Un hecho inusual en el mundo del fútbol se produjo el pasado domingo en Vallecas. El partido de Segunda entre Rayo y Albacete se suspendió en el descanso al negarse los visitantes a volver al terreno tras los insultos y demás desconsideraciones contra uno de sus jugadores desde el fondo que ocupan normalmente ‘Bukaneros’. A
Roman Zozulya
, el futbolista en cuestión, le gritaron y corearon “puto nazi” en repetidas ocasiones.
Un consejero del club manchego indicó posteriormente respecto a la negativa de no volver al césped para disputar el segundo tiempo que“se trata de una situación muy triste, pero también es un mensaje sin fisuras para el fútbol. Queremos ser una liga diferente y por desgracia es un ejemplo de eso”.
A
Gurpegi
le llamaron yonki en varios campos de España,
Williams
sufrió un episodio racista en Gijón, a
Griezmann
le desearon la muerte en el Wanda, lo de
Aitor
Zabaleta
en el Calderón era vergonzoso y así suma y sigue sin consecuencia directa alguna sobre el partido en cuestión.
El hecho diferencial en el caso Zozulya es que su equipo se negó a seguir jugando, que es lo que deberían haber hecho los otros clubes afectados en su día por episodios racistas, xenófobos o intolerantes. La violencia, sea del signo que sea, no debe tener cabida en el deporte
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