El dilema de los jóvenes de Líbano: escapar de un país fallido o dar la batalla en las elecciones

El dilema de los jóvenes de Líbano: escapar de un país fallido o dar la batalla en las elecciones


Partidarios de Hezbolá, el martes en un acto electoral en Beirut.WAEL HAMZEH (EFE)

Como en Chile hace un lustro, o en España hace una década. Los movimientos juveniles que han encabezado masivas protestas en Líbano en los últimos años contra un statu quo que los relega esperan capitalizar este domingo en las urnas el descontento frente al sistema de partidos tradicionales. La alternativa es el éxodo hacia países occidentales y del Golfo en busca de un futuro que les niega un Estado fallido. Con una tasa de paro que roza el 48% entre los jóvenes, emprender un proyecto vital parece hoy inviable en Líbano, donde 8 de cada 10 ciudadanos (el doble que hace tres años) viven bajo el umbral de la pobreza y la libra, la moneda local, se ha devaluado más de un 90% desde el inicio de la crisis, en octubre de 2019. “¡Expatriados, enviad fondos a Líbano!”, suplica un cartel en el aeropuerto de Beirut a quienes parten en pos de mejor fortuna.

Verena el Amil, de 26 años, abogada, máster en Derecho Comparado por la Universidad de la Sorbona, no se ha marchado. “Me quedo a dar la batalla por una alternativa al caos. Existe la posibilidad de seguir viviendo en nuestro país”, explica risueña en su casa de Ain Saadet, en las faldas del Monte Líbano, a las afueras de Beirut. Se presenta por esa circunscripción cristiana maronita con el partido Generación del Cambio, dentro de la amplia coalición de fuerzas de oposición Hacia un Estado. “Queremos un país normal: laico y sin política confesional; con igualdad plena entre hombres y mujeres, un Estado de derecho con separación de poderes y con un único estatuto personal de derechos civiles, frente a los 15 actuales para cada comunidad religiosa, algunos de los cuales admiten el matrimonio infantil”, resume su programa.

Como muchos de los cerca de 300 candidatos alternativos, —un 40% de todos los que se presentan a las legislativas—, El Amil se curtió en política como destacada portavoz en los campamentos de la plaza de Los Mártires de Beirut, epicentro de una revuelta juvenil contra el régimen de partidos surgido tras la guerra civil que desangró Líbano entre 1975 y 1990. “Fue como un sueño hecho realidad”, recuerda con añoranza esta joven los días de la Thawra (revolución) de 2020, con ecos del Mayo de 1968 francés. Convertida en aspirante a uno de los 128 escaños del Parlamento, se ha atrevido a dar el paso de intentar transformar las ideas del cambio en normas aplicables.

Más que recetas de reformas graduales, Líbano precisa de un tratamiento de choque para sobrevivir. Ya es un Estado fallido, según declaró el miércoles el relator especial para la Pobreza Severa de Naciones Unidas, Olivier De Schutter, quien responsabiliza de la bancarrota a la élite política y financiera del país del Levante mediterráneo. “La impunidad, la corrupción y la desigualdad han conducido a un sistema político y económico venal”, advierte este experto independiente, designado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. “Los líderes políticos están totalmente desconectados de la realidad de la vida cotidiana desesperada del 80% de la población, donde más de la mitad de las familias reconocen que sus hijos han de saltarse alguna comida al día”. Para más de un millón de refugiados sirios y cientos de miles de exiliados palestinos la situación es aún más insostenible. De Schutter también alerta sobre la “ausencia de mecanismos de protección social” ante el fracaso de servicios públicos como la sanidad o el suministro de electricidad.

Verena el Amil, exdirigente de las protestas juveniles en Beirut y candidata de oposición en las elecciones legislativas de Líbano, en una imagen cedida por su campaña.

Desde un balcón donde se observa la costa de la capital libanesa a 15 kilómetros de distancia y 650 metros sobre el nivel del mar, Verena el Amil, cree que ya ha llegado la hora de saldar cuentas con “el chantaje” que sufren los libaneses, y en particular su generación, a causa del sistema de partidos que se reparte el poder: la presidencia de la nación para un cristiano; el cargo de primer ministro para un musulmán suní, y el de presidente del Parlamento para un musulmán chií. Y que tolera la existencia de “milicias armadas ilegítimamente”, como la proiraní Hezbolá.

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“Todas las mujeres libanesas, de todas las comunidades religiosas, sufrimos la misma discriminación: nosotras no podemos traspasar la nacionalidad a nuestros hijos, los hombres, sí”, remacha la candidata de Generación por el Cambio. “El 4 de agosto de 2020 [fecha de la explosión que devastó el puerto de Beirut] dijimos ‘¡Basta! Ya no podemos seguir así”, concluye una de las más jóvenes aspirantes en los comicios. “La amenaza que nos han impuesto ­—mantener el actual régimen a toda costa so pena de caer en una nueva guerra civil— ya no tiene sentido después de más de 30 años de corrupción y desgobierno”.

Los jóvenes beirutíes visten sus mejores galas mientras pasean, conectados al móvil, con indolencia mediterránea por una metrópolis en decadencia, antaño perla del Mediterráneo resurgida de las cenizas de una contienda fratricida. Mendigos de todas las edades acosan a los conductores bajo una maraña de cables de electricidad tendidos desde estruendosos generadores de gasóleo. Los billetes de curso legal tienen hasta cinco ceros. Australia, Canadá, Alemania, Emiratos Árabes Unidos son ahora los destinos de miles de jóvenes profesionales libaneses para ponerse a flote del naufragio de un Estado fallido. La pandemia y la interminable crisis han puesto fin a las protestas de la Thawra. Ahora quienes ocuparon los improvisados campamentos y barricadas cuentan con la primera oportunidad de resolver en las urnas el dilema entre permanecer en Líbano o escapar sin mirar atrás.

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