John Coplans (Londres, 1920 – Nueva York, 2003) tenía 64 años cuando decidió hacer de su cuerpo desnudo el único tema de su obra artística. Propósito que llevó adelante hasta dos años antes de su muerte. Arrugado, velludo, con la flacidez y el deterioro propio de la edad, se retorcía sin pudor frente a la cámara, en un ejercicio de completa honestidad frente a su audiencia. Magnificando la anatomía de su cuerpo, en permanente metamorfosis, cada recoveco y fracción parecía adquirir un nuevo significado, al tiempo que se convertía en metáfora del vínculo indivisible entre la carne y la psique. En la manifestación “menos narcisista del arte de la autocontemplación”, como lo describiría la crítica Laura Cummings.
Coplans irrumpía con fuerza en el escenario del arte sacudiendo las convenciones estéticas a través de una obra que podía resultar esperpéntica, divertida o provocadora, nunca sentimental o complaciente. Una fotografía directa, repleta de significados, de la cual el propio autor llegó a ironizar, advirtiendo de que no era precisamente aquella que los coleccionistas buscaban para colgar encima del sofá. Han sido pocas las ocasiones después de la muerte del autor en las que se ha podido ver su obra, de ahí que la Fundación Henri Cartier-Bresson le dedique una exposición, John Coplans, La vie des formes. No se trata de una retrospectiva pero ofrece una visión general de la fotografía del artista británico, la cual se complementa con una pequeña selección de la obra de aquellos artistas cuyas enseñanzas, de una forma u otra, el autor fue incorporando a su propia obra, y a quienes dedicó buena parte de su estudio dentro de su quehacer como crítico de arte. Allí encontraremos a Walker Evans, a Carleton Watkins, a Lee Friedlander, a Jan Groover, a Weegee, a Philip Guston y a Brancusi. La muestra viene acompañada de un magnífico catálogo donde quedan muy bien documentadas estás influencias.
Si bien escasean los ejemplos de artistas que hayan desarrollado su obra en los últimos años de su vida, conviene destacar que Coplans emprendía su quehacer con el bagaje y prestigio adquirido a través de su labor como crítico, comisario, director de museos, y fundador y editor de la revista Artforum, baluarte del arte formalista y del pop y, foro principal de la crítica de arte norteamericana en aquellos días. Antes había querido ser pintor, y tras ocho años sirviendo a las Fuerzas Aéreas británicas, durante la Segunda Guerra Mundial, pasó una década volcado en la pintura abstracta e impartiendo clases en Londres. Fueron dos exposiciones, una dedicada al expresionismo abstracto y otra al movimiento Hard Edge, las que le hicieron ver que su futuro estaba allí donde el arte encontraba un nuevo significado. Así dejaba atrás Europa para emprender un nuevo camino primero en San Francisco y luego en Nueva York. “Como un hombre comprometido profundamente con su siglo, conoció varias vidas en una”, destaca Jean-François Chevrier, comisario de la exposición junto con Élia Pijollet. “Su actividad artística es parte de una existencia hecha de rupturas radicales y continuidades profundas”.
‘Front Hand, Thumb Up, Middle’, 1988 (Mano de frente, Pulgar arriba, medio), de John Coplans.
The John Coplans Trust
“En los años ochenta, existía una clara distinción entre el fotógrafo y el artista que hace uso de la fotografía”, explica Chevrier. “Así, cuando Coplans comienza a utilizar el medio fotográfico, lo hace como un artista, aunque su obra vaya a estar dedicada únicamente al medio fotográfico. Retoma su faceta de artista y en vez de hacerlo a través de la pintura, lo hace mediante fotografías. Simples instantáneas en blanco y negro que no va a manipular mediante efectos pictóricos. Fotografía pura producida por un artista”. Algo que es también aplicable a su obra escrita: “No tuvo ninguna formación como historiador del arte. Sus textos son muy serios y rigurosos, pero no escribía como un académico sino como un artista”, aclara el comisario.
Sus fotografías fueron realizadas con la ayuda de un asistente. Hacía uso de una cámara de gran formato con una película de polaroid que ofrece tanto el positivo como el negativo. Mientras el artista buscaba la pose adecuada, él mismo era capaz de observar su cuerpo a través de una cámara de vídeo y un monitor colocada en lugar estratégico que le permitía llevar a cabo un seguimiento de todo el proceso y corregir la postura. Así una vez seleccionada la zona de cuerpo a disparar, era su asistente quien lo hacía.
Deliberadamente evitaba cualquier pose o gesto que pudiese comunicar un mensaje familiar. Fotografiaba partes de su cuerpo. Desde el principio decidió prescindir de su rostro. “Algo que se opone a la idea más aceptada de lo que debe ser un autorretrato”, destaca Chevrier. “En este caso no se trata de una definición psicológica de la persona, sino que abarca un concepto más universal. Un sentido más generalizado de lo que es un cuerpo. Un cuerpo que puede ser múltiple, metamorfosearse, puede ser muchas cosas y adoptar muchas formas, de ahí el título de la muestra”. Coplans nos ofrece un retrato de características universales a través de la configuración de un solo cuerpo despersonalizado.
Una de las salas de la exposición ‘John Coplans. La vie des formes’, en la Fundación Henri Cartier- Bresson.The John Coplans Trust
La fragmentación concede a estas imágenes un carácter monumental y escultórico que nos remite al Torso de Belvedere. En el plano cercano de dos pies de puntillas creemos ver la grandiosidad de un templo egipcio, pero con la estética feísta de Philip Guston (pintor a quien Coplans dedicó su última pieza como crítico). “La conexión entre la fotografía y la escultura viene de la fascinación que sentía por Brancusi”, destaca Pijollet. “Brancusi utilizaba la fotografía para hacer un seguimiento de su obra. En 1979, Coplans organizó una exposición del escultor en el Museo de Arte de Akron, del cual era director y donde se exhibieron parte de estas imágenes. Otras fotografías traen a la memoria el pimiento del formalista Edward Weston o la obra del surrealista André Boiffard. En su día, Coplans comentó que su obra hacía referencia a la ‘política del cuerpo’, en una clara alusión a dos tabús instaurados en la sociedad americana: la presentación de desnudo masculino y la vejez. Subvertía la representación histórica del cuerpo humano en la fotografía. Así, hoy, en un tiempo caracterizado por un excesivo culto a la juventud, donde se multiplican los egotrips en las distintas redes sociales, su obra sigue vigente como un antídoto.
“A la hora de plantear la exposición hemos puesto mucho énfasis en conseguir un espacio en el que el visitante encuentre su propio sitio frente a la obra”, recalca Chevrier. “En la obra de Coplans está el concepto de la movilidad. Sin embargo, el efecto de sus fotografías suele ser tan fuerte que atrapan al espectador. Es justo esta sensación de estar atrapado lo que hemos querido evitar. Hemos querido insistir en la claridad, la movilidad y la vitalidad. El sentido del humor del artista permea toda su obra, junto a lo grotesco, la parodia y también la muerte. Pero creo que su obra trata de la vida. No trata del envejecimiento, sino de estar en conexión con la vida y ser fuerte más allá los 60″.
John Coplans. La vie des formes. Fundación Henri Cartier- Bresson. París. Hasta el 26 de enero.
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