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El difícil equilibrio de los Gobiernos de gastar a manos llenas, pero sin pasarse

El presidente de EE UU, Joe Biden, junto a la secretaria del Tesoro Janet Yellen.Patrick Semansky / AP

Janet Yellen, la prestigiosísima economista que presidió la Reserva Federal y ahora encabeza el departamento del Tesoro, ha inaugurado su cargo en la Administración Biden con un pronóstico arriesgado: Estados Unidos alcanzará el pleno empleo en 2022, tan solo dos años después de que el coronavirus empujara al país a sus peores cifras de paro desde la Gran Depresión de los años treinta. Para alcanzar este objetivo, solo hace falta un requisito. Pero no es uno pequeño: la aprobación en el Congreso de un plan de estímulo de hasta 1,9 billones de dólares (casi 1,6 billones de euros).

El problema es precisamente ese, el tamaño. Titanes de la ciencia económica discuten estos días sobre el riesgo de pasarse, o de quedarse cortos. Olivier Blanchard, antiguo economista jefe del FMI que no suele alinearse con los devotos del rigor fiscal, acaba de dar la señal de alarma. “Hacer mucho más de lo necesario será dañino. Y creo que este paquete es demasiado grande”, escribió en un muy interesante hilo de Twitter en el que concluía que, de ser ciertos los cálculos que maneja, el Gobierno no estaría solo recalentando la economía, sino “iniciando un fuego”. También Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro y asesor del presidente Obama, alertó de una presión inflacionaria “inédita en esta generación”, y de riesgos sobre la estabilidad financiera. “No, el plan de Biden no es demasiado grande”, les contradice el Nobel Paul Krugman, que echa mano de una metáfora bélica para explicar por qué ahora conviene lanzarse al vacío sin mirar atrás: “Esto es como luchar en una guerra. Y cuando uno va a la guerra, no se plantea cuánto debe gastar para conseguir el pleno empleo. Simplemente gasta lo que necesita para ganar”.

La parábola bélica sirve también para hablar de los efectos colaterales de toda contienda. Y en esta ocasión, los críticos alertan de que la lluvia indiscriminada de millones que planea Biden —que, sumada a los programas lanzados por la Administración Trump en 2020, alcanzaría la colosal cifra de 5,8 billones de dólares, — amenaza con traer dos efectos indeseados: inflación e inestabilidad financiera ligada al descomunal crecimiento de la deuda.

“Las ayudas aprobadas en diciembre y este nuevo programa superan el 13% del PIB. A esto se suma además un 8% de ahorro embalsamado. ¡Son cifras enormes! No es necesario ir tan lejos”, asegura al teléfono desde París Jean Pisani-Ferry, investigador de Bruegel e ideólogo de Macron en su campaña de 2017. María Jesús Fernández, de Funcas, coincide con él. Y alerta de los riesgos de adentrarse en terreno desconocido, como la formación de burbujas que se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan.

Otros expertos detectan peligros exactamente en el lado opuesto. Paul De Grauwe, de la London School of Economics, no ve gran problema en convivir con una inflación moderada unos años. “El verdadero riesgo está en las empresas. Si las ayudas no son suficientes, una oleada de quiebras podría derivar en una auténtica crisis financiera”, alerta. “El riesgo de inflación ahora es mínimo. La política fiscal —bien diseñada, eso sí— debe colaborar para acelerar el crecimiento y alcanzar el pleno empleo. De hecho, cuanto más rápido se crezca y menores sean las secuelas permanentes, menor será el riesgo inflacionista a medio plazo”, añade el economista Ángel Ubide.

El debate trasciende las fronteras estadounidenses. En Europa, la batalla contra la crisis de la pandemia se ha librado en tres frentes: ayudas de los Gobiernos, un ambicioso plan del Banco Central Europeo para contener el coste de la deuda de los países vulnerables y el fondo de 750.000 millones de euros que la Comisión Europea va a emitir como deuda conjunta en un paso sin precedentes que se parece mucho a la génesis de los tan ansiados como denostados eurobonos.

La duda es si todo esto ha sido suficiente. Adam Tooze, autor de Crash: Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo, tiene claro que la respuesta es no. “Pese a toda la encomiable determinación para evitar los errores de 2010, el BCE, los Gobiernos y la Comisión no han hecho lo suficiente para salvar un revés para la economía europea”, escribe en el artículo La fragilidad económica de la larga pandemia de Europa. Tooze, pese a reconocer el “triunfo político” que supuso para los líderes de la UE sacar adelante el fondo de recuperación, alerta de que no es lo suficientemente grande. “Lo que Europa más necesita es un segundo gran empujón fiscal”, concluye. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, ya ha recordado a los Gobiernos que tendrán que mantener sus apoyos más allá de 2021.

Pero el debate en países como España e Italia no gira tanto en torno a las cantidades que deben sacarles del hoyo, sino en la celeridad con que deben llegar los fondos y, sobre todo, en la capacidad de los propios Gobiernos para gastar todo ese dinero rápido y bien.

Con la vista puesta en los 140.000 millones que le corresponden a España, Rafael Doménech, de BBVA Research, cree que el reto empieza ahora. “Es necesario buscar proyectos con elevados multiplicadores que impulsen el crecimiento. Pero para transformar la economía no basta con eso. Lo verdaderamente importante es acompañarlo de un plan ambicioso de reformas que corrija nuestras debilidades crónicas. Eso nos dará mucho más que las ayudas externas por sí solas”. María Jesús Fernández se confiesa “escéptica” en la capacidad de sacar el máximo jugo a los fondos europeos. “Es importante que contribuyan a una transformación estructural. Si no es así, tan solo serán un estímulo temporal que al agotarse dejarán a los países con una montaña de deuda a sus espaldas”, concluye.




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