Para bien o para mal, el sábado asistiremos a una final única que posiblemente no volvamos a ver jamás. Poco a poco el miedo a perder ante el vecino se va transformando en ilusión por un nuevo título.
La verdad es que la cuenta atrás ha comenzado. Después de analizar todo lo analizable, y algo más, el balón echará a rodar en La Cartuja para colocar a cada equipo en su sitio. Hemos gastado mucha tinta y muchos minutos de radio y televisión ponderando la experiencia adquirida por los leones en anteriores finales.
El fútbol, como la vida, es aprendizaje y de cada derrota hay que extraer una lección útil para el futuro. No se pueden comparar momentos, jugadores, entrenadores ni situaciones personales, pero quiero pensar que los rojiblancos no saldrán con ese miedo en el cuerpo que todos leímos en los ojos de Fernando Amorebieta en 2012. Eso no puede volver a pasar y el equipo ha dado muestras de madurez desde entonces.
El sábado se decidirá la final más larga de la historia. Lo hará sin Aduriz, San José, Beñat, Córdoba, Kodro, Larra, Guruzeta, Ganea, Vivian, Garitano, Ferreira e Iribarren. Una final desnaturalizada por la pandemia, pero las cosas vienen como vienen y hay que saber adaptarse. Pase lo que pase, al día siguiente saldrá el sol, aunque muchos, está por ver de qué bando, querrán bajarse del planeta tierra.
Tengo la sensación de que la afición zurigorri tiene más clase en la victoria que la donostiarra, seguramente porque están más acostumbrados. No merece la pena comparar el palmarés de ambos clubes porque luego nos llaman bilbaínos, intentando que suene con un cariz negativo, sin conseguirlo. Es innegable que la Real, después del concurso de acreedores y su paso por Segunda División, ha dado un salto cualitativo con los años.
Sus mejores jugadores (obsérvese Oyarzabal) ya no quieren venir al mejor equipo de Euskadi, quieren crecer con su club y eso es algo que les ha permitido mejorar. Tampoco ficha el equipo rojiblanco en caladeros guipuzcoanos con facilidad y eso les otorga una confianza tan alta que desde el otro lado de la autopista se habla de ‘sorpasso’.
En este punto, y dejando de lado el palmarés, me gustaría recordar a aquellos seguidores de la Real con poca memoria que su eterno rival viene de ganar hace dos meses un título de Supercopa a Real Madrid y Barça. Al otro lado de la A-8 se ha subrayado el potencial técnico de sus jugadores, que lo tienen, no en vano están en posiciones continentales con diez puntos más que el Athletic, pero esta final es aquí y ahora.
Si en un derbi nunca suele valer para nada la clasificación, ni los estados de forma, en una cita como esta, menos aún. Me parece una final muy abierta, al 50 %, pero como soy bilbaíno diré 51-49 para los de Marcelino por aquello de que están más acostumbrados a jugar en los últimos años este tipo de partidos sin red.
Ocurra lo que ocurra, me gustaría ver dos equipos elegantes. Uno en la victoria y otro en la derrota porque a pesar de todo, hay cosas bastante más importantes en la vida que el derbi de todos los derbis
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