El deseo insatisfecho de formar una familia

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Parece que nos cuesta asumir, desde una posición política más o menos progresista y más o menos feminista, que la bajada de natalidad y el retraso en la edad de tener hijos constituyen un problema. Tiene su lógica: desde posturas que no tienen nada de progresistas ni de feministas, cuando se habla de la bajada de natalidad es para preocuparse de que no nazcan españoles “de pura cepa”; para lamentarse de que el feminismo aleje a las mujeres del que debería ser su objetivo vital o para alarmarse por la sostenibilidad del sistema de financiación de las pensiones.

Ante este argumentario racista, patriarcal y/o economicista, nos toca señalar que los niños son niños que deben ser protegidos y cuidados sean de donde sean ellos o sus padres; que la opción de migrar con seguridad debería ser un derecho humano internacionalmente reconocido; que no vamos a permitir que la maternidad vuelva a ser una imposición para las mujeres, y que hay un montón de formas de diseñar sistemas de pensiones que no pasan por empeorar las condiciones de vida de quienes hoy están cotizando y dar negocio a grandes fondos.

Pero quedarse en esta posición reactiva no sirve de mucho. Necesitamos una agenda propia que se haga cargo del verdadero problema que hay tras la caída de natalidad y que es el deseo no satisfecho de tener hijos y formar una familia. Los jóvenes –y no tan jóvenes– que se enfrentan hoy al paro, la inseguridad vital y la aplastante y probablemente fundada sensación de que si traen hijos al mundo estos seguramente vivan peor que ellos, necesitan algo más. Puede que la familia sea una estructura jerárquica y patriarcal, una fábrica de neurosis y la célula básica del funcionamiento de la sociedad burguesa y el capitalismo. Pero, aun así, las aspiraciones de millones de personas pasan por tener hijos, cuidarlos y formar familias; cada vez más variadas, pero familias todas ellas.

En este escenario, Isabel Díaz Ayuso anuncia ayudas a la natalidad de 500 euros al mes durante más de dos años para madres que ganen menos de 30.000 € al año. Para poner esta cifra en perspectiva conviene recordar que el incremento de la aportación por hijo a cargo para familias pobrísimas que puso en marcha el Gobierno de Pedro Sánchez y fue calificado de histórico por los expertos, supuso 588 euros… ¡al año! (y ha sido sustituido por el ingreso mínimo vital, con sus evidentes problemas de diseño y gestión).

La medida que ha anunciado Ayuso tiene defectos evidentes: es solo para madres menores de 30 años; exige llevar 10 años empadronadas en Madrid, un requisito de evidente tufo racista, y, sobre todo, solo ayuda a las familias futuras y no a las familias existentes, a las que las políticas del PP llevan años dándoles la espalda. Pero si queremos criticar este proyecto como se merece, más nos valdría tener un plan potente de lucha contra la pobreza infantil (que, obviamente, es sinónimo de pobreza familiar) y un proyecto realista para dar un mínimo de seguridad vital a las personas que quieren formar un hogar.

Carolina del Olmo es directora de publicaciones del Círculo de Bellas Artes y autora de ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista (Clave Intelectual, 2013).

Capítulo 5. Familia

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