El dilema de quedarse en WhatsApp: ¿a qué renuncias para hablar con la gente que te importa?

Diego Mir

Los cambios en WhatsApp se producen de forma lenta y soterrada, como movimientos telúricos. Se ensayan en silencio, se gestan durante meses sin hacer mucho ruido. Pero de vez en cuando emergen a la superficie noticias que forman pequeños terremotos. El más intenso sacudió nuestras pantallas en enero de 2021. Fue entonces cuando WhatsApp anunció un cambio en su política de privacidad en virtud del cual compartiría datos con Facebook, su empresa matriz. Lo comunicó con un mensaje que sonaba ambiguo y confuso. Pensó que el usuario medio perpetuaría el hábito más común de internet: asegurar que había leído las condiciones de uso (sin haberlo hecho) y que estaba de acuerdo con ellas. No fue así. Muchos usuarios migraron a sistemas de mensajería como Signal o Telegram. Otros propagaron bulos por sus chats de WhatsApp, exagerando las intenciones de la empresa. La cacofonía hizo incomprensible el mensaje y la compañía se vio obligada a posponer, primero, y matizar, después, su decisión. Los movimientos, sin embargo, continuaron bajo la superficie.

Una protesta en abril de 2018 en el Senado de EE UU con motivo de la comparecencia del consejero delegado de Facebook.

Una verdad incómoda sobre WhatsApp

“Facebook tiene una meta clara: convertirse en una aplicación para todo”, afirma por teléfono Renata Ávila, profesora asociada en Stanford, experta en privacidad y tecnología. Por eso ha intentado ser el nuevo Tinder, el nuevo Twitch, la nueva PlayStation, el nuevo Bizum… Por eso lleva tiempo anunciando que quiere integrar todos sus productos en una sola plataforma, o al menos hacerlos más porosos. Es lo que se denomina interoperabilidad, algo que expertos como Ávila llevan años reclamando para facilitar la entrada de pequeños actores en el mercado y que se pueda, por ejemplo, escribir a un usuario de WhatsApp desde una cuenta de Signal igual que es posible mandar mensajes de texto a otro usuario sin importar su operador. Facebook lo está poniendo finalmente en práctica, pero solo hacia dentro, con empresas de su grupo. Ávila cree que esta práctica acerca a la corporación al modelo chino de Wechat, una aplicación que controla cada aspecto de la vida de sus usuarios. Pero las autoridades en América y (especialmente) en Europa están dando la batalla. En 2014, Facebook compró WhatsApp por 13.470 millones de euros. Durante el proceso de adquisición, para recibir los permisos de la Comisión Europea, aseguró que no era posible integrar los perfiles de usuarios que tuvieran cuenta en WhatsApp y Facebook de forma fiable. Sin embargo, una vez terminada la operación anunció que empezaría a hacerlo. Y por ello, la UE multó en 2017 a Facebook con 110 millones de euros. Desde 2018, el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) impide que Facebook comparta los datos de WhatsApp con sus otras empresas para su propio interés. Se supone, por tanto, que en Europa estamos a salvo en este aspecto.

Otro factor puede disuadir a Facebook de hacer movimientos bruscos en esta área: la concienciación. El público está hoy mucho más sensibilizado sobre temas de privacidad, señala Ávila. Lo que sucedió tras el anuncio de WhatsApp fue un ejemplo. La presión social forzó a Facebook a suavizar su mensaje. “Hemos pasado los últimos meses brindando más información sobre nuestra actualización a los usuarios”, subraya un portavoz de WhatsApp. “En ese tiempo, la mayoría de las personas que la han recibido han aceptado la actualización y Whats­App sigue creciendo. Sin embargo, para aquellos que aún no hayan tenido la oportunidad de hacerlo, queremos aclarar que sus cuentas no se eliminarán ni perderán funcionalidad”.

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En resumen: la plataforma hizo un pulso; intentó que se aceptaran unas condiciones, pero, ante la respuesta social, reculó, y ahora WhatsApp se puede seguir usando sin que aceptemos las condiciones que pretendía imponer (aunque muchos usuarios ya las han debido de aceptar).

WhatsApp tiene más usuarios que habitantes hay en China, 2.000 millones de personas. Pero se encuentra con el reto de cómo hacer dinero con, por ejemplo, el chat donde la gente comparte memes con sus primos, en el que no hay un muro abierto para anuncios. El plan de acción de Zuckerberg parece consistir en atraer a la mayor cantidad de usuarios posibles. Después invita a las empresas a que se mezclen con ellos. “Sucedió con Facebook y sucederá con WhatsApp”, vaticina Diego Naranjo, asesor político del laboratorio de ideas European Digital Rights.

Gente mirando el móvil en un vagón del metro de Madrid, este jueves.
Gente mirando el móvil en un vagón del metro de Madrid, este jueves.DAVID EXPOSITO

El segundo terremoto se produjo a principios de junio. El epicentro fue el evento anual de desarrolladores de WhatsApp. Ajit Varma, responsable de Soluciones de Negocio, confirmó lo que muchos insinuaban hacía meses: la aplicación de mensajería pretende convertirse en una plataforma de atención al cliente. “La idea es que si compras una camiseta a través de Facebook aparezca un enlace a un chat de WhatsApp con el vendedor”, explica Naranjo. La aplicación ya revolucionó hace 10 años la forma en la que nos comunicamos entre nosotros. Ahora quiere cambiar la forma en la que nos comunicamos con las empresas.

En Facebook compartimos lo que queremos que sepa el mundo (y que, de paso, llega a los anunciantes). En WhatsApp intercambiamos confidencias y fotos que jamás publicaríamos en abierto. “Es como si las redes sociales fueran la calle, donde se entiende que lo que haces y dices puede ser visto por mucha gente, y las aplicaciones de mensajería fueran tu casa”, explica Naranjo. En WhatsApp, como en casa, valoramos nuestra intimidad. Por eso, en 2016, la aplicación implementó un sistema de cifrado de extremo a extremo, con el que solo el emisario y el receptor del mensaje pueden leer su contenido. Lo que pones en Instagram sería como una postal: una cara muestra la versión idealizada de tu vida; la otra, tus datos. Lo que envías por WhatsApp, por el contrario, es como una carta. El cifrado de extremo a extremo es un pegamento que, se supone, impide que se abra por el camino.

Pero hay información valiosa más allá del contenido del mensaje, en los metadatos: quién habla con quién, cuándo, dónde, desde qué teléfono, matiza Harry Halpin, profesor del Instituto de Tecnología de Massachusetts, director de Nym, una empresa de protección de datos, y autor de Social Semantics: The Search for Meaning on the Web (Semántica social: la búsqueda de significado en la web). Estos metadatos ayudan a crear un perfil bastante preciso del usuario, subraya Halpin, crítico con Zuckerberg: “Casi 3.000 millones de personas usan Facebook y 2.000 millones usan WhatsApp [otros 1.000 millones, Instagram]. Al menos una cuarta parte de la vida humana consciente está bajo vigilancia por su parte. Es inaudito históricamente. Y da poderes inimaginables para intentar monitorear, manipular y controlar”.

Philip Nickel, investigador del Center for Ethics and Technology, aboga por repensar nuestra relación con todo tipo de aplicaciones de mensajería. “Si vehiculas tus relaciones personales en una herramienta de comunicación masiva, la interacción va a ser menos íntima y, desde mi punto de vista, menos real”, apunta. No solo se refiere a la evidente falta de contacto físico: se suele hablar en mensajes cortos y en grupos, hay menos incentivos para preguntar a alguien cómo está, cómo ha ido su día. El problema, concluye, no tiene tanto que ver con la herramienta en sí, sino con el uso que le damos.

Los movimientos sísmicos de Whats­App producen réplicas en otros lugares. En el último año, Signal ha crecido de forma exponencial, aunque la fundación (Signal no tiene ánimo de lucro) no da datos exactos. Para Meredith Whittake, miembro de la Fundación Signal, investigadora en la New York University y codirectora del AI Now Institute, no es que a quien permanece en una red como WhatsApp no le importe la privacidad: “No se trata de una elección libre. Al final estás donde están tus amigos”. El dilema, por tanto, radica en elegir entre proteger tus datos o estar más cerca de la gente que te importa. Eliminar las barreras de la interoperabilidad y hacer que las redes sean compatibles podría hacer que esa dicotomía se diluyera, apuntan varios expertos. No así Whittake. “Es un tanto reduccionista. Quizá se tenía que haber hecho hace mucho tiempo, pero ahora la solución pasa por regular severamente. Y, probablemente, por romper Facebook”.

No parece que esa hipotética partición sea fácil. En junio, un juez federal desestimó la demanda presentada por el Gobierno federal de EE UU y la mayoría de Estados, que acusaban a Facebook de monopolio. Paralelamente, la Comisión Europea y el Reino Unido han iniciado una investigación a la empresa por abuso de su posición en los anuncios clasificados. Los embates legales se amontonan, se suceden los movimientos sísmicos, pero no se abren grietas en el conglomerado empresarial. WhatsApp sigue siendo la aplicación favorita para mandar y recibir mensajes. No porque sea mejor que Telegram ni más respetuosa que Signal. Simple y llanamente, todo el mundo está ahí. Solo un cambio en las condiciones de uso puede hacer tambalear su hegemonía, y es lo que está a punto de suceder. Zuckerberg se enfrenta a un reto enorme en los próximos meses: buscar la rentabilidad de esta mastodóntica red sin espantar a sus usuarios, mucho más concienciados ahora que cuando realizó la misma maniobra con Facebook. Los cambios que realice pueden transformar para siempre internet y la forma en la que compramos… o suponer un estrepitoso fracaso. La diferencia entre una y otra opción depende de una delicada pregunta: ¿a cuánta privacidad estás dispuesto a renunciar para seguir recibiendo memes en el chat de tus primos?

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