EL PAÍS

El dilema de Armenia: ni con Rusia ni sin ella

El alcalde de Tegh, David Ghulunts, se debate en su despacho entre la incredulidad y el enfado. Su pueblo es la última localidad de Armenia en la carretera que, a través de Azerbaiyán, llega al enclave armenio de Nagorno-Karabaj, bloqueado desde el pasado 12 de diciembre. Unos 200 habitantes de Tegh —transportistas que llevaban mercancías al otro lado de la frontera, trabajadores de la construcción…— han quedado atrapados por el bloqueo y, desde hace semanas, no pueden regresar a su hogar. “Vamos a ver, los azerbaiyanos dicen que ellos no han bloqueado el corredor de Lachin, que son simples manifestantes, y los rusos dicen que ellos no pueden hacer nada. ¿Entonces quién tiene que hacer algo? Hay un acuerdo entre Rusia, Azerbaiyán y Armenia que estipula que el corredor debe permanecer abierto. Estoy seguro de que, si los rusos quisieran, terminaban con este problema en un día. Pero no hacen nada. No sé por qué”.

Ghulunts no es el único decepcionado con la pasividad de Rusia en este conflicto. Entre muchos armenios se ha extendido la sensación de que la estratégica alianza de su país con Moscú sirve de poco. El propio primer ministro armenio, Nikol Pashinian, criticó el pasado 10 de enero a la fuerza de paz rusa en Nagorno-Karabaj, compuesta de unos 2.000 efectivos militares, por haberse convertido en un “testigo silencioso” del bloqueo del enclave, y, a raíz de ello, decretó la suspensión de unas maniobras militares conjuntas con Rusia y otros países exsoviéticos previstas para este año.

Armenia es miembro de la Comunidad de Estados Independientes, de la Unión Económica Eurasiática y de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), las principales entidades supranacionales dirigidas por Moscú. Rusia, además, mantiene una base con 3.000 efectivos y un aeródromo militar en territorio armenio, además de los soldados desplegados en Karabaj. Pero ni esta presencia militar rusa ni el carnet de la OTSC, que busca ser una especie de OTAN rusa, le han dado demasiadas alegrías a Armenia.

En enero de 2022, cuando la organización mandó tropas a Kazajistán para ayudar al Gobierno a sofocar las protestas, Armenia cumplió religiosamente con el envío de 100 soldados, pese a que no le hacía demasiada gracia a un Ejecutivo como el de Pashinian, nacido de una revuelta callejera contra el autoritarismo y la corrupción. En cambio, en 2020, cuando Azerbaiyán inició una ofensiva para recuperar el Karabaj de manos armenias, la OTSC adujo que se trataba de un conflicto en suelo azerbaiyano y no de un ataque a la soberanía armenia: un argumento legalmente impecable. Menos entendible resultó que, en 2021 y 2022, cuando las ofensivas azerbaiyanas ya se produjeron en territorio armenio y Armenia pidió amparo a sus socios militares, la OTSC se limitase a anunciar el envío de una misión civil de reconocimiento.

Todo esto ha provocado cambios en la opinión pública armenia. Si en 2014, el 63% de los armenios apoyaban que su país mantuviese una relación especial con Rusia, ahora son solo el 17%, mientras que el 45% quieren un equilibrio de relaciones y el 25% prefieren que la balanza se incline a favor de la UE y EEUU. Hay, además, una creciente diferencia generacional: mientras los jóvenes son más favorables a Occidente —especialmente aquellos empleados en el pujante sector tecnológico, que se comunican en inglés y trabajan con clientes de Europa o Norteamérica—, las generaciones que crecieron en la época soviética tienen una mayor querencia por Rusia.

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SuscríbeteEl fin de la hegemonía rusa

Paradójicamente, desde la caída de la URSS, en las calles de Ereván nunca se había escuchado tanto ruso como ahora. Son decenas de miles de ciudadanos rusos —en su mayoría jóvenes de clase media— que se han instalado en la capital armenia escapando de la asfixiante Rusia de Vladímir Putin, tratando de evadir la llamada filas o simplemente como modo de evitar las sanciones occidentales impuestas desde la invasión de Ucrania. Precisamente el pobre rendimiento militar ruso en Ucrania ha socavado la imagen de Rusia en el espacio exsoviético y varias fuentes consultadas por este periódico en Armenia y el Karabaj —cargos gubernamentales, diplomáticos y analistas— coinciden en definir las últimas acciones de Azerbaiyán como un modo de “probar los límites” del poder de Moscú en la región. El oso ruso ya no asusta. O, al menos, no tanto como antaño.

“Uno de los objetivos del bloqueo de Azerbaiyán es desacreditar a la misión de paz rusa. Entienden que con esta situación se incrementará el rechazo de los armenios de Artsaj a Rusia”, opina Serguéi Ghazarian, ministro de Exteriores de la autoproclamada República de Artsaj, como denominan los armenios a Nagorno-Karabaj. Las autoridades del enclave armenio son más pro-rusas que las de Erevan, y siguen viendo a Moscú como su principal protector, por lo que critican que Azerbaiyán se haya negado a poner por escrito el mandato de las fuerzas de paz rusas en la zona: “Así las mantiene en un limbo de incertidumbre y con poco margen de maniobra, no se sabe bien cuáles son sus competencias ni qué tipo de armas pueden utilizar. Eso deja a Azerbaiyán las manos libres”.

Otros, como el experto en seguridad Hrachya Arzumanian, ven en la inacción rusa un plan consciente para forzar al Gobierno de Armenia a hacer concesiones que también interesan a Moscú. En concreto, que acepte el establecimiento de un corredor a través del sur de Armenia que enlazaría Azerbaiyán con su exclave de Najicheván y este con Turquía. Ello permitiría a Rusia tener una vía terrestre para la entrada y salida de mercancías, puesto que, según el pacto alcanzado por los tres países en 2020, el corredor quedaría bajo vigilancia de guardias aduaneros rusos.

Armenia es un pequeño territorio —apenas tiene tres millones de habitantes— en medio de grandes placas tectónicas, un país en el cruce de los ejes turco-azerbaiyano y ruso-iraní. En un momento en que Rusia es cada vez más dependiente de Turquía y Azerbaiyán debido a las sanciones occidentales (en 2022, Turquía se convirtió en el segundo mayor socio comercial de Rusia, solo por detrás de China), lo que provoca que, en ocasiones, sean Ankara y Bakú las que dicten sus términos a Moscú, y no al revés.

Para Armenia no es fácil desligarse de Rusia. “Si Armenia abandonase la OTSC y pidiese la retirada de las tropas rusas, inmediatamente se convertiría en una nación hostil a ojos de Rusia”, escribe el analista político Benyamin Poghosian. “La arquitectura de seguridad de Armenia se ha construido en los últimos siglos sobre la base de la alianza estratégica con Rusia, y eso no se puede cambiar de un día para otro”, sostiene Arzumanian: “Pero estamos ante un momento decisivo en el que tenemos que ir, poco a poco, construyendo nuevas alianzas”.

Un primer paso en esa dirección es el despliegue de observadores europeos en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, que debería servir como elemento disuasorio y para evitar nuevos enfrentamientos. Los primeros equipos se desplegaron entre octubre y diciembre y, ahora, se ha aprobado una nueva misión compuesta por 100 personas que se mantendrá durante dos años. Fuentes diplomáticas explican que el Gobierno de Armenia ha agradecido mucho esta decisión europea, si bien Azerbaiyán y Rusia no la ven con buenos ojos. El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, la ha calificado de “contraproducente” y ha afirmado que “solo traerá mayor competición geopolítica y exacerbará los conflictos”.

Por otro lado, hay quienes no se fían de una UE que, en los últimos años, ha reforzado su cooperación con Azerbaiyán como fuente de energía alternativa a Rusia. “Cuando [la presidenta de la Comisión Europea, Ursula] von der Leyen recibe a [el presidente de Azerbaiyán, Ilham] Aliyev y subraya la importancia de Azerbaiyán para Europa, le está dando luz verde en su política contra los armenios”, denuncia Ghazarian. Armenia, al contrario que Azerbaiyán, carece de hidrocarburos.

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