segarra, de 78 años, y María García, de 75, que charlan tranquilamente al sol frente a las puertas del hospital. “Se murió mi mujer y dónde iba a estar mejor”, comenta el hombre mientras mira las montañas de alrededor, con el mar que baña Dénia al fondo. Ambos han pasado toda su vida ocultando una enfermedad estigmatizada a pesar de estar curados y de no contagiar. “Si se enteraban, las madres no dejaban a sus hijos jugar con los míos”, interviene la mujer. La infección bacteriana, asociada al hacinamiento y las condiciones insalubres, está erradicada en España. Tan solo se diagnostican 10 o 12 casos al año que tienen cura desde mediados del siglo XX.

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Por eso, la fundación privada Fontilles, referente mundial y titular de una de las últimas leproserías de Europa, ha ido transformando sus instalaciones abiertas en 1909 en el paraje natural alicantino de la Vall de Laguar. Originalmente, acogían a enfermos que antes de llegar vivían en cuevas y lugares recónditos de la comarca. Se necesitaba un lugar apartado, bien aireado, con muchas fuentes de agua. Se le llamó Fontilles. Se erigieron numerosos edificios, pabellones para hombres, para mujeres, para casados, para jesuitas; una iglesia, un bar, una granja e incluso un teatro. Ahora, ese pequeño pueblo es un gran complejo sociosanitario, con un geriátrico, un hospital de rehabilitación para pacientes de postoperatorio, de patologías crónicas o terminales, y además alberga a una docena de antiguos enfermos de lepra, un laboratorio especializado en esta infección bacteriana, y un centro de visitantes.


Mari Carme, (izquierda), viuda de un enfermo, el doctor José Ramón Gómez y Maruja García, antigua enferma de lepra, en el sanatorio de Fontilles.
Mònica Torres

El complejo acoge entre 110 y 125 residentes, entre ancianos y enfermos de grupos de riesgo, con plazas concertadas con la Administración. Sin embargo, la covid-19 no ha logrado entrar en el antiguo sanatorio de Fontilles. Ni un fallecido y ni un contagio entre los residentes, apuntan los profesionales de la fundación en cuanto tienen oportunidad. Presumen de todo el trabajo médico realizado durante la pandemia e inciden en que, además, ya están todos vacunados. Aunque está escondido en las montañas, el sanatorio está cerca de una zona playera muy turística y transitada.

Pamela, una residente inglesa que acudió al centro de Fontilles después de morir su marido y quedarse sola en una población cercana.
Mònica Torres

El coronavirus ha obligado a cambiar la prioridad de Fontilles en su labor internacional. Los cooperantes que trabajan en la India, país en el que se detecta el 70% de los cerca de 230.000 casos anuales de lepra anuales en el mundo, se dedican ahora a paliar los estragos del coronavirus en el país asiático. Vijay Krishnan, representante de la fundación en la India, alerta de que la incidencia real de la covid-19 puede ser “mucho mayor de la que se informa” tanto en contagios como en fallecimientos, como consecuencia de la realización de “pruebas insuficientes” y de la debilidad del sistema nacional de salud.

Esta situación puede provocar un próximo incremento de los casos de las enfermedades desatendidas (lepra, chagas, dengue…), según la denominación de la OMS, asociadas al hacinamiento y a las condiciones de vida insalubres por la pobreza, dice José Manuel Amorós, director general de Fontilles. “Las campañas activas de detección de enfermos se han tenido que parar. Pero ahora lo más perentorio es colaborar para que la pandemia no siga creciendo”, añade.

El antiguo enfermo de lepra Abilio Segarra, en el patio del hospital Ferrís de Fontilles.Mònica Torres

En el sanatorio alicantino alguno bromea atribuyendo la contención de la covid-19 a la muralla de tres metros de altura y tres kilómetros de longitud erigida a mano entre 1923 y 1929 que lo rodea en sus empinadas laderas. Fue una forma de intentar acallar las virulentas protestas de los pueblos vecinos por la apertura de la leprosería auspiciada por el jesuita Carlos Ferrís y el abogado Joaquín Ballester para atajar el grave problema de salud pública detectado a finales del siglo XIX en las comarcas de La Marina y La Safor, explica José Ramón Gómez Echevarría, director médico de Lepra de Fontilles, entidad no lucrativa que se financia con sus actividades, con aportaciones privadas y conciertos con las Administraciones.

Una situación que fue descrita con su estilo minucioso por el escritor alicantino y gran caminante Gabriel Miró en su libro Del vivir (Apuntes de parajes leprosos), de 1903, apunta el médico, que trabajó en la década de los ochenta en Brasil junto al religioso de la teología de la liberación y poeta Pedro Casaldáliga. En Manaos, Fontilles también ha tenido que frenar su programa contra la lepra entre los indígenas amazónicos por las restricciones de la pandemia.

Gómez Echevarría señala que “la lepra afecta a la piel y al sistema nervioso. Es muy poco contagiosa. Se ha de tener un contacto íntimo y continuado con el foco en determinadas situaciones insalubres. Si se tiene buen sistema defensivo no hay ningún problema”. Se transmite sobre todo por el habla, por la tos, por las gotículas que también transmiten el coronavirus, mucho más contagioso, y también por el contacto directo con las lesiones en la piel, esas manchas muy claras que son insensibles al dolor, al calor, uno de los primeros síntomas. El daño en los nervios puede provocar agarrotamiento en las extremidades.

El farmacéutico investigador Pedro Torres dirige el laboratorio de lepra en Fontilles.

Mònica Torres

María y Abilio, cuyo abuelo también padeció la lepra, muestran las deformaciones que han dejado la enfermedad en sus manos. Ella lleva alrededor de 60 años viviendo en el sanatorio. Él entró, salió y volvió a entrar. Trabajaba conduciendo un camión de obra. “Nadie sabía nada y no se notaba nada”, comenta. Junto a ellos se encuentra Mari Carmen, que no enfermó pero su marido sí. Al enviudar se quedó donde ha pasado más de 10 años de su vida. “Llevan tanto tiempo aquí que esta es su casa”, comenta el médico.

Una casa que sigue rodeada por la muralla que en diversos enclaves se ha derruido por el paso del tiempo. Fontilles decidió hace tiempo no restaurarla, pero tampoco tirarla abajo. Yolanda Sanchis, directora de Comunicación de Fontilles, explica así la decisión: “Es un símbolo de lo que representó la estigmatización de la lepra y de lo que no debería volver a pasar”.


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