Rubén Blades confiesa que uno de los momentos que más atesora en una trayectoria que roza los 50 años fue cuando vio bailando tras bastidores a Miles Davis y Dizzy Gillespie. Las leyendas del jazz se movían por la música de Ojos de perro azul, un tema que el panameño tomó de uno de los primeros cuentos de Gabriel García Márquez. El Nobel colombiano solía recordarle al cantante que era un contador nato de historias. Los Grammy Latino, que se entregan este jueves, se han rendido la noche de este miércoles ante el universo narrativo y musical de uno de los intérpretes más importantes de la región.
“El éxito sabe a dolor, sudor y esperanza. Muchas veces sabe a mierda. La fama es un lugar que se visita. No es un domicilio. Quien no lo entienda sufrirá y perderá su vida”, dijo el homenajeado al recibir el premio a la Persona del Año. Blades utilizó su discurso para agradecer a quien le ha ayudado a llegar adonde está hoy. Recibió el reconocimiento de manos de Joaquín Sabina, quien le confesó su admiración por elevar la música bailable de la salsa “a lo más alto de las bellas artes”. “Gabo me confesó que cambiaría sus Cien años de soledad por Pedro Navaja”, afirmó Sabina.
El panameño, de 73 años, es un viejo conocido de los Grammy Latinos. Participó en la celebración de Joan Manuel Serrat de 2014 y acompañó a Calle 13 en los galardones de 2009. Anoche recibió una de las máximas distinciones de la industria latina. La Academia le da un premio que comenzó a entregarse en 2000 y que lo suma a un exclusivo grupo. Blades se abrió camino a esta selección rompiendo con los convencionalismos de la salsa desde finales de los años 70. Después ensanchó la ruta con una incursión en el jazz y una pluma talentosa para componer. “Rubén, nadie en la música tiene tu obra literaria”, le dijo René Pérez, Residente, de Calle 13, en un texto donde le agradeció todas las influencias.
“Blades es como un beatle de la salsa”, dijo Andrés Calamaro en la alfombra roja del casino Mandalay Bay. El músico argentino interpretó en el homenaje el clásico Paula C. en una noche llena de invitados que arrancó con la versión de Christina Aguilera de Camaelón. “Siembra es el Sgt. Pepper de la salsa”, continuó Calamaro en referencia al icónico álbum firmado junto a Willie Colón en 1978. El disco, de solo siete temas, se convirtió en un éxito que vendió más de tres millones de ejemplares en el mundo. “Cuando lo presentamos por toda Latinoamérica me di cuenta de que tenía razón al usar la crónica urbana como medio de expresión en el género afrocubano. La reacción del público fue increíble”, contó Blades en una larga entrevista dada a la Academia por el homenaje.
La música siempre fue un asunto familiar para Blades, quien creció en la Panamá del dictador Omar Torrijos. Su padre, colombiano, tocaba el bongó y su madre, cubana, era cantante y sabía tocar el piano. Aunque la ciudad sentía el gobierno de hierro de Torrijos, el puerto era un sitio de entrada a las ideas y sonidos de todo el mundo. El artista afirma que lo que más le gustaba era el rock estadounidense, especialmente el doo-wop. La primera vez que supo que podía ser músico fue cuando vio en la televisión al vocalista de los Teenagers, Frankie Lymon. Se imaginó vocalizando con los muchachos de su barrio aquellos sonidos tomados del rhythm and blues.
Fue la dictadura la que lo empujó a huir de su país. “No me veía como abogado en una dictadura”, ha dicho el artista. Llegó sin visa de trabajo a Miami en 1974 y se dio cuenta de que su título universitario no tenía validez. En Florida comenzó la leyenda que, como muchas, inicia con un personaje en el lugar adecuado en el momento correcto.
En busca de trabajo llamó a las puertas de Fania, un sello que iba camino a convertirse en un monopolio para la salsa. Blades lo conocía porque había grabado en Panamá su primer álbum para el sello Alegre. La disquera no le dio empleo como cantante ni escritor, pero sí lo contrató como muchacho de la sala de correos con un sueldo de 125 dólares a la semana. Ray Barreto, el percusionista puertorriqueño que inició Fania, estaba buscando piezas para un grupo nuevo. El nombre llegó a sus oídos. “Le hablaron de mí porque me habían visto cantar en los carnavales”, confesó al crítico Ernesto Lechner. Tras una prueba con dos temas llegó su primer trabajo.
El argentino Diego Torres interpretó anoche El cantante, el famoso tema que Héctor Lavoe hizo suyo en Comedia (1978) y sirvió para mostrar las habilidades de Blades con la pluma. Otro argentino, Vicentico, prestó su voz para otro clásico, Tiburón. “No sabe lo que significa para mí cantarle sus canciones, que encendieron nuestra conciencia hace mucho. Lo seguimos necesitando en esta época que vivimos, maestro”, dijo conmovido el vocalista de Los Fabulosos Cadillacs, un grupo que ya había rendido homenaje a la estrella panameña con Despariciones, una canción que transmite el desasosiego que las dictaduras militares latinoamericanas dejaron en las calles.
El colombiano Carlos Vives, acompañado de Egidio Cuadrado en el acordeón, cantó Decisiones, la canción que abre Buscando América (1984), otro clásico en el que Blades fusionó la salsa con el rock y el jazz. Rozalén, María Toledo y Beatriz Luengo se aproximaron desde el flamenco a otra canción del mismo disco, El padre Antonio y su monaguillo Andrés. “Yo como española pude imaginar Latinoamérica por tu música”, dijo Luengo. “Gracias por poner la música al servicio de cosas importantes”, añadió. El homenajeado también cantó, al final, una emotiva versión de Pedro Navaja.
Blades acumuló en su carrera musical y actoral, que inició con un papel en la obra de West Side Story en 1968, el poder suficiente como para tener un capital político en Panamá. En 1994, el graduado de Harvard, se convirtió en candidato presidencial con una agenda anticorrupción por el movimiento Papa Egoro, que significa Madre Tierra en lengua indígena. Quedó en tercer lugar con 182.000 votos, el 17%. Años después, en 2004, se convertiría en ministro de Turismo en el Gobierno de Omar Torrijos, el hijo del dictador.
La noche dejó un recuerdo de la educación sentimental de Blades sobre América Latina. “Nos enseñó a componer música para los pies y para la cabeza”, afirmó el dominicano Juan Luis Guerra, quien no estuvo presente, pero envió un vídeo. Más íntimo fue el puertorriqueño Farruko, quien cantó Amor y Control, una de las favoritas de su abuelo. Para culminar la noche, el homenajeado dijo que aún le falta todo por hacer. “No le temo al tiempo, solo a la indiferencia”, dijo el poeta en una noche donde Las Vegas se ha puesto a sus pies.
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