El exilio español vuelve a Veracruz

Alejandro Rodríguez habla con una impecable c castellana, dice pequeño y no chiquito, levantarse y no pararse, piscina y no alberca. Sentado a su lado en el autocar, con la misma guayabera pálida pero sin el bigote de su hermano, a Vicente a se le escapa durante la conversación algún leve seseo.

Tanto acento español, Alejandro lo hace un poco por terquedad.

¿Cómo? Eso sí que no te lo admito. Es por herencia, por linaje…

Los dos hermanos madrileños, de un esplendido humor deportivo a sus 84 y 82 años, llegaron a México en 1942. Escapando del fascismo franquista con sus padres abogados, atravesaron primero el Mediterráneo desde Marsella hasta Orán, tomaron una segunda embarcación hasta Casablanca y de allí al puerto de Veracruz: 40 días metidos un barco de vapor que durante el camino llegó a ser interceptado por un submarino alemán en plena Segunda Guerra Mundial.

Este miércoles, los hermanos Rodríguez, junto con otros 40 supervivientes y familiares del exilio español, se preparaban para volver a Veracruz 80 años después de la llegada del Sinaia, el primero de aquellos barcos de salvamento fletados por el Gobierno republicano. Esta vez, la ruta es por tierra desde la capital mexicana y en bus. No habrá submarinos nazis, pero entre el proverbial tráfico mexicano y las religiosas paradas para ir al baño, serán más de siete horas de viaje con su tortilla de patata, su bocata de jamón y sus canciones de la guerra: Madrid que bien resistes / mamita mía / los bombardeos.

Carmen Hernández no acertaba, dos asientos más atrás, con la palabra española para decir camarones al recordar aquellos cucuruchos gigantes de langostinos con chile que le ofrecían de pequeña en el zócalo de Veracruz. “Mis padres volvieron muchas veces porque aquí se quedaron a vivir mucho refugiados y se sentía como un pedacito de España”. 82 años y casada con un biólogo hijo de refugiados eslavos, siente un gran agradecimiento a México aunque, a la vez, tiene la sensación de que nunca salió del todo de una especie de “gueto de refugiados”.

Desde el final de la guerra hasta el 42, más de 25.000 refugiados fueron acogidos por el Gobierno de Lázaro Cárdenas, heredero y continuador de la revolución mexicana, padre de la reforma agraria y la nacionalización del petróleo. Aunque no todos eran intelectuales, artistas o políticos, la mayoría de sus hijos se educaron en los mismos colegios fundados por exiliados, vivieron en el mismo barrio, alrededor de la mítica calle López, tuvieron los mismos amigos y, en más de un caso, los padres les animaban a que se casaran entre ellos.

Como parte de la efeméride, el jueves, el hijo del presidente mexicano que facilitó la llegada, el también político Cuauhtémoc Cárdenas, encabezó junto con autoridades mexicanas y españolas un homenaje al exilio en un teatro del casco antiguo de Veracruz: “Al contrario de lo que se decía durante el franquismo, no sois la Antiespaña. Sois precisamente lo mejor de España”

Un grupo de refugiasas que llegaron en los primeros barcos, en el Puerto de Veracruz,


Un grupo de refugiasas que llegaron en los primeros barcos, en el Puerto de Veracruz, El País

Después de los actos de homenaje, Piedad Semitiel, 92 años, se emocionaba durante la cena en un restaurante frente al puerto. “México me lo ha dado todo, la libertad, una tierra, una patria y un hogar. Llegar a Veracruz fue como llegar al paraíso”. Su recorrido mexicano es prototípico: fue al colegio Carlos Vives, vivió en la calle López, estudió la carrera (medicina) en la UNAM y se casó con otro refugiado, un joyero catalán que llegó en 1952.

Se conocieron en una campaña de las JSU –el órgano juvenil del Partido Comunista– para recolectar dinero para los presos del franquismo y cuando en los sesenta el presidente Echeverría les ofreció la nacionalidad mexicana, cada uno tomó su decisión: “Mi marido no quiso, pero yo sí”. Ella se considera “hispano-mexicana” y no soporta “que nadie se meta con México”. Un ejemplo es su cena: café con leche y pan dulce. Y que nadie se atreva a criticar esta típica bomba mexicana de cafeína y azúcar antes de irse a dormir.

Ramiro Ruiz, 84 años, también estudió medicina en la UNAM y también fue militante comunista. Antes, en 1938 había llegado a Veracruz en un carguero con refugiados judíos que huían de Europa. Fue de los primeros, antes de las expediciones financiadas por el Gobierno. Durante seis meses vivió en otro barco, un buque anclado en medio de la bahía que su padre había usado durante la guerra para transportar armas a Madrid desde México. Desde allí, vio el 13 de junio del 39 llegar al Sinaia: “No sé cuantas tortillas pudo hacer aquel día mi madre”.

Antes del Sinaia llegó también Víctor Daniel Rivera, 85 años, “en un barco común y corriente, con 100 pasajeros”. En los sesenta estudió arquitectura en la UNAM, donde su maestro fue otro español exiliado, Félix Candela, y recuerda las tardes que el poeta León Felipe se aceraba por casa de sus padres para tomar café: “se sentaba muy callado con su bastón y su sombrero”.

Aída Pérez y Cocha Michavila, arquitecta y bióloga, tienen las dos 80 años, fueron al Colegio Madrid y, desde entonces, aún se juntan una vez al mes para desayunar. También coinciden en que su vida fue “un poco una burbuja”. Hasta que entraron en la universidad. “Ahí nos abrimos a México, nos casamos y ya lo sentimos como propio. Mis papas sí pensaron mucho tiempo en volver a España. Yo no”, dice Michavila.

A pesar de todo, ella no accedió a tomar la nacionalidad mexicana. “Adoro a México pero es en recuerdo a mi padre, que siempre decía que le podían quitar todo, menos la nacionalidad”. Para Isabel Rosique, 92 años, catalana, una de las pocas supervivientes del Sinaia, México es lo que más quiere. México son sus cinco hijos, sus siete nietos y sus cuatro bisnietos.


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