Billie Eilish estaba el sábado pasado subida al escenario del festival californiano Coachella. Ya había tocado el fin de semana anterior, el 16 de abril, así que parecía sentirse tan cómoda como a solas en su dormitorio actuando ante las decenas de miles de personas que seguían su segunda presentación como cabeza de cartel. Así que se puso a saltar al estilo de esos niños que brincan en la cama. Y se dejó llevar tan lejos que… acabó en el suelo. Al levantarse, tranquilizó al respetable: “Oh, me he dado un trompazo serio”, exclamó señalando la estructura cuadrada con la que se tropezó. “No se veía nada… Pero estoy bien. ¡Es que estaba muy oscuro!”.
Eilish, cuya carrera se antoja imparable, protagonizó así uno de los momentos musicales de la cita (que de otro tipo también hubo, como ese vídeo viral de un guardaespaldas de Paris Hilton en apuros). El Coachella regresaba a los terrenos del Empire Polo Club, en la localidad de Indio, tres años después de la última vez. La fiesta, aguada, como tantas otras cosas, por la pandemia, no se celebró en sus ediciones de 2020 y 2021. El lema era “Let’s get back!” (”¡Volvamos!”) y además de Eilish, contó entre sus grandes reclamos con Harry Styles (que se robó el espectáculo en el primer fin de semana sacando del baúl de los recuerdos a la cantante de los novela Shania Twain), y Swedish House Mafia con the Weeknd, que sustituyeron a Kanye West, baja de última hora.
Según la organización, el festival convocó a unas 125.000 personas por día durante los seis días (viernes, sábado y domingo de dos fines de semana consecutivos) en los que se celebra. Son números que suenan a otra época, antes de la entrada del coronavirus en escena, una entrada que afectó a muchos sectores, pero atacó especialmente a la línea de flotación de la industria de la música en directo. De ahí que este Coachella, que echó el cierre en la madrugada de este lunes, se haya vivido, además de como una oportunidad para que decenas de miles de jóvenes renueven su feed de Instagram con fotos con filtro para la puesta de sol, como una prueba de fuego de la vuelta a lo de antes.
Con su aire a fiesta de fin de curso de un colegio de clase alta en el desierto, Coachella marca desde hace años la apertura simbólica de la temporada de las grandes giras. Así que esta vez ha sido escrutado por el sector como un campo de pruebas de cuyo éxito parecía depender el futuro de una industria millonaria. Tras un tímido retorno el año pasado, los conciertos en Estados Unidos, donde las medidas para las reuniones multitudinarias han sido severas, están volviendo ahora con fuerza. Y visto lo visto, la industria del directo tiene motivos para cierto optimismo.
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Si las predicciones de la industria se cumplen, 2022 eclipsará a 2019 como un año récord para la venta de entradas. Para creer esas proyecciones, basta un vistazo a las programaciones de las salas de ciudades como Nueva York o Washington, que presentan cada noche un auténtico festival de música de todos los géneros, como si sus intérpretes estuvieran deseosos de recuperar el tiempo perdido. La pandemia no ha terminado, pero el avance de la vacunación parece haber alentado el retorno a la experiencia comunitaria del concierto.
Algunas giras han sido, con todo, pospuestas o canceladas. Es el caso de la estrella del reggaetón J Balvin, quien lo hizo aludiendo a “algunos desafíos de producción imprevistos” provocados por la pandemia. Otros que se lo han pensado mejor son las leyendas de la clase media del indie Superchunk, que también pospusieron una gira esta semana con este tuit: “Cuando los miembros de la banda son las únicas personas enmascaradas en el lugar, está claro que esta etapa de la pandemia durará un tiempo”.
Además de por su desafío a la covid, este Coachella será recordado por los dúos inesperados y las apariciones improbables. Además del tándem Styles-Twain, el festival ha asistido al nacimiento de estas otras parejas sobre el escenario: Lizzo se sumó al concierto de Styles del segundo fin de semana; el héroe local Kendrick Lamar se subió por sorpresa a las tablas en el recital del también rapero Baby Keem, que además es su primo, Eilish se trajo al líder de la banda de pop punk Paramore, Hayley Williams; y la colombiana Karol G invitó a su fiesta al compatriota J Balvin.
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