El coronel golpista Assimi Goïta se convierte en nuevo presidente de Malí


El coronel Assimi Goïta, autor de dos golpes de Estado en menos de un año, ha prestado juramento como nuevo presidente de Malí en una ceremonia celebrada este lunes en el Centro Internacional de Conferencias de Bamako (CICB), tras la cual lanzó un mensaje de mano tendida a la comunidad internacional. “Celebraremos elecciones creíbles, justas y transparentes en los plazos previstos [febrero de 2022]. Quisiera asegurar a las organizaciones regionales y a la comunidad internacional en su conjunto que Malí va a respetar sus compromisos por el interés general de la nación”, dijo tras su investidura. Goïta ha designado al político Choguel Maïga, miembro de un movimiento ciudadano, como primer ministro de la transición.

De esta manera, el discreto y taciturno excomandante de las Fuerzas Especiales malienses Assimi Goïta, de 38 años y con una sólida formación y experiencia militar que ha puesto a prueba sobre el terreno en enfrentamientos con rebeldes y yihadistas en más de una ocasión, se pone al frente de un país en descomposición, golpeado casi a diario por la violencia terrorista, gangrenado por la corrupción y el mal gobierno y desestabilizado por una ola de protestas ciudadanas y sindicales. Casi siempre ataviado con su uniforme militar, braga de cuello caqui y boina verde, y eternamente rodeado por una guardia pretoriana armada hasta los dientes, Goïta era apenas un desconocido hasta el pasado 18 de agosto.

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Fue ese día cuando apareció en la televisión nacional rodeado de otros coroneles como el líder de la junta militar que acababa de tomar el poder tras meses de manifestaciones contra el Gobierno encabezadas por el movimiento civil M5-RFP (Agrupación de Fuerzas Patrióticas). La destitución del entonces presidente, Ibrahim Boubacar Keita (IBK), fue recibida por la mayoría de los ciudadanos con muestras de alivio y alegría. Más allá de las condenas de rigor y consciente de que al proyecto político de Keita se le había acabado el crédito, la comunidad internacional decidió dar una oportunidad a estos jóvenes golpistas con la condición de que la transición no se eternizara y de que al frente del país se situara un civil.

Los militares aceptaron, pero jugaron sus cartas. De todos los civiles posibles sacaron de la chistera al coronel retirado y exministro de Defensa Bah Ndaw, pero se reservaron la vicepresidencia, que recayó en el propio Assimi Goïta, y cuatro ministerios. Sobre el papel, un gobierno civil de transición; en realidad, un Ejecutivo controlado desde dentro por los golpistas. Al mismo tiempo, la sociedad civil que había puesto las protestas y los muertos en las calles para derrocar al régimen de IBK quedaba excluida del reparto de sillas. Tras unos meses de tregua, el poderoso sindicato Unión Nacional de Trabajadores de Malí (UNTM) se sumó al combate con una huelga general e indefinida.

El pasado mayo y con el gobierno bajo asedio, el presidente Ndaw y su primer ministro, Moctar Ouane, se atrevieron a destituir a dos de los ministros miembros de la junta militar. Pero el órdago les salió mal y Goïta respondió con la segunda asonada en menos de un año, lo que el presidente francés Emmanuel Macron definió como “un golpe de Estado dentro de un golpe de Estado”. Tras el preceptivo encierro en la base militar de Kati, verdadero epicentro de la vida política maliense en sustitución del palacio de Koulouba, Ndaw y Ouane fueron liberados unos días más tarde despojados ya de todos sus cargos. Assimi Goïta asumía todo el poder, el Tribunal Constitucional avalaba la maniobra y la calle lo aceptaba con una mezcla de complacencia y resignación.

La comunidad internacional respondió con más retórica que hechos, sin fijar sanciones económicas. La Unión Africana (UA) y la Comisión Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) suspendieron temporalmente a Malí y el Banco Mundial anunció la paralización provisional de su actividad financiera en el país. Sin embargo, el toque de atención más duro vino de Francia, que comunicó la interrupción de todas las operaciones militares conjuntas. Esta decisión, que será reevaluada en los próximos días, pone al ralentí la operación Barkhane, principal punta de lanza contra el yihadismo en el Sahel.

Precisamente la investidura de Goïta coincide con un momento en que la violencia radical e intercomunitaria golpea con más fuerza que nunca en el Sahel. Este fin de semana, la vecina Burkina Faso sufrió el peor ataque terrorista de toda su historia con el asesinato de unos 160 civiles a manos de un grupo armado cerca de Sebba, en la provincia de Yagha, mientras que otros 11 civiles fueron asesinados en el norte de Menaka, en Malí.

Por ello Goïta no dudó en aprovechar su investidura para tranquilizar a sus aliados externos, anunciando que mantenía el calendario de la transición y que Malí respetaría sus compromisos internacionales. Al mismo tiempo, para ganarse el favor de la sociedad civil, ha nombrado como primer ministro de la transición a Choguel Maïga, miembro del M5-RFP.


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