Por Brandon J. Celaya Torres
Jugadores iraníes que no cantan el himno, ingleses que se arrodillan, signos LGBTIQ+ mostrados subliminalmente en la indumentaria de futboleros y la invasión –censurada en las transmisiones oficiales – a la cancha de un hombre vestido con mensajes de protesta y la bandera de la divergencia sexual.
Estos son algunos de los eventos políticos que han marcado el mundial de futbol Qatar 2022, a pesar del país anfitrión y la FIFA. Pocos días antes del inicio del mundial, la máxima asociación de futbol pidió a las naciones participantes del mundial enfocarse solamente en el deporte y dejar a un lado la política.
Esta solicitud se veía imposible desde su formulación por el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, el 4 de noviembre de 2022. La historia del futbol muestra una conexión casi esencial entre la política y el llamado “deporte rey”.
Tras la victoria de Argentina contra México, las redes sociales se inundaron de mensajes xenófobos entre los hinchas de ambos países.
El deporte que logra unir a la población interna de un país, también provoca que las diferencias entre naciones se agranden hasta el punto de que hacer burla sobre guerras en las que murieron centenas de personas parezca lo más aceptable. Un síntoma del nacionalismo exacerbado.
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Estos sentimientos nacionalistas son casi endémicos del futbol. El escritor Eduardo Galeano escribe en su libro “El fútbol a sol y sombra”:
“El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. La escuadra italiana ganó los mundiales del ’34 y del ’38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida.”
Hablar de dictaduras y futbol podría parecer lejano en tiempos donde las democracias gobiernan gran parte de occidente. Pero esta distancia se ve reducida si se toma en cuenta que apenas hace 11 mundiales, una copa del mundo se disputó bajo la dictadura argentina del general Videla.
La lejanía se hace todavía más corta si se considera que las consecuencias de esta dictadura se sienten hasta el día de hoy y que, además, la junta militar utilizó a una de las máximas figuras del futbol mundial: Diego Armando Maradona.
El periodista Orfeo Suárez narra en su libro “Los cuerpos del poder” la manera en que la dictadura de Videla utilizó la figura del Pibe de Oro como forma de unificación nacional. Esto con el objetivo de desviar la atención de las denuncias internacionales por las múltiples violaciones a los derechos humanos realizadas por la junta militar.
“La junta militar que usurpó la jefatura de estado, el 24 de marzo de 1976, entendió muy pronto que el futbol podía interpretar varias funciones, como elemento de control social, generador de adhesiones políticas paralelas a un nacionalismo radical y encubridor de la represión mediante la contraposición de la imagen del ídolo”, escribe Suárez.
Asimismo, Maradona, a los ojos de Orfeo Suárez, se convirtió en un símbolo de unificación y botín político para los diferentes gobiernos argentinos posteriores a la dictadura.
Ya después, relata el periodista, la amistad entre Maradona y Fidel Castro sirvió para que el régimen cubano enviara un mensaje del socialismo rescatando a una víctima de los embates del capitalismo.
Curiosamente, Maradona y Castro murieron el mismo día. Ambos partieron de este mundo un 25 de noviembre; el cubano en 2016 y el argentino en 2020.
¿Cómo explicar que regímenes tan ideológicamente distintos pudieran hacer uso del apodado “D10S“? Para Suárez se debe a una característica fundamental del futbol
“El futbol brinda una posibilidad fantástica de identificación total y ritual con vacuidad de contenidos”, señala el periodista.
Desigualdad y futbol como producto
João Havelange dirigió la FIFA desde 1974 hasta 1998. En los últimos cuatro años de su mandato, el brasileño se sinceró frente a un círculo de hombres de negocios en Nueva York.
A fines de 1994, Havelange advirtió que “el fútbol es un producto comercial que debe venderse lo más sabiamente posible… Hay que tener mucho cuidado con el envoltorio”, recuerda Galeano en “El fútbol a sol y sombra”.
De ahí que el futbol mueva un mercado de aproximadamente 28 mil 400 millones de euros (575 mil 672 millones de pesos mexicanos), según The Economy Journal.
A este mercado lo “sostienen los canales de televisión, grandes sponsors, fabricantes de camisetas, gobiernos, jeques árabes y oligarcas rusos”, describe Martín Caparrós en “Ñamérica”.
“El negocio es tan vasto que produce corrupciones vastísimas: la FIFA y la UEFA fueron raleadas por los juicios en los últimos años —y eso sin contar los arreglos y apuestas ilegales y evasiones fiscales y otros rubros astutos”, señala el periodista argentino.
Muchos de los equipos de futbol pertenecen a inmensos conglomerados empresariales. Por ejemplo, el Milán forma parte de las trescientas compañías del grupo Berlusconi. En México se puede ver esto con el equipo Monterrey, el cual pertenece a la embotelladora FEMSA; que a su vez es dirigida por José Antonio Fernández Carbajal, cuyo poder se extiende hasta la dirección de universidades privadas como el Tecnológico de Monterrey.
Otro ejemplo es el Club América, cuyo dueño es Emilio Azcárraga Jean, quien dirige Televisa y es consejero de Banamex, Univisión y Axo. Es más, la liga profesional de futbol mexicano tiene como apellido el nombre de un banco.
“El club puede perder dinero, pero este detalle carece de importancia si brinda buena imagen a la constelación de negocios que integra. Por eso la propiedad no es secreta: el fútbol sirve a la publicidad de las empresas y en el mundo no existe un instrumento de mayor alcance popular para las relaciones públicas.”, explica Caparrós.
Al pertenecer a un mercado tan inmenso, el futbol es una muestra de la desigualdad tanto interna como externa: en 2022, el salario promedio de un trabajador mexicano es de 7 mil 380 pesos al mes. Los jugadores de futbol en México ganan en este mismo periodo de tiempo un promedio de 650 mil pesos.
La desigualdad también se ve entre países, específicamente entre países europeos y africanos o latinoamericanos.
Un informe de Deutsche Welle (DW) muestra que “las grandes ligas europeas tienen el poder financiero para retener a sus propios jóvenes talentos, mientras que, al mismo tiempo, importan a las nuevas estrellas de los mercados en desarrollo”.
Mientras en Europa se compra a las estrellas de países pobres, estos últimos países se ven enfrascados en “círculos viciosos” que impiden desarrollar la infraestructura futbolística necesaria para retener al talento nacional.
“Nuestras ligas se han transformado en campeonatos de segunda, sumideros de los mediocres que los ricos no quieren”, escribe el periodista argentino, autor de libros como “El Hambre”, “Boquita” e “Ida y Vuelta”.
El futbol como máquina de ficciones
A pesar de las desigualdades en el núcleo del futbol, este deporte casi más que el resto logra crear la ilusión de igualdad de oportunidades.
Las historias de futbolistas que desde la más profunda pobreza lograron triunfar y volverse grandes estrellas multimillonarias inundan la narrativa del deporte rey.
Lo anterior conforma la llamada ficción de la igualdad. “Hay pocos clichés más famosos, en el fútbol, que el tan celebrado ‘en la cancha son once contra once’. Lo son, pero los once de un lado pueden valer o costar varios cientos de millones de dólares y los del otro unas monedas”, apunta Caparrós.
Las historias de superación personal y éxito achacadas únicamente al talento personal suelen alimentar lo que los académicos Peter Bloom y Carl Rhodes ven como una versión individualizada y de negocios de la selección natural darwinista. Este tipo de relatos hacen ver como algo natural la desigualdad y la pobreza, en lugar de la consecuencia de decisiones políticas y económicas, alertan ambos intelectuales.
De ahí que en los países sumidos en la pobreza, lo mejor que pueda sucederle a un joven talento futbolístico sea verse comprado por una nación rica. Alimentando así el círculo vicioso de desigualdad entre las potencias futboleras y las que no.
“Los futbolistas circulan sin trabas y trabajan donde les dan más plata. Que te vendan —que te ‘vendan’— afuera es lo que quiere cualquier joven de un país pobre o empobrecido”, escribe Caparrós en Ñamérica.
Vender y ser vendido: el éxito de los futbolistas. Un modelo que dice, para empezar, “que todo se compra con dinero. Y, para seguir, que hay que aspirar a eso”, como diría el argentino.
En 2021, la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) multó a 17 clubes mexicanos por imponer un tope salarial para mujeres futbolistas. El apodado “acuerdo de caballeros” estipuló:
– Las mayores de 23 años ganarían un máximo de dos mil pesos
– Las menores de 23 años, 500 pesos más un curso para su formación personal
– Las jugadoras de la categoría Sub-17 no tendrían ingresos, pero podrían tener ayuda de transporte, estudios y alimentación
Vale la pena recordar un dato mencionado anteriormente: los futbolistas varones en México ganan en promedio 650 mil pesos al mes.
De acuerdo con datos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), “el salario de una jugadora de primera división en México va de los $2,500 a los $30,000 con un salario promedio que ronda los $3,700, lo cual no permite vivir del propio deporte en la mayoría de los casos. Gran parte de las instituciones no cuenta con las mismas instalaciones, personal y oportunidades para los equipos de las diferentes ramas”.
Según FIFPRO, en 2018 la industria futbolística generó más de 500 mil millones de dólares, no obstante, para este mismo año el 49 por ciento de las jugadoras de futbol profesional no recibieron salario.
Asimismo, mientras Lionel Messi gana 130 millones de euros al año, Ada Hegerberg —la mejor jugadora del mundo según la FIFA— recibe 400 mil euros en este mismo tiempo. Es decir, la jugadora recibe 325 veces menos.
La brecha salarial se une a la violencia de género. Las futbolistas viven acoso, acoso, abuso sexual y violación.
En el reportaje “Violencia contra las mujeres en el futbol mexicano: sin estadísticas ni atención”, Zona Docs documenta que los clubes femeninos – muchos administrados por hombres – manejan de manera discrecional los casos de violencia en el futbol femenil, incluso minimizándolos.
“Las mujeres y las niñas siguen siendo las más expuestas al acoso, abuso sexual y la violación. Esto pasa desde el nivel amateur hasta el profesional. Se sabe de directores técnicos y preparadores físicos que han sido cesados por acoso, pero públicamente se niega que esa haya sido la causa”, informa el reportaje de Zona Docs.
La violencia contra las mujeres futbolistas también se hace palpable en las coberturas que los grandes medios hacen del deporte. Asimismo, las redes sociales se han convertido en un espacio de acoso constante para las jugadoras.
En la navidad de 1914, el futbol detuvo una de las guerras más sangrientas en la historia de la humanidad. Cuando el mundo se veía enfrascado por primera vez en una guerra planetaria, las tropas alemanas y británicas llegaron a una tregua para echarse una “cascarita”.
Este evento, llamado “La tregua de Navidad” muestra cómo el deporte puede servir de pacificador, aún en medio de un conflicto bélico mundial.
En Colombia, el futbol ha sido utilizado para promover la paz. El llamado Golombiano (mezcla de “gol” y “Colombia”) es un torneo en el que participan niños y jóvenes que han sido duramente golpeados por años de conflicto armado.
Según informa la UNICEF, “el proyecto busca evitar la participación de la niñez colombiana en las hostilidades armadas mediante el fomento de la convivencia, la tolerancia y la resolución pacífica de conflictos, utilizando el fútbol como la herramienta sobre la cual se busca un consenso”.
Las reglas del juego son acordadas por los dos contrincantes antes de iniciar el juego y se deben sustentar en tres principios:
1. Los equipos deben ser mixtos, en cada uno de ellos debe haber como mínimo tres jugadoras y dos de ellas deben permanecer en el campo.
2. El primer gol de cada equipo y de cada tiempo es válido siempre y cuando lo anote una de las chicas.
3. El número de puntos que obtienen los equipos no está determinado exclusivamente por el número de goles anotados sino por elementos adicionales: al finalizar cada encuentro los jugadores establecen un diálogo en el cual analizan y evalúan su desempeño tanto futbolístico como personal. Este análisis les dará o quitará puntos, es decir que no siempre el que haga más goles será el que gane el encuentro sino que la participación, puntualidad, entusiasmo y juego limpio fuera y dentro de la cancha definirá al ganador del encuentro.
Esta posibilidad de unión y paz a través del futbol la explica Andrew Lambert en su artículo “La evolución del fanático del futbol y el camino de la virtud”.
Lambert, considera al futbol un lenguaje universal, pues su simpleza permite que las personas se identifiquen con él deporte independientemente de su nacionalidad. “El lenguaje es primitivo, pero sus implicaciones emocionales y prácticas son grandiosas”, señala.
Para el experto, hay dos tipos de identidades en conflicto en los fanáticos del futbol: los fanáticos leales y los fanáticos del fútbol como deporte.
Los primeros son aquellos que protagonizan actos de violencia en nombre de su club o selección nacional. Este tipo de fan es el más común y útil para una sociedad orientada al mercado, pues antagonizan al otro y se crean un sentido romántico de superioridad por la filiación a un equipo – con actividades que van desde gastar en mercancía para mostrar qué tan fanático se es del club, hasta peleas y actos de violencia desmedida.
En contraposición, describe Lambert, el fanático del futbol como deporte es aquel “apasionado-pero-reflexivo” que aprende a tomar una mirada irónica de su propio fanatismo. “Se permiten un espacio de expresión y goce, pero también están al tanto de la naturaleza contingente y subjetiva de su pasión”.
Este tipo de fanático es el que tiene un respeto por los otros seguidores del deporte en un sentido genérico, fuera de filias y fobias exacerbadas por el nacionalismo y las rivalidades históricas entre equipos.
El futbol, visto desde la óptica apasionada-pero-reflexiva tranquiliza, “recordándonos que lo que verdaderamente importa para la unidad social es una suficiente separación irónica de nuestros compromisos pasionales”, concluye Lambert.
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