El desenlace incierto de esta guerra también se juega fuera de Ucrania. Los tiempos se alargan y se ensancha el campo de batalla. El frente se rompe lejos de las trincheras.
Terminó pronto y en derrota la ofensiva relámpago de Putin para descabezar a Zelenski. Está virando la batalla de desgaste hacia el paisaje sombrío de un apocalipsis que se abate sobre las ciudades, la población y la vida en Donbás. La superioridad rusa es apabullante: en artillería y en disposición para mandar a sus soldados al matadero, a morir y a matar.
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Con el bloqueo al trigo ucranio caen dos pájaros de un tiro: daña a la debilitada economía ucrania y presiona sobre los países importadores para que hagan frente común con Rusia o, al menos, se alejen de los occidentales. Gracias al gas y el petróleo rusos se avivan las dudas y las divisiones entre los europeos, tanto sobre la urgencia de un alto el fuego como sobre las concesiones que apacigüen a Putin.
A la vista del estancamiento, se diría que la guerra no empezó el 24 de febrero cuando Vladímir Putin anunció la “operación técnico-militar” para “desnazificar y desmilitarizar” Ucrania. Ni siquiera en febrero de 2014, cuando los hombrecillos verdes tomaron el poder en Crimea.
Aunque el frente bélico se halla en la cuenca de Donbás, la guerra en curso no se circunscribe ni tiene como objeto de disputa el territorio de Ucrania, y ni siquiera es seguro que sean exactamente Rusia y Ucrania quienes se enfrentan.
Hay que recordar la contribución de los bombardeos rusos sobre la población civil de Siria en la estampida de más de un millón de personas en 2015, primero hacia Turquía y luego hacia Europa. El arma migratoria, entonces directamente en manos de Turquía, fue utilizada hace un año por Bielorrusia contra Polonia como anuncio de la crisis ucrania.
Bajo la luz de su guerra de agresión, la entera presidencia de Putin, atento siempre a lo que pueda dañar a la estabilidad y al prestigio de las democracias, adquiere un nuevo y siniestro relieve. Sobre todo, sus interferencias en procesos electorales, sus guerras cibernéticas, su apuesta por el Brexit y su afinidad con Trump, el presidente sospechoso de golpismo.
Putin cuenta todavía con dos poderosas bazas para inclinar la balanza en su guerra larga y ancha. Ambas electorales, en el frente americano y gracias a la firme alianza del republicanismo secuestrado por Trump. La primera son las elecciones de mitad de mandato del próximo noviembre, cuando Joe Biden puede quedarse sin mayoría demócrata en ambas Cámaras y con las manos atadas para seguir ayudando a Ucrania como hasta ahora. Y la segunda, en la elección presidencial de noviembre de 2024, cuando el propio Trump, o alguien como él, puede regresar a la Casa Blanca y abandonar definitivamente a los europeos para que se apañen solos con Putin.
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