¿El final de la pandemia está a la vista? El optimismo de una vacuna que llegó por Internet


¡Buenas tardes! Hoy quería hablaros de las nuevas vacunas y del éxito que representan, que parece casi ciencia ficción. Estamos todavía en mitad del invierno, pero el verano se vislumbra.

Esta semana celebramos que el final de la pandemia se vislumbra, gracias a dos vacunas que se están demostrando eficaces. Europa y EE UU darán luz verde a las vacunas de Pfizer y Moderna quizás antes de final de año, siguiendo al Reino Unido, que podría empezar a administrar la primera en cuestión de días.

Las vacunas han sido siempre la mejor estrategia de salida de la crisis, pero su éxito no estaba garantizado y nadie las esperaba tan pronto. Su desarrollo ha tenido tintes futuristas: un grupo de investigadores chinos subió a Internet el genoma de un patógeno recién aparecido, haciendo posible que científicos de otro continente, sin tener el virus en sus probetas, diseñaran una vacuna eficaz.

Es difícil exagerar la velocidad del proceso. El 5 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud mandó una breve nota para informar sobre una “neumonía de causa desconocida”. Ese mismo día el profesor Zhang Yongzhen y su equipo, de la Universidad Fudan de Shanghái, mapearon el genoma del nuevo virus: “Nos llevó menos de 40 horas. Fue muy, muy rápido”, explicó a la revista Time. Recuerda que se asustó solo de mirar la secuencia: “Era muy similar al SARS, probablemente al 80%. Muy peligroso”.

A los pocos días, en la mañana del 11 de enero, un colega de la Universidad de Sidney pidió permiso al doctor Zhang para hacer público el genoma del virus. Dudó un minuto y luego respondió afirmativamente. Unas 48 horas después, un equipo de Moderna y el NIH (National Institutes of Health) estadounidense tenían el principio de una vacuna. A partir de la secuencia china, el organismo estadounidense identificó una proteína que podía servir de diana, la compartió con Moderna en un archivo Word y la compañía farmacéutica diseñó por ordenador la vacuna de RNA mensajero o, al menos, una versión potencial, en cuestión de minutos.

Las dos vacunas que están a punto de aprobarse usan una nueva tecnología que prometía velocidad. Las vacunas de ARN evitan la etapa del cultivo de las tradicionales, que es un proceso artesanal de prueba y error. Pero lo más llamativo de este método nuevo es que se diseñan en silicio, o por ordenador. Moderna no necesitó ni una molécula de virus en sus laboratorios. Sus científicos solo tuvieron que descargarse los planos del patógeno, su genoma, que el equipo chino había alojado en este servidor. Un archivo de código binario que codificaba la secuencia genómica que codifica al virus. Una secuencia que puede escribirse con lápiz y que creo empieza así: ATGGAGA.

Lo positivo: ciencia contra epidemias

De la crisis del coronavirus podremos sacar muchas lecciones. De las positivas, la principal será el desarrollo vertiginoso de estas nuevas vacunas, pero no será la única.

En estos meses ha habido otros éxitos. Los científicos de todo el mundo han trabajado a destajo para compartir sus hallazgos, aportando piezas al puzle que era la epidemia. Ese conocimiento ha alimentado las políticas sanitarias de todos los países y habrá salvado —quizás— millones de vidas. La ciencia ha ido descifrando la enfermedad: descubrió que se podía contagiar sin síntomas, que se propagaba en eventos de supercontagio y que se transmitía por el aire. Y saber eso nos está protegiendo.

Hace unos meses critiqué la gestión de datos en España, porque creo que no ha sido del siglo XXI. Pero la respuesta de nuestras Administraciones y del resto de países en muchos casos sí lo ha sido. Incluso en los datos hay pequeñas revoluciones: estamos intentando seguir en tiempo real una pandemia global, víctima por víctima y casi contagio por contagio, que es algo que nunca se había intentado. En España, los hospitales informan cada noche sobre sus enfermos y el INE recoge la información minuciosa de nuestros registros civiles, día a día, para medir el coste en vidas de la crisis.

Las vacunas no traerán la normalidad al instante. Hay que producirlas a escala planetaria y distribuirlas sin romper una cadena que exige frío extremo. Hay que planificar el reparto y mostrar a los ciudadanos que son seguras. Tampoco sabemos todavía cuánto durará la protección que ofrecen, ni si servirán para evitar que contagiemos a otra gente.

Pero serán un tremendo paso adelante.

Es posible que el próximo verano podamos reunirnos con más gente, de forma frecuente y segura, como espera Caitlin Rivers, epidemióloga de la Universidad Johns Hopkins. ¿La normalidad está tan cerca? Es posible que sí. Y esa esperanza, como escribía David Leonhardt, es el mejor motivo para tener paciencia y ser cautos en estos meses de invierno. Podemos hacer sacrificios: organizar una cena pequeña por Navidad, hacer más llamadas y menos visitas, o cambiar un café con un viejo amigo por un paseo bien abrigados. La primavera ya no está lejos.

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