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El estrés postraumático tras la pandemia de covid-19


Algunas personas que se han visto en peligro de muerte por coronavirus en una unidad de cuidados intensivos y han logrado sobrevivir podrían padecer estrés postraumático, un trastorno que hace que quienes han vivido una experiencia negativa intensa formen memorias intrusivas de miedo que periódicamente les provocan pensamientos, pesadillas, nerviosismo exacerbado y estrés ante cualquier situación en que se evoquen o recuerden los estímulos relacionados con el trauma original. No es algo nuevo, pues es el mismo tipo de trastorno que padecen algunos de los veteranos de guerra que vieron morir a sus compañeros en combate o algunas de las mujeres asaltadas o violadas con violencia, pero puede incrementar su prevalencia en todo el planeta debido a la traumática experiencia de enfermar seriamente por coronavirus.

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La psicología clínica no ha dejado de luchar contra el estrés postraumático, pero los tratamientos ensayados no han conseguido una cura efectiva, tan solo alivios temporales que muchas veces acaban en recaídas. Uno de los tratamientos clásicos ha consistido en someter a los afectados a exposiciones prolongadas, reales o imaginadas, a los mismos estímulos que provocan los síntomas, como la pistola amenazante o el lugar del atraco, lo que en experimentos de laboratorio con animales ha mostrado ser efectivo para producir su desaparición. Hoy sabemos que ese procedimiento, llamado de extinción, aunque no borra la memoria traumática, crea en el cerebro nuevas memorias de alivio que se imponen a las indeseables. Pero la experiencia clínica muestra que aproximadamente la mitad de los afectados recae en el trastorno, por lo que la lucha para conseguir borrar del cerebro las memorias traumáticas no cesa.

Un tratamiento especial es el que promueve Field Trip, una clínica psicodélica de Manhattan (Nueva York). A ella acudió Rachel Feltman, la periodista editora ejecutiva de Popular Science, principal revista de divulgación científica en EE UU, a recibir un tratamiento con la droga ketamina (usada como anestésico en cirugía) para combatir el estrés postraumático que años atrás le causó una relación abusiva de pareja y aún le duraba. La ketamina ha sido usada previamente para tratar la depresión con resultados prometedores. Así, una investigación del NIMH (National Institutes of Mental Health, EE UU) observó mejoras en el 75 % de pacientes depresivos tratados con ella, efecto que, sorprendentemente, ya se notó al día siguiente de una simple inyección intravenosa y se prolongó durante una semana en al menos un tercio de los inyectados, superando así lo que a veces requiere años de terapia o medicación tradicionales. Se ha sugerido que la ketamina funciona reactivando receptores para el glutamato, una sustancia neurotransmisora del cerebro inhabilitada en los pacientes con depresión, pero no hay certeza sobre ese modo de acción.

Aproximadamente la mitad de los afectados recae en el trastorno, por lo que la lucha para conseguir borrar del cerebro las memorias traumáticas no cesa

La particular experiencia de Rachel Feltman, tal como ella misma explica, consistió en dos inyecciones de ketamina a la semana durante tres semanas. El viaje psicodélico le produjo percepciones extrañas de quietud, bienestar y aceptación de sí misma, y tres meses después de la última inyección se sentía mejor de su trauma, pero ya no tan bien como unas semanas antes. El efecto, por tanto, era pasajero y Rachel tuvo que volver a sus tratamientos anteriores, como la terapia de conversación y la meditación. La ketamina, no obstante, afirma la propia periodista, le ayudó a sentir que no estaba atrapada, como había sentido, en una especie de “casa embrujada”, sino que ella misma era esa casa. Los recuerdos, horrores y cavilaciones que originaba su estrés postraumático no eran su ex, sino ella misma. Siendo así, podemos suponer que la ketamina, más que borrar sus intrusivas memorias, parecía actuar como la terapia de extinción, creando en su cerebro y su mente nuevos modos, también pasajeros, de sentir la evocación de la experiencia traumática.

Por otro lado, en los experimentos con roedores se ha observado que el mejor momento para tratar de borrar una memoria es, precisamente, cuando está reactivada, es decir, cuando la estamos evocando, cuando recordamos. La metáfora es una olla de comida. Para añadirle o quitarle algo antes de ponerla al fuego hay que abrirla, quitarle la tapa, pues mientras está tapada no se puede modificar su contenido. A las memorias les ocurre algo parecido, si no las abrimos evocándolas, es decir, recordando, no podemos cambiarlas. Cada vez que evocamos una memoria compleja su huella cerebral se debilita y se rehace de nuevo fortaleciéndose e incluso modificando sus contenidos. El proceso se llama reconsolidación de la memoria y necesita que las neuronas implicadas sinteticen nuevas proteínas, por lo que puede impedirse inyectando en el cerebro químicos que impidan esa síntesis. Es decir, químicamente podemos impedir que una memoria, una vez reactivada y así debilitada, vuelva a formarse. Por ejemplo, para que una rata deje de sentir miedo al oír el sonido que tiene asociado a una descarga eléctrica en sus patas, lo que hacemos en el laboratorio es presentarle ese sonido e inmediatamente después administrarle una sustancia amnésica que ya no hace falta que vaya seguida de la descarga, pues al día siguiente, cuando la rata oye el mismo sonido ya no muestra signos de miedo. La memoria reactivada por el sonido es borrada de ese modo, exponiendo directamente a la rata a la situación original que la creó.

Químicamente podemos impedir que una memoria, una vez reactivada y así debilitada, vuelva a formarse

Pero en la clínica con humanos la reactivación de las memorias no se consigue directamente, sometiendo al paciente otra vez a la situación traumática original, sino indirectamente, haciéndole imaginar esa situación o los estímulos relacionados con ella, como el personal sanitario, los tubos y los instrumentos utilizados en la UCI en el caso de los pacientes traumatizados que pasaron una infección grave de coronavirus. De todos los estímulos relacionados con el trauma, el lugar donde se vivió la experiencia resulta especialmente importante, pues las neuronas del hipocampo, una región del cerebro, pueden registrar ese lugar como una memoria espacial de miedo a lo ocurrido, lo que, como decimos, puede impedirse mediante drogas que inhiben la síntesis de las proteínas.

Ahora, para tratar de facilitar el borrado de las memorias indeseables potenciando su relación con el lugar donde se originan, un equipo de neurocientíficos de la universidad de Texas (EE UU) ha invertido el modo tradicional de crear una memoria de miedo en las ratas, pues en vez de presentarle primero un sonido seguido inmediatamente de una descarga eléctrica en sus patas, lo que hacen es presentarle primero la descarga e inmediatamente después el sonido. Esa inversión tiene la ventaja de que el sonido queda prioritariamente asociado al lugar donde la rata lo oye, aunque también, indirectamente, a la descarga que allí mismo recibió anteriormente. Ese lugar se registra entonces en el hipocampo como una memoria de miedo que los investigadores consiguen atenuar inyectándole a la rata el fármaco rapamicina, un inhibidor de la síntesis de proteínas, inmediatamente tras evocarla presentándole de nuevo el sonido.

Más aún, los mismos investigadores han conseguido marcar químicamente las neuronas del hipocampo de la rata que forman esa memoria de miedo, hasta el punto de que, simplemente con activarlas con drogas diseñadas para ello, hacen que la rata sienta miedo, lo que manifiesta quedándose inmóvil, como congelada. Todo un logro de la moderna ingeniería neurocientífica que nos dice que las memorias de miedo pueden estar almacenadas en lugares precisos del cerebro, donde pueden ser modificadas o eliminadas. La labor de los psicólogos clínicos y los neurólogos puede ahora también concatenarse para hallar el mejor modo de activar esas memorias en los pacientes con estrés postraumático e intentar eliminarlas mediante tratamientos amnésicos administrados en el momento en que son evocadas, es decir, cuando la olla está destapada. Incluso memorias viejas y bien establecidas podrían ser susceptibles de atenuación con agentes químicos amnésicos tras una apropiada sesión de reactivación.

Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de ‘Aprender, recordar y olvidar: Claves cerebrales de la memoria y la educación’ (Ariel, 2017).

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