Hay quien dice que el Miyazaki bueno no es Hayao. La frase, seamos sinceros, es una provocación esparcida en las redes sociales. Convengamos que el animador japonés Hayao Miyazaki es un artista mayor, uno de los cineastas más importantes del cambio de siglo y un creador capaz de dar forma a una de las mitologías más plenas de la actualidad. Llamarle artista, de hecho, es poco: Hayao Miyazaki es una de las personalidades que más ha contribuido en los últimos años a moldear la cultura global, y su influencia se puede ver en una gran parte de los productos culturales que consumimos por todo el mundo.
Pero sería injusto no hablar en este periódico de el otro Miyazaki. Hidetaka, de quien se desconoce con certeza su edad real, es el diseñador de videojuegos más influyente de la última década. Y lo es por un juego muy concreto: Dark Souls. Desarrollado en 2011 por la empresa FromSoftware, y muy basado en un juego precedente (Demon Souls, 2009), el juego era sencillamente una maravilla: con un nivel de dificultad endiablado, trasladaba al jugador a un mundo oscuro de fantasía medieval en tercera persona. La historia, contada entre susurros y con tono épico, hablaba de grandes fuerzas invisibles en colisión, de desolación y mundos en ruinas. Un nihilismo que impregnaba desde las texturas a la banda sonora lo envolvía todo. Además, el diseño de niveles y los secretos que escondían los propios escenarios daban toda una lección de arquitectura (virtual). Los jugadores de medio mundo se enamoraron inmediatamente del juego, de su sistema de combate y de las resonancias místicas que acogía.
Por si fuera poco, en el juego se iba perfilando una nueva forma narrativa que solo puede darse en el medio interactivo y que luego otros videojuegos han refinado: los detalles en los escenarios, las descripciones de los objetos, incluso la forma de hablar o combatir de otros personajes iban conformando, como piezas de un puzle, una suerte de historia íntima del juego. Hidetaka Miyazaki siempre ha confesado que, más que juegos o películas, sus mayores influencias a la hora de crear sus obras siempre fueron los clásicos de la literatura.
Un momento de ‘Elden Ring’.
Esa influencia pudo notarse en sus siguientes juegos, como las continuaciones de Dark Souls, Bloodborne (2015, y que cambiaba el entrono medieval por el lúgubre universo lovecraftiano) o Sekiro: Shadows Die Twice (que se zambullía en el imaginario popular samurai). Se trata de los juegos más copiados e influyentes de los últimos años y, con cada nueva entrega, el prestigio de su creador se acrecentaba. El viernes que viene llega al mercado su último juego, pero esta vez la narrativa no correrá a cargo solo del propio Miyazaki, sino que como coguionista figura nada más y nada menos que George R. R. Martin, el creador de la archifamosa serie literaria Juego de Tronos. No sabemos si el escritor estadounidense concluirá su saga más famosa (el quinto tomo, Danza de dragones, se publicó en 2011 y en teoría quedan aún dos volúmenes), pero escarceos con las precuelas de la historia de Poniente aparte, su más reciente trabajo es, precisamente, esta colaboración con Miyazaki que, antes de salir al mercado, ya ha vuelto locos a los jugadores de medio mundo.
Se trata de Elden Ring, un juego que trae de vuelta el oscuro imaginario medieval de FromSoftware, pero que promete enhebrarlo esta vez con una historia madura y unos personajes de fuste surgidos de la pluma de Martin. La tarea no es menor: una de las grandes bazas de la saga Souls era, precisamente, la historia que se escondía entre los restos de sus mundos oníricos y oxidados que, como una tela de araña, iba atrapando al jugador conforme se adentraba en ella. Es decir, maestría literaria aparte, Martin tiene el listón muy alto. Hijo del choque tectónico de estos dos titanes de la cultura contemporánea, Elden Ring se perfila como uno de los acontecimientos del año: será un juego de mundo abierto, que podremos recorrer a lomos de nuestra montura y en el que volveremos a enfrentarnos con las criaturas marca de la casa: dragones orgullosos, gigantes corrompidos, deidades putrefactas que esparcen la destrucción y la tristeza allá por donde pasan. Un mundo que en cierta manera es el reverso del imaginario del otro Miyazaki, Hayao. Decíamos que este año se perfilaba como un punto y aparte para los videojuegos, un año que recogerá la cosecha pospuesta en 2021. En solo una semana se han publicado dos grandes juegos, y vendrán muchos más. 2022 promete.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Contenido exclusivo para suscriptores
Lee sin límites