“Es el edificio más antiguo de los Estados Unidos”, me contaba un guía local al pasar junto a la casa Fairbanks en Dedham, Massachusetts. “Claro que eso no os impresiona a los europeos porque tenéis obras de más de dos mil años y este es solo de 1640”. En realidad, la casa Fairbanks no es el edificio más antiguo del país, pero sí es el edificio de madera más longevo y que aún se mantiene en pie. Su imagen rememora la época del Mayflower y los primeros peregrinos temerosos que se aventuraron por la costa este nortemericana.
Pasear por la campiña de Nueva Inglaterra, especialmente por los condados residenciales del norte y centro de Vermont, es encontrarse en medio de La casa de la pradera, aunque las aventuras televisivas de la familia Ingalls se desarrollasen en Minnesota. Casitas de madera blancas o rojas, porches tranquilos abiertos al césped y cubiertas inclinadas sin más ambición que respetar la tradición vernácula. Además, si se tiene suerte, es posible encontrarse con una de estas tradiciones que moldean la arquitectura popular: una ventana girada unos 45 grados respecto a los ejes de la fachada. Es lo que llaman witch window. La ventana de las brujas. En una historia en la que quizá la arquitectura fue antes que la superstición.
El territorio amenazante y las mujeres aún más amenazantes
Además de ser el punto de llegada de los primeros colonos europeos, o precisamente por ello, Nueva Inglaterra es un lugar lleno de mitos y monstruos. Salem, Sleepy Hollow, la colonia perdida de Roanoke, Blair y la bibliografía completa de Stephen King tienen lugar en los lóbregos y boscosos territorios del noreste de los Estados Unidos. En realidad, los bosques de Maine, New Hampshire o Vermont ni son especialmente amenazadores ni son muy distintos de los del resto del país. Lo que los diferencia es que son la cuna del folclore estadounidense.
Interior de una casa de Burlington, la ciudad más poblada del estado de Vermont (EE.UU.), en el que se ve, al fondo, la ventana antibrujas. |
La explicación es sencilla: cuando la civilización es joven y aún no está completamente estructurada, el folclore sirve como prolongación y sustitutivo de las leyes. Cuando el castigo legal no es suficiente, aparece el miedo al castigo sobrenatural. Pero para que este miedo funcione, debe existir un entorno físico propicio. Por eso, los monstruos siempre nacen en el terreno fronterizo con lo desconocido. Es decir, entre el mapa y el territorio. Y por eso, porque fue el primer territorio cartografiado por ingleses y holandeses, Nueva Inglaterra es el territorio de las brujas.
En un siglo XVII puritano y misógino, es hasta lógico que el epítome del monstruo sea la bruja. Si un labrador se perdía en el bosque, lo había raptado una bruja. Si una caravana se caía por un barranco, la bruja la había desviado. Ten cuidado, ten mucho cuidado. No salgas del pueblo o te devorará la bruja. Y, sobre todo, nunca, jamás, por ningún motivo dejes entrar a una bruja en tu casa.
La fachada lateral de la casa muestra cómo la solución de esta ventana inclinada era, en muchas ocasiones, el único modo de introducir luz en la planta superior sin necesidad de abrir la cubierta.
Si el folclore modela la tradición, también influye decididamente en la arquitectura popular. Según la superstición local, la ventana estrecha e inclinada impide pasar a las brujas que vuelan con sus escobas, lo cual permite mantener esa ventana abierta cuando las demás tienen que estar cerradas. Es decir, que la ventana de bruja es más bien una ventana antibruja.
El descenso de los muertos
Es difícil saber en qué momento surgió esta pequeña leyenda pero lo que sí conocemos con seguridad es que es falsa. No que sea falsa porque las brujas no existen (que también), sino porque las casas en las que aparece son en su mayoría del siglo XIX, cuando habían pasado más de 200 años desde las epidemias brujeriles y los Estados Unidos ya eran un país encaminado a la modernidad. De hecho en la casa Fairbanks no hay rastro de aquellas aperturas inclinadas.
El verdadero origen de la ventana de la bruja no fue el miedo a las brujas ni ninguna supersitición puritana. Aquí es donde entra otra explicación al peculiar hueco de fachada y por la que recibe un segundo nombre: coffin window. La ventana del ataúd.
La cosa es menos siniestra de lo que parece. Resulta que cuando un paisano o paisana fallecía en su cama, y esa cama estaba en su habitación, y esa habitación estaba en la primera planta, no había manera digna de sacar el cadáver de la casa. No era plan de bajar al finado en rigor mortis por una escalera estrecha y, aunque se metiese dentro del ataúd, había demasiadas probabilidades de que se abriese y volcase al intentar atravesar una ventana vertical.
No olvidemos que en esa época, la construcción popular aún no había avanzado lo suficiente como para practicar huecos estrechos horizontales. Así, según esta versión, la ventana inclinada funcionaba como una vía adecuada para que la caja de pino se mantuviese más o menos horizontal y poder bajar al querido tío Jonathan al suelo, aunque fuese desde el exterior y atado a una cuerda.
Y la verdad
Vale, la explicación es divertida pero, sinceramente, también es poco probable. Porque el verdadero origen de la ventana girada de Vermont es mucho más prosaico, pero también mucho más honesto. La ventana girada era mucho más barata, como sucede con el particular tamaño de las españolas.
Durante el XIX, la construcción estadounidense es esencialmente colonizadora; los edificios se levantaban a gran velocidad para poder consolidar los asentamientos. Las casas debían construirse en el menor tiempo posible y debían ser baratas porque eran los propios dueños quienes las ponían en pie. Para conseguir esta construcción de gran velocidad, se desarrolla un sistema —el balloon frame— que consiste esencialmente en una estructura de madera ligera y cuyos elementos fuesen lo más parecidos entre sí para favorecer la rapidez constructiva. Una especie de primera estandarización.
Las ventanas de buhardilla eran caras y las que se abren en la cubierta directamente impensables. Cuando una familia construía su casa, a menudo la única manera de meter luz y ventilación a la planta superior era mediante el pequeño paño que quedaba entre el tejado de planta baja y el de la primera. Un paño contenido entre dos lineas de cubierta. Inclinadas.
Si la obra tenía que ser barata, no podía plantearse una ventana hecha a medida con dos lados inclinados y dos ortogonales. Lo que hacían era comprar una ventana convencional y colocarla girada respecto a la vertical, pero perfectamente paralela a los dos paños de cubierta. Es la misma razón por la que las lamas de madera de esos paños también aparecen a menudo inclinadas. Además, pese a lo peculiar de la geometría, la ventana seguía funcionando sin complicaciones: una guillotina simple y listo. Sencillo y eficaz.
Aunque las ventanas de bruja dejaron de instalarse a mediados del siglo XX, cuando las técnicas constructivas complejas fueron más cotidianas y lo de levantarse uno su propia casa se convirtió en un imposible, aún hay quien pide que le coloquen una ventana girada en su fachada. Son excepciones, claro, y no lo hacen por necesidad sino por algún tipo de homenaje folclórico. Lo que no saben es que, en realidad, están confirmando una verdad tan antigua como la más antigua de las tradiciones: que los aprietos económicos son más poderosos que cualquier superstición.
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