El divorcio de Dan Brown, entre acusaciones de infidelidad y demandas millonarias


La broma arrancó en Roma; luego vinieron París, Washington y Florencia; y ahora le ha tocado a España, con Barcelona como gran protagonista, en Origen (Planeta; Columna, en catalán). Esos han sido los escenarios de las hasta la fecha cinco novelas protagonizadas por Robert Langdon, el profesor de simbología de El código da Vinci que creó Dan Brown, el rey del thriller conspirativo, 200 millones de ejemplares vendidos (ocho millones en español), traducido a 56 idiomas, 9,5 millones de euros el año pasado en derechos de autor.

“Las localizaciones son vitales, me funcionan como un personaje y reflejo lo que me emociona como turista”, ratificó ayer Brown, para satisfacción de los touroperadores, en la presentación ayer de su libro en La Pedrera, donde en sus hipnotizantes golfas tiene uno de los protagonistas su despacho.

“Vi la Sagrada Familia y supe que en esas escaleras de caracol debía ubicar un crimen”, ilustró al centenar largo de periodistas nacionales y extranjeros. “Es el templo de la naturaleza, el respeto por lo divino a través de lo orgánico, Dios visto desde la naturaleza; Gaudí es una reverencia a lo orgánico”, definió al arquitecto.

La Casa Milá o el templo expiatorio son algunos de los escenarios de Origen, que arranca en el museo Guggenheim de Bilbao, donde un brillante alumno de Langdon va a hacer público un descubrimiento vital sobre el origen y el destino de la humanidad, pero no podrá completarlo; para que el hallazgo no caiga en manos indeseables, Langdon y la directora del centro huyen, perseguidos por un enemigo atormentado, a Barcelona, donde empezará la típica yincana esotérica de las obras de Brown.

La trama se pasea por algunas de las grandes postales tanto catalanas (Gaudí, Montserrat…), así como el Valle de los Caídos, Sevilla o la Iglesia del Palmar de Troya (“me parecía un buen ejemplo de religión extremista en 2017”). Sobresale una monarquía española con un rey mayor, muy influido por un arzobispo de Madrid muy conservador, y un joven príncipe que se enamorará de la directora del museo, plebeya, claro. Los paralelismos son fáciles en una España que, dibuja, no hizo una Transición tan modélica. “Quería reflejar un país que vive una curiosa simbiosis entre lo antiguo y lo moderno, que tiene por ejemplo el supercomputador Mare Nostrum, de los más potentes del mundo, ¡y en una antigua capilla de una torre de Barcelona! ¡Eso era para un libro mío!”, se sorprende quien dice que se siente, como todo norteamericano, fascinado por la monarquía, “estructura antigua que sobrevive y que, como la Iglesia, está sustentada en seres humanos, con sus miedos, fallos y debilidades”.

Cauto con la tensión entre Cataluña y España (“un momento doloroso que espero solucionen pronto, escribo siempre para crear un diálogo y en tiempos turbulentos es más necesario que nunca escuchar a la gente, compartir sus ideas”), admite que el pulso entre ciencia y religión domina Origen, como en la mayoría de sus obras. “Crecí en una familia muy religiosa, aunque soy agnóstico… Bueno, estoy en construcción: me inclino al ateísmo, pero si veo un cielo estrellado creo que debe existir algo más grande que la especie humana”. Y lo cree en un contexto donde ha detectado que “la Iglesia es irrelevante en la vida de los jóvenes, sólo creen en los milagros los cambios del iPhone 10”.

Brown, que viaja con escolta y admite que lee más ensayo que ficción, entiende que el éxito le viene porque “sumo al thriller el aprendizaje”. ¿Y la atracción por lo esotérico? “No nos gusta el caos, queremos creer que Dios nos creó bajo un plan previsto, por eso en tiempos convulsos de incertidumbre creamos teorías conspirativas para contrarrestar ese caos”. Incómodo con Trump (“no le voté”), cree en su país: “Puede convertirse en un tirano, pero si se fijan no se le está dejando hacer nada”. Igual ya ve una novela…


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