El explosivo legado ruso de Merkel

Angela Merkel y Vladimir Putin tras su encuentro en el Kremlin el 20 de agosto.
Angela Merkel y Vladimir Putin tras su encuentro en el Kremlin el 20 de agosto.ALEXANDER ZEMLIANICHENKO / POOL / EFE

Durante sus más de tres lustros como canciller de Alemania, Angela Merkel ha sido una de las dirigentes europeas más pendientes del ascenso de China, interesada política y personalmente en la singular transición económica del gigante asiático. Los dos países han forjado una estrecha relación comercial que Merkel ha logrado preservar a pesar de la creciente tensión entre China y Occidente.

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Pero el legado geoestratégico de Merkel, que en septiembre termina su cuarto y último mandato, no se juzgará por la balanza comercial con China sino por su continuo funambulismo en la relación con Moscú.

Merkel deja a sus sucesores una situación explosiva en el flanco oriental de la UE, con Rusia habiéndose anexionado la península de Crimea, que formaba parte de Ucrania, alimentando una guerra separatista en el este de ese país y amagando con apoderarse de facto de Bielorrusia. La UE ha respondido a las agresiones del Kremlin con sanciones que han hecho mella en la economía rusa pero no han doblegado al presidente, Vladímir Putin. Berlín ha secundado siempre las represalias europeas, pero al mismo tiempo ha mantenido su propia Ostpolitik destinada a no acorralar del todo a Rusia y a ofrecer siempre a Putin alguna vía de escape.

La entente más flagrante ha sido en el terreno energético, donde Alemania no solo no ha reducido su dependencia del gas ruso sino que la ha reforzado con la construcción de un segundo gasoducto a través del Báltico, el Nord Stream 2. El Gobierno de Merkel, una coalición de conservadores y socialistas, ha mantenido su apoyo al proyecto a pesar del rechazo de los socios de la UE, de los actuales países de tránsito del gas ruso, como Ucrania, y de Estados Unidos. Todos ellos temen que los gasoductos del Báltico brinden a Moscú una poderosa arma geoestratégica para chantajear a Alemania o para castigar a los países que ahora necesita para exportar gas al mercado europeo.

En estas últimas semanas de mandato, Merkel está intentando cuadrar el círculo con visitas que suenan a despedida en Moscú y en Kiev. Pero del encuentro con Putin no ha obtenido ninguna garantía de que se mantendrá la llegada de gas ruso a Ucrania más allá de 2024, fecha en la que expira el contrato actual. Y en la capital ucrania, la canciller ha escuchado las peticiones de auxilio para recuperar Crimea y evitar la ruptura del país por el Donbás, pero no ha podido ofrecer más que vagas palabras de apoyo.

Sin duda, el juicio de la historia sobre Merkel tendrá numerosos ángulos, muchos de ellos todavía por calibrar. Pero sus equilibrismos con Moscú dejan una peligrosa sombra tanto sobre su legado como sobre la estabilidad de la Unión Europea.


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