EL PAÍS

El ‘descontento del tomate’ aviva las brasas de la protesta social en Marruecos

En Marruecos la carne o los tomates resultan más caros para los pobres. La inflación se disparó el año pasado un 6,6%, de acuerdo con datos oficiales, aunque el Banco Mundial la ha elevado hasta el 8,3%. El alza de precios de los alimentos se situó en el 11%, según las estadísticas de la Alta Comisión de Planificación marroquí, pero la institución de crédito mundial triplica de hecho su impacto, hasta alcanzar el 30% para los más desfavorecidos de la población: la décima parte de las familias que tiene que gastar más de la mitad de sus ingresos en comida para subsistir.

“Las políticas públicas están poniendo en peligro la seguridad alimentaria de la nación”. Emparedado entre retenes de agentes policiales y antidisturbios, Othman Baqa, secretario provincial de Rabat de la Confederación Democrática del Trabajo (CDT, central socialista), explicaba el domingo ante la sede del sindicato en la capital las razones de su protesta. El Ministerio del Interior había prohibido las marchas convocadas por la CDT en las principales ciudades, al amparo de la legislación de emergencia frente a la pandemia todavía en vigor, pese a la ausencia de restricciones.

Concentración de afiliados del sindicato marroquí Confederación Democrática del Trabajo, el domingo en Rabat.JALAL MORCHIDI (EFE)

Baqa acusaba al Gobierno de haber permitido la exportación masiva de frutas y verduras, mientras el precio de los tomates se disparaba desde menos de cuatro dirhams (35 céntimos de euro) el kilo hasta alcanzar los 12 dirhams, y el kilo de ternera casi se duplicaba desde los 60 (5,4 euros) a los 110 dirhams el kilo. “Mientras cierra los ojos ante [los beneficios de] los grandes agricultores e intermediarios, los ciudadanos ven cómo los precios se disparan”, advirtió el dirigente sindical de la CDT en medio de una concentración de unas pocas decenas de afiliados, tolerada de cerca por las fuerzas de seguridad en una calle secundaria del centro de Rabat, al igual que otras que se desarrollaron en Tánger o Casablanca.

El malestar social por la carestía de la vida no ha dejado de crecer. Lo ha constatado la prensa marroquí en los últimos días, con titulares de portada como el del semanario Tel Quel: “Si la escalada de precios era previsible. ¿Por qué no hacen nada?” (sobre un fotomontaje del jefe del Gobierno, Aziz Ajanuch, y sus principales ministros económicos con los brazos cruzados ante la imagen de una cesta de la compra en llamas).

El Gobierno parece haber recibido el mensaje de descontento que llega desde la calle y ha prohibido las exportaciones de vegetales a los países de África Occidental (que pagan en divisas y plantean exigencias sanitarias más laxas que las de la UE) y ha suprimido el IVA y los aranceles aduaneros para la carne de bovino, en su gran mayoría importada. También ha incrementado las subvenciones para la harina y los combustibles. “A pesar de estas medidas, las familias más modestas y vulnerables van a seguir sufriendo los efectos de la inflación”, ha advertido el Banco Mundial, que fija la previsión de crecimiento de la economía en un 3,1% para este año, tras el limitado incremento del PIB de un 1,2% registrado en 2022.

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Tres años de sequía (la más grave en tres décadas), las secuelas de la pandemia y las consecuencias de la guerra de Ucrania y un invierno inusualmente frío que ha retrasado algunas cosechas se han alineado en una tormenta perfecta para desencadenar el alza desbocada de precios de los alimentos en vísperas de la festividad de Ramadán. Los marroquíes acostumbran a tirar la casa por la ventana para romper el ayuno durante el mes sagrado en multitudinarias cenas con familiares y amigos. Con el fuerte encarecimiento de las patatas y las cebollas, del azúcar y el aceite, las celebraciones en las mesas de los más humildes tenderán a ser mucho más frugales.

“El clima general de descontento se encamina hacia una dinámica de contestación social que puede desencadenarse en las próximas semanas”, advierte el politólogo de la Universidad Mohamed V de Rabat Mustafá Sehimi en el portal digital Finances News. Además de los factores antes citados, este analista destaca que “la multiplicación de intermediarios en el sistema de comercialización de alimentos empuja con fuerza [la carestía de productos básicos]”.

Puesto de frutas y verduras en la medina de Rabat.Mohamed Siali (EFE)Viacrucis de intermediarios del campo a la mesa

Desde el campo hasta la mesa, patatas o cebollas atraviesan un complejo recorrido en Marruecos en el que a cada paso se añaden algunos dirhams al precio final:

―El guerraja (concentrador) acude con sus camiones a pie de huerta y compra en metálico, sin declarar ni un céntimo, toda la producción de un agricultor, que generalmente no tiene medios de transporte para vender en los mercados centrales ni está organizado en cooperativas.

―De ahí pasan al almacenista, que cuenta con depósitos y cámaras frigoríficas y es quien puede acaparar las cosechas para especular en la cadena comercial.

―La siguiente etapa es el mandatario del mercado central, que se limita a cargar un 1% o 2% por autorizar la entrada. Recibe la adjudicación del puesto desde el Ministerio del Interior.

―Llega el turno del mayorista, como en cualquier otra plataforma de distribución.

―A continuación entra en acción el chenaqa (estrangulador, literalmente), que interviene en negro para mover la mercancía hasta el detallista, a veces a través de un semimayorista que surte finalmente a comercios y vendedores ambulantes de frutas y verduras.

Este es el viacrucis recorrido también por los tomates, en una detallada descripción publicada en el último número de Tel Quel. Su director, Reda Dalil, refiere en el artículo editorial que el Ejecutivo jura haber enviado “un ejército de supervisores a los mercados para pararles los pies a intermediarios y especuladores”. La prensa marroquí ha informado de la clausura de una decena de almacenes y la confiscación de cerca de 200 toneladas de alimentos acaparados.

Pero Dalil teme que “la devastadora explosión de precios, sin precedentes en la historia del reino, va a generar un traumatismo indeleble”, a causa de la política de laissez faire del Gobierno de Ajanuch, que ahora se limita a “describir la catástrofe una vez que se ha producido, cuando habría sido necesario anticiparse (…). Es demasiado tarde y el mal ya está hecho”.

El Frente Social Marroquí (FSM), integrado por partidos, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil, convocó este martes protestas contra la carestía de los alimentos. La fecha marcaba el aniversario del estallido social del 20 de febrero de 2011, en plena primavera árabe, que en Marruecos desembocó en una reforma constitucional en la que el rey Mohamed VI cedió formalmente parte de sus poderes tras la marea a favor de un cambio político que llegó hasta el Palacio Real desde las calles del país magrebí.

Apenas unas decenas de personas se concentraron a la caída de la tarde contra la carestía de la vida ante la sede del Parlamento en Rabat, rompeolas de todas las protestas en el reino jerifiano, bajo la indiferente mirada de algunas unidades policiales. Jadiya Ryadi, presidenta la de la Asociación Marroquí para los Derechos Humanos (AMDH), recordaba que las autoridades no les habían permitido manifestarse y solo les autorizaron a concentrarse en un día laborable. “Hace ya 12 años que no logramos reunir mucha gente en las protestas, pero hoy solo ha sido el comienzo”, reconocía la responsable de la AMDH, organización que actúa como conciencia crítica de la sociedad marroquí. “El movimiento se ha puesto en marcha, aunque aún no está organizado. El descontento no deja de crecer, a mucha gente ya no le llega para comer”, remachaba, “y la gota [de la inflación] está a punto de desbordar el vaso”.

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