El delicado equilibrio de los hospitales madrileños: la ocupación de camas y UCI todavía no baja


Todo parece casi normal. Pero no lo es. Hay gente en los pasillos y hay quien espera en las salas de espera, sí. Las pantallas suenan con nombres y número de sala a la que ir, sí. Incluso se escucha alguna risa amortiguada por una mascarilla a la salida de una consulta. Pero el esqueleto de este hospital, el Infanta Leonor de Vallecas, soporta una estructura diferente a la de hace siete meses. La covid obligó a ese centro de 361 camas, como al resto en Madrid, a blindarse. A transformarse a contrarreloj para frenar la avalancha de pacientes que llegó. Fue uno de los que más y antes sufrió la primera ola, llegando a ingresar enfermos hasta el doble de su capacidad normal.

La segunda empezó en verano. No los arrasó, pero empezó a apretar: un paciente, otro, otro, tres más. “Lo que en marzo fue un torrente, ahora es lava volcánica”, dice Carlos Bibiano, el jefe de Urgencias. Lenta pero constante. El tamaño y la ubicación de este centro, en la zona con mayor incidencia en Madrid, han vuelto a convertirlo en el de mayor presión respecto a su capacidad. La UCI opera por encima de su capacidad normal. No es marzo ni abril pero hay una diferencia: ya no están cerrados. Conviven con el virus y con el resto de patologías. E intentan no volver a dejarlas atrás.

Madrid se enfrenta desde finales de julio a una segunda ola menos arrolladora pero más constante

Madrid se enfrenta desde finales de julio a una segunda ola menos arrolladora pero más constante que durante el verano goteó sobre médicos y enfermeras exhaustos, vacaciones, enfermos de otras afecciones que regresaban y listas de espera que habían crecido: más de 50.000 operaciones y casi un millón de consultas se perdieron solo durante los dos primeros meses de la crisis. A comienzos de septiembre, con la incidencia por encima de los 500 casos por 1000.000 habitantes, la tendencia de ingresos cambió de forma inequívoca: en cuatro días los ingresados por covid en camas de críticos en hospitales de la Comunidad se multiplican por dos. Por esos días, el Infanta Leonor pasó de tener el 35% de pacientes de covid a tener más del 50%.

La incidencia acumulada de los casos van bajando desde finales del mes pasado, cuando llegó a tener una tasa de 775 (este viernes estaba en 422). Pero la curva de los hospitales, aunque ha superado el pico, no acaba de estabilizarse.

Los centros madrileños tienen 2.873 pacientes hospitalizados de covid este fin de semana, de los que 475 están en las unidades de cuidados intensivos, según los datos diarios que da la Sociedad de Medicina Intensiva de Madrid: una cuarta parte de las plantas de los hospitales ha vuelto a ser ocupada por una sola enfermedad y las UCI médicas operan ya al 107%, de acuerdo con el dato diario que recogen 61 médicos de los hospitales madrileños.

“Ya sabíamos que había muchas probabilidades de volver a esta situación, y en Vallecas, como en otros hospitales, fuimos preparando un plan de escalada, pensamos lo que podía pasar y cómo adaptarnos”, cuenta el jefe del servicio de Urgencias del Infanta Leonor. Lo diseñaron en junio, lo estructuraron en diferentes fases y se basaron en una serie de indicadores, como pacientes que acuden con sospecha de covid, porcentaje de PCR positivas y porcentaje de ingresos respecto a los que llegan, entre otros. Lo que no previeron fue que ocurriese tan pronto: “No en agosto”.

Aquel plan de contingencia les ha permitido ahora “ser muchísimo más dinámicos, sobre todo entre finales de agosto y septiembre, que hubo una presión asistencial importante”. Entonces, el porcentaje de pacientes que iban a urgencias con sospecha de covid era de entre el 60% y el 70% y la positividad de las pruebas que hacían era “muy alta”. Ahora, esa sospecha es del 30% y la positividad bajó al 25%: “En la última semana se acerca más al 15%”. En Madrid, según datos de la Comunidad, la presión en este servicio ha descendido en las últimas semanas. El único objetivo, dice Bibiano, “es cuidar a los vallecanos, que son nuestros pacientes”, y por eso, añade, “relajarse no es una opción”.

La presión en Urgencias ha bajado un 40% en las últimas semanas

Las urgencias, el primer muro de contención del virus una vez que ya ha llegado a los hospitales, es uno de los indicadores de cómo está la situación. “Meseta contenida”, sentencia el especialista. En la puerta que da entrada a su servicio, llegan y se marchan media docena de ambulancias este viernes por la mañana, sin carreras, sin profesionales sudando bajo los equipos de protección por la premura de un enfermo grave, pero también sin pausa. Dentro, sus pasillos ya no están saturados de gente sudando, tosiendo, febril; ya no hay decenas de pacientes, agolpados en cualquier sitio libre, esperando una cama. “Los datos son esperanzadores, pero igual que baja de repente puede volver a subir, y llega el frío. Hay que estar preparados”.

Calma tensa en los grandes hospitales

Ocurre lo mismo en La Paz, que casi triplica el tamaño de este centro vallecano. De 1.256 camas con las que cuenta, 158 están ocupadas en planta por pacientes con el virus. “Tenemos el gimnasio habilitado para covid pendiente de ingreso y hemos llegado a tener 25. Vamos tirando”, resume Guillén del Barrio, enfermero de Urgencias de ese hospital. En el Severo Ochoa, Luis Díaz ha tenido noches “malas” de guardias y noches “más tranquilas” en los últimos días: “Pero en cualquier momento puede estallar de nuevo y habría que sumarle el cansancio físico, el agotamiento emocional y la tensión en la que trabajamos desde hace ocho meses”.

La pandemia les hizo mutar y los obliga aún a hacerlo según va evolucionando. Por cómo funciona, sabemos que a un aumento sostenido de los casos le sigue, dos semanas después, un aumento en las hospitalizaciones. Es lo que ocurre desde el 4 de septiembre en Madrid, cuando se aceleran los ingresos cambia: en cuatro días, quienes necesitan una cama de críticos se multiplican por dos, pasan de 140 ese día a 280 el 8 de septiembre. Es el periodo en el que la incidencia supera los 500 casos por 100.000 habitantes en 14 días. Cuando el Ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso ordena las primeras restricciones de movilidad, el 19 de septiembre, la incidencia está ya por encima de 750. El efecto de la pandemia ya se ha notado en los contagios, en los ingresos y en las camas de críticos, que empiezan a estar cerca de la saturación: ese día las UCI de los hospitales de la Comunidad están al 89% solo de pacientes de covid. 14 días antes estaban al 33%.

Los 30 días más críticos de la historia de las UCI: así se reconvirtieron para sobrevivir al colapso

La incidencia empieza a bajar de forma clara en Madrid a finales de septiembre y el efecto en los ingresos se nota rápido: la capacidad de las camas normales vuelve a estar por debajo del 20% de pacientes covid. Ahora, hospitales como el Infanta Leonor o La Paz están una situación de llano en su curva de ingresos totales. “Una especie de calma complicada porque, aunque es soportable, hay cansancio. No nos está impidiendo seguir con la actividad, pero cada vez hay más problemas. Parece como si lo que se quedó congelado en tierra de nadie durante todo el confinamiento, esté empezando a venir y lo estamos pudiendo sacar adelante pero con dificultad y la gente cansada. Y es difícil mover y desplazar a pacientes de otras patologías cuando tienes el hospital copado por la covid”, cuenta Daniel Bernabéu, radiólogo de ese gran hospital.

Lo que sigue sin descender son las UCI. Ahí la estabilización todavía no ha llegado: después de un par de semanas estables, la pasada notaron un repunte de ocupación, aunque es probable que se estén viendo ahora los ingresos más complicados de las últimas dos semanas de septiembre. El foco vuelve a estar en ellas. En esta crisis, son las que marcan con mayor fuerza el ritmo del hospital.

Las UCI: el puzle

En el Infanta Leonor, a última hora de la tarde del viernes, el puzle diario que suponen esas unidades tuvo que rehacerse. La supervisora de Enfermería de las unidades de recuperación postanestésica avisaba a su equipo de que esa misma noche había que convertir la URPA (la unidad de recuperación postanestésica) en una unidad de cuidados intermedios para pacientes de coronavirus, además de transformar el espacio de Cirugía Mayor Ambulatoria (CMA, para intervenciones quirúrgicas que no requieren hospitalización) en una unidad de Reanimación (para cuidados críticos tras una operación) y que el gimnasio, en una planta diferente a la de los quirófanos, pasaría a ser la unidad de CMA.

Aún con cabos sueltos, la idea de cara a este lunes estaba clara: hacer hueco para poder seguir atendiendo a los enfermos más graves del virus y, a la vez, poder seguir operando. Mientras, ese centro tiene una unidad de cuidados intensivos cerrada que cuenta con 9 camas, y en la que cabrían hasta 14 pacientes, usada en este momento como almacén. Sus facultativos llevan desde abril pidiendo que se abra, pero el hospital, sin luz verde por parte de la Comunidad, no puede hacer nada. La Consejería de Sanidad, a la pregunta de por qué no se habilita esa zona responde: “La segunda UCI del Hospital Infanta Leonor forma parte del plan de ampliación del hospital”.

Esa falta de espacio hace que el encaje diario que necesitan los centros para hacer frente al virus no sea fácil. No lo es para este, pequeño, con ocho puestos de UCI de forma habitual, ni para los de mayor tamaño, como el Gregorio Marañón, con 42 críticos de covid este fin de semana en un espacio que, en febrero, era de 18 puestos. O La Paz, de tamaño similar, que sigue con dos UCI y una unidad de reanimación dedicada exclusivamente a la covid: también 42 graves. El problema de las unidades de críticos no son las propias unidades, sino el desplazamiento de otras áreas y la suspensión de otras actividades (como operaciones y pruebas) que los hospitales se ven obligados a hacer para expandirlas.

El problema de las UCI es el desplazamiento de otras áreas y la suspensión de otras actividades (como operaciones y pruebas) que los hospitales se ven obligados a hacer para expandirlas

Cuando un elevado número de pacientes necesita cuidados críticos, estos espacios necesitan crecer, y ese ensanche no puede ser en cualquier lugar ni de cualquier manera. Atender a uno de estos enfermos precisa una serie de requisitos materiales que en principio solo se acercan a cumplir otros pocos lugares del hospital -quirófanos, las unidades de reanimación y las de recuperación tras la anestesia-, y unos recursos humanos especializados en Medicina Intensiva (médicos y enfermeras) que nunca han sido suficientes.

En la primera ola, los equipos de Anestesiología, la especialidad más afín a intensivos, se empotraron con ellos y despejaron sus unidades para poder sacar adelante a un cúmulo de críticos que llegó a alcanzar los 1.528, para una capacidad original de 500 camas públicas y 141 privadas. Una situación que llevo a algunos de estos servicios a multiplicarse por seis y a ocupar todo aquello que era susceptible de ocuparse, ya fuese un quirófano o un gimnasio. Ellos llamaron a aquello “medicina de guerra” y el jefe de coordinación de todas las UCI de Madrid -un grupo creado el pasado marzo para poder trasladar a los enfermos graves a los hospitales que tenían hueco para atenderlos- lo ilustraba hace unos días así: “Era como intentar apagar un incendio en toda una ciudad con un cubo de agua”.

No querían que volviera a repetirse y por el momento no lo ha hecho. Pero ahora ya no pueden paralizar la actividad rutinaria del hospital —nunca lo hicieron con lo urgente y lo oncológico—, y en la convivencia con el resto de patologías y con miles de operaciones y pruebas pendientes, la situación es delicada. Según la Comunidad, hay 17.529 camas de hospitalización instaladas y 1.111 de UCI, y aseguran tener margen para llegar a 24.735 de agudos y 1.942 de críticos -además de 507 plazas en hoteles medicalizados de las que 70 están ocupadas en este momento-.

El precio de ‘estirar’ la capacidad

La cuestión es el precio de esa “elasticidad”, que fue el nombre que le adjudicó el Gobierno madrileño a los planes que realizaron los hospitales en primavera de cara a una segunda ola que incluyen protocolos como suspender cirugías o derivar profesionales a tratar coronavirus cuando sus especialidades se paralizan.

El precio, dice Míriam Marcos, “ya se está pagando”. Esta enfermera trabaja en el Hospital Virgen de la Torre, a un kilómetro del Infanta Leonor, al que pertenece. No tienen unidad de críticos ni urgencias, solo hospitalización para pacientes mayoritariamente mayores y dependientes: son suyas 92 de las 361 camas que se contabilizan para ambos centros. “Y hemos vuelto a estar prácticamente llenos de covid, apenas hay margen para nada más, se vacía una, se llena una”. Tiene la sensación de que es una situación “sin fin”: “Desgasta, desmotiva, deprime, agota”. También enfada, porque en Madrid, una gran cantidad de médicos lleva desde el principio de la pandemia reclamando que sus condiciones laborales, desgastadas por años de recortes y privatizaciones, mejoren.

El coronavirus obligó a aplazar más de 50.000 operaciones y casi un millón de consultas en los hospitales madrileños entre marzo y abril

La Comunidad reforzó las plantillas hospitalarias con más de 10.000 profesionales, pero la situación en la que se encuentran siguen siendo la misma: guardias interminables, mal pagadas, y una alta inestabilidad que hace que uno de cada dos facultativos madrileños sea temporal. El próximo martes 27 de octubre han vuelto a ser llamados a la huelga por la Asociación de Médicos y Titulados Superiores (Amyts).

Llega el otoño, la gripe, la evolución del virus y la incertidumbre sobre qué ocurrirá con el centro Isabel Zendal, el conocido como hospital de pandemias, que está ya a un 82% de su construcción y que el Gobierno de la Comunidad espera que esté listo antes de que acabe el año sin que aún esté concretado su uso ni de dónde saldrán los profesionales para dotarlo; las últimas medidas para contener el virus —las restricciones por zonas básicas de salud con alta incidencia, la ampliación de los horarios de los bares y la limitación de las reuniones nocturnas— tampoco terminan de convencer a los profesionales.

“La dicotomía entre economía y salud es absurda”, apunta Luis Díaz, urgenciólogo del Severo Ochoa: “Y el mensaje debe ser claro. No estamos como en marzo pero no estamos bien. Madrid no está bien. Nos sostenemos sin más. Una mala semana o la gripe o cualquier cosa imprevista puede hacernos caer”. Los centros y sus profesionales son ahora funambulistas en un alambre que en cualquier momento podría partirse. Tienen cierta holgura para maniobrar, aseguran estar “demasiado arriba” para soportar un embate inesperado. “Equilibrio inestable”, lo llaman.

Fe de errores: una versión inicial de este artículo indicaba que el total de ingresados en los hospitales madrileños asciende a 3.841. La cifra correcta, ya corregida, es 2.873. El cambio no afecta al resto de datos del artículo.

Información sobre el coronavirus

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