Guenadi Dubin, sobreviviente del Holocausto y refugiado huido de Mariupol (Ucrania), el miércoles en Netanya (Israel).

El éxodo de un judío de Mariupol: su madre embarazada huyó del Holocausto y él, de los rusos, 80 años después

Guenadi Dubin, sobreviviente del Holocausto y refugiado huido de Mariupol (Ucrania), el miércoles en Netanya (Israel).
Guenadi Dubin, sobreviviente del Holocausto y refugiado huido de Mariupol (Ucrania), el miércoles en Netanya (Israel).Sara Gómez Armas (EFE)

La mirada de Guenadi Dubin sigue extraviada en los verdes parques de Mariupol, a orillas del mar de Azov. “Era una ciudad europea, llena de vida”, rememora en un hotel de la costa mediterránea israelí ante un auditorio de refugiados ucranios huidos de la guerra. “Hoy todo es gris, ceniza y ruinas. Es una ciudad llena de cadáveres”, relata, mientras el atardecer del miércoles marca el inicio del Día del Recuerdo del Holocausto en el Estado judío. Hace apenas 10 días que Dubin, un profesor de Física de 81 años, aterrizó en el aeropuerto de Tel Aviv, donde le esperaban sus nuevos documentos de identidad israelíes tras una odisea de más de seis semanas a través de un país devastado.

Por segunda vez, el judío Dubin ha tenido que emprender un éxodo para salvar la vida. La primera vez que abandonó Mariupol, ante el avance de las fuerzas nazis, aún se encontraba en el vientre de su madre. Ahora ha logrado escapar bajo las bombas de una ciudad arrasada y cercada por las tropas rusas.

En 1941, sus padres enviaron a sus dos hijos ya nacidos, de seis y dos años, con una de sus abuelas al Cáucaso, antes de ser evacuados a Stalingrado junto con los trabajadores de una fábrica metalúrgica vital para el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Allí nació Guenadi, pero su familia tuvo que volver a huir en 1942, esta vez hacia Siberia, cuando el Ejército alemán lanzó una batalla suicida por el control de la ciudad, hoy llamada Volvogrado. Cuando regresaron a Mariupol, en 1948, supieron que los dos hijos mayores de la familia habían sido asesinados por los nazis, junto con la abuela, por su condición de judíos.

“Ahora me he sentido igual de desvalido que mis padres hace 80 años. Ojalá la guerra termine pronto y nadie tenga que sufrir algo así nunca más…”. La emoción interrumpe de tanto en tanto su relato de víctima reconocida por la Conferencia Claims, organización que procura compensación material para los supervivientes del Holocausto en todo el mundo. Dubin participa en una sesión de evocación del exterminio judío llamada Memoria en el Cuarto de Estar, en la que quienes aún guardan un recuerdo vivo de la Soah dan testimonio de la tragedia ante las generaciones posteriores.

Desde hace más de un decenio, Israel fomenta estos encuentros en un ambiente familiar y cercano para mantener viva la llama del recuerdo del Holocausto de más de seis millones de judíos, 2,7 de ellos en territorio de la extinta Unión Soviética, ante la progresiva desaparición de los últimos supervivientes. Aún viven unos 180.000 en Israel, con una media de edad superior a los 85 años. El año pasado murieron más de 15.000.

Los refugiados ucranios acogidos en el hotel Park del paseo marítimo de Netanya, 30 kilómetros al norte de Tel Aviv, escuchan con recogimiento las palabras de Guenadi Dubin. Muchos se han dirigido hasta este lugar de la costa porque cuenta con miles de habitantes originarios de la URSS, de donde emigraron a Israel cerca de un millón de judíos hace ya tres décadas. Esperan rehacer sus vidas con menos escollos en una ciudad donde se habla ruso con naturalidad por la calle. Más de 25.000 ucranios han solicitado asilo en Israel, según estimaciones recogidas por la prensa hebrea. Dos tercios son judíos o cumplen los requisitos de la Ley del Retorno (al menos un abuelo judío), que otorga derecho de nacionalidad a los oriundos de la diáspora.

“Fui a la escuela en Mariupol, cumplí el servicio militar y estudié en la Universidad hasta convertirme en profesor de Física durante décadas”, detalla el refugiado judío el discurrir de una vida normal. Se casó con la profesora de Matemáticas Valentina, que hoy tiene 72 años. Tuvieron una hija –Tatiana, de 43 años– que también es profesora de enseñanza secundaria. Las dos le han acompañado ahora en un segundo éxodo, cuando su vida ha vuelto a quedar arruinada por la guerra.

Una apacible casa unifamiliar en las afueras

“Hasta el 24 de febrero todo era apacible, razonablemente tranquilo, en una casa unifamiliar en las afueras de Mariupol. Pero todo cambió cuando Rusia invadió Ucrania”, desgrana en su lengua rusa natal las tribulaciones de la escapada ante una audiencia absorta. “Primero vivimos en el sótano de la casa, hasta el 5 de marzo. Básicamente, estábamos esperando la muerte bajo los bombardeos”, admite. Su hija se percató de que los ataques rusos cesaban cada 40 minutos y les animó a aprovechar la oportunidad. No quería irse de su casa, pero ella le convenció para huir en un coche hasta el centro de la ciudad, que parecía más seguro. Cree que así salvaron la vida.

Entonces se produjo el bombardeo del Teatro Dramático de Mariupol, en el que murieron unas 300 personas, según las autoridades locales, en uno de los ataques más mortíferos de la guerra. Cientos de personas usaban el edificio como refugio en la ciudad portuaria sitiada por las fuerzas rusas.

Escaparon de nuevo. “Nos metimos siete en un coche pequeño y llegamos hasta un campamento de desplazados. No teníamos nada. Solo pudimos compartir un pequeño bol de sopa para todos”, describe la penuria de su peripecia.

La familia Dubin se puso entonces en contacto con una ONG que ayuda a evacuar a los judíos de Ucrania. “Nos buscaron un hotel en Zaporiyia. Por primera vez en varias semanas pudimos dormir y comer bien y beber agua potable”, recuerda la primera etapa de su periplo, una vez alejados del frente de combates.

Siguieron una ruta de salida –siempre hacia el oeste–, a través de las ciudades de Dnipro y Vinnytsia, donde fueron acogidos en hostales y casas particulares. El pasado 18 de abril, un vehículo les recogió para trasladarles hasta la frontera con Polonia. “Tuvimos que cruzar a pie, pero mi mujer y yo estábamos agotados”, muestra la muleta con la que aún se ayuda para caminar. “Unos voluntarios nos evacuaron en silla de ruedas”, precisa con agradecimiento. Veinticuatro horas más tarde despegaron desde Varsovia en dirección a Tel Aviv.

El doble éxodo de Guenadi Dubin y su familia ha sido compartido por otros asistentes a la sesión de la Memoria en el Cuarto de Estar en el vetusto hotel Park de Netanya. “Ochenta años después, nosotros también hemos vivido otro éxodo”, interviene Irina Ardashev, una fisioterapeuta que ha huido desde Odesa a los 44 años. “Esta guerra nos ha devuelto la conciencia del Holocausto. Pensábamos que ese dolor no volvería jamás”, asevera con voz entrecortada Yulia Barkov, una profesora de 48 años que escapó de la destrucción de Jarkov. Dubin asiente, impasible, con el aire ausente de quien ha dejado atrás, tal vez para siempre, una apacible vida en Mariupol.

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