Robots sexuales capaces de autolubricarse y de mantener una conversación. Filetes clonados que se cultivan sin necesidad de matar animales. Sarcófagos para suicidarse que miden tu nivel de cordura y después te matan. Bolsas biológicas donde gestar cómodamente a tu bebé. El futuro, si le preguntas a los creadores de estos inventos, es un lugar brillante y optimista. Y muy lucrativo. La periodista Jenny Kleeman lo hizo y sacó conclusiones más complejas. Todas ellas se desgranan en Sex Robots & Vegan Meat, un libro que analiza los avances tecnológicos que cambiarán nuestra vida (y nuestra muerte). Esta periodista y escritora británica, colaboradora de The Guardian, Channel 4 o BBC One, ha viajado por laboratorios y empresas de todo el mundo. Ha entrevistado a gente como Philip Nitschke, conocido como el Elon Musk del suicidio. O a Matt McMullen, creador del robot sexual Harmony. Incluso ha entrevistado a la propia Harmony.
Kleeman asegura que este no es un libro sobre tecnología sino una reflexión sobre lo que nos hace humanos. Por eso, en sus páginas, no solo da espacio a los dirigentes de estas empresas (casi todos ellos hombres, por cierto) sino a las personas en las que impactarán sus inventos. Un hombre que ayudó a morir a su mejor amigo, otro que se casó con un robot sexual, un sociólogo vegano que proclama el fracaso del veganismo, una mujer trans cuyo mayor sueño es tener un hijo biológico o una activista contraria al embarazo. “Ellos son la historia”, apunta Kleeman. Sus testimonios ayudan a construir un relato poliédrico. Ponen en el foco temas candentes como los vientres de alquiler, la eutanasia, la prostitución o la ganadería intensiva. Temas para los cuales la tecnología ofrece un atajo, un desvío para eludir debates y darnos una sensación de control. Todo ello envuelto en una retórica de ciencia ficción que es muy fácil de comprar.
Jenny Kleeman lleva cinco años recorriendo el mundo para hacer, cara a cara, entrevistas que podría resolver por Zoom. “Ver a la persona es lo que te da la textura, lo que aporta color”, argumenta. Son buenos argumentos. Por eso uno siente una punzada de vergüenza al concertar una videollamada. Kleeman tiene un melódico acento británico, un apartamento pintado de verde y una mesa “llena de papeles y libros”. Es lo que se intuye y lo que ella confirma, pero no lo que se ve, porque ha colocado la cámara de tal forma que hurte esa información al entrevistador. Reconoce ella, experta en hacer entrevistas, que hacer una así es extraño. No sabe si mirar a la cámara o a los ojos, si interrumpir o hablar de forma ordenada para no añadir más caos al que suman los segundos de latencia. Al final uno tiene que darle la razón.
Es una entrevista extraña pero las hay peores. Como por ejemplo, una entrevista a un robot sexual. ¿Qué tal fue la experiencia?
Absolutamente bizarra. Por un lado, debo decir que Harmony es una creación impresionante.
La habían configurado de tal forma que fuera lo más inteligente posible. Lo cierto es que en anteriores visitas con periodistas las cosas no habían ido muy bien porque ella estaba excesivamente cachonda y eso no queda muy bien en una entrevista. Así que la pusieron más comedida y más inteligente. Y la verdad es que me impresionó. Habla mejor que un chatbot pero definitivamente peor que una persona. Le hice alguna pregunta bastante sofisticada y ella pudo responderla con solvencia. Le dije “¿deberíamos estar preocupados por una muñeca como tú?” y replicó que no, que ella estaba aquí para hacer de este un mundo mejor.
¿Y usted qué cree? ¿Deberíamos estar preocupados por una muñeca como Harmony?
Creo que hay un buen número de razones para preocuparse. El feminismo ha esgrimido algunas: cosifica a la mujer, permitirá a algunos hombres realizar perversiones muy retorcidas con algo que parece una persona… Personalmente estoy más preocupada por otros problemas. Solo una minoría va a comprar un robot sexual, pero estos tiene la capacidad de erosionar nuestra empatía, de hacer más difícil que conectemos de verdad con alguien. Cuando estás acostumbrado a una relación en la que tu compañera no tiene deseos ni vida propia, cuando solo está allí para agradarte, puedes encontrar más difícil después conectar con un humano.
En su libro describe otra tecnología que afecta especialmente a las mujeres: los vientres artificiales. Es el invento más teórico, el más lejano, pero quizá el que plantea más dilemas morales.
Es el tema más complejo y oscuro que trato en el libro. Yo pensaba que sería la muerte o los robots sexuales, pero no. Y aunque estamos a un par de generaciones de distancia de esta tecnología, va a tener implicaciones morales muy importantes, así que deberíamos tener una discusión sobre su potencial antes de que llegue. La biobag de la que hablo en el libro tiene una motivación encomiable: se ha creado para salvar a bebés prematuros. Es muy complicado oponerse a una tecnología que tiene ese potencial. Pero hay que tener en cuenta las diferencia entre lo que podría suponer esto en un mundo ideal y lo que va a suponer en el real. En el primero sería utilizado para ayudar a las personas que no pueden tener bebés por razones biológicas, o a ayudar a los bebés que nacen demasiado pronto. Pero en el mundo real en el que vivimos hemos fetichizado el embarazo y el parto. Tratamos a las mujeres embarazadas como una propiedad pública. Y en este mundo, las biobags pueden ser usadas para usurpar a las mujeres de sus derechos reproductivos. Esta tecnología tiene un potencial muy oscuro en el que las malas madres podrán ser juzgadas y usurpadas de sus fetos para ponerlos en estos aparatos.
Ese futuro que describe no es muy distinto de un presente que señala en el libro. Project Prevention es un programa que ha comprado la fertilidad de más de 7.000 mujeres alcohólicas y drogadictas. ¿Por qué decidió contar esta historia?
Porque ejemplifica lo que podría pasar con las biobag. Fue muy impactante, porque no era lo que esperaba. Su fundadora, Barbara Harries, no es una loca antiabortista ni una evangelista dogmática. Tiene una visión muy pragmática. Ella misma ha adoptado a cinco bebés, todos ellos nacidos de la misma madre adicta al crack que no usa anticonceptivos. Por eso defiende que estos niños con problemas no deberían nacer y por eso ofrece dinero a mujeres con problemas de adicción a cambio de que se liguen las trompas.
Entrevista usted en su libro a algunos veganos que creen que su discurso está agotado y por eso están tomando el control de la industria cárnica. ¿Cómo es eso?
Creen que los argumentos éticos a favor del veganismo han fracasado, que la gente no ha sido disuadida al ver todos esos vídeos horribles de mataderos. Por eso defienden que la mejor manera de salvar a los animales es ocultar el veganismo ético, darles a las personas lo que quieren pero produciéndolo de manera diferente. Estos veganos están cultivando carne fuera del cuerpo del animal a través de ingeniería genética. El problema, creen ellos, es que a todos nos encanta el sabor de la carne y es muy difícil que dejemos de comerla. Por eso hay muchos emprendedores veganos, gente con dinero y recursos, que están apostando por este tipo de carne. Y creen que si acaban siendo competitivos en sabor y precio pueden convertirla en el alimento del futuro.
De momento andan bastante lejos de esa competitividad que comenta. Usted probó el nugget de un pollo vivo, que viene a costar unos mil dólares. ¿Qué tal sabía?
El pollo se llamaba Ian. Según la empresa, el nugget fue producido a partir de una pluma de Ian. Fue cultivado en un laboratorio hasta que hubo una masa de células lo suficientemente grande para crear un trozo de carne que se pudiera comer. Y bueno, técnicamente se podía comer, pero no lo recomiendo. Estaba asqueroso. Porque sí, sabía a pollo, pero la comida no se reduce a una cuestión de sabor. Tiene que tener un determinado aroma, una determinada textura. Si no la tiene tu cuerpo te dice que hay algo raro, que necesitas escupirlo porque es un veneno. No lo escupí porque tenía gente de relaciones públicas observando como lo masticaba, muy atentos y sonrientes. Pero era realmente repugnante porque estaba mal, era un trozo de tejido, un clon empanado.
Cierra su libro analizando la industria tecnológica que se ha creado en torno a la muerte. Es quizá el caso más claro de un problema moral y legal que la tecnología promete erradicar.
Obviamente la muerte es el final de la vida, así que tenía que ir al final del libro. Pero también decidí colocarla ahí porque resume muy bien el argumento que planea en todo el ensayo: usamos la tecnología para resolver problemas que podríamos solucionar cambiando nuestras actitudes, comportamiento y leyes. En esta sección hablo sobre países donde no existe un derecho a morir, como en el Reino Unido. Todos tenemos esa fantasía en la que decimos, me gustaría morir yendo a dormir y ya, pero eso no es posible. Son muy pocas las sustancias que lo hacen de manera fiable. Así que en este vacío se han colado algunos individuos que han creado máquinas, bueno, piezas de máquinas, que la gente puede ensamblar en su casa para crear máquinas de muerte.
Sarco es del que más hablo en el libro, es una especie de sarcófago que, dicen ellos, proporciona una muerte pacífica, incluso eufórica. Hay una inteligencia artificial detrás que supuestamente va a comprobar que no estás deprimido o enajenado cuando lo usas. Pero eso no es algo que una inteligencia artificial pueda determinar. Se necesita un médico para saber si alguien está en su sano juicio o no. La idea de que podamos descargar esta responsabilidad en una inteligencia artificial es preocupante.
Su libro analiza inventos formidables, pero el primer detalle que llama realmente la atención es leer cómo saluda a los entrevistados estrechándoles la mano. La pandemia ha hecho que este gesto parezca ciencia ficción, ¿de qué otras formas ha cambiado nuestra percepción del futuro, nuestra relación con la tecnología?
Las cuatro tecnologías que analizo en mi libro están más que reforzadas ahora. ¿Qué mejor distancia social en las relaciones sexuales que la que ofrece un robot? Las historias que hemos leído sobre bebés nacidos de maternidad subrogada que se han quedado atrapados en Ucrania no sucederían con una biobag. El coronavirus es un virus que proviene de un entorno zoonótico, muchas de estas enfermedades, la gripe porcina, la gripe aviar, son una consecuencia de la ganadería intensiva. Y respecto al control sobre la muerte, creo que nunca en la historia reciente hemos tenido más miedo a la muerte que ahora.
Somos más dependientes que nunca de la tecnología. Piensa en cómo Zoom nos ha salvado, cuánto nos ha ayudado Netflix… Pero, por encima de todo esto, usted y yo estamos aquí, hablando, porque hemos cambiado nuestro comportamiento durante esta pandemia para sobrevivir, para salvar a otros. Y hemos conseguido hacerlo de una manera que era inimaginable. Ciertamente las personas que incluí mi libro no lo hubieran creído posible, porque muchos de los creadores de estas tecnologías tienen esta suposición capitalista de que los seres humanos son egoístas e incapaces de cambiar. Su negocio depende de ello.
La mayoría de los hombres con los que se ha encontrado repiten el patrón de CEO hecho a sí mismo, idolatrado y ambicioso tan común en Silicon Valley, ¿por qué?
Ese es uno de los grandes problemas, al menos para mí, que vengo de un ambiente académico. Si tu empresa está financiada por dinero público y tienes que llegar a unos buenos resultados en 20 o 30 años, tu tecnología tendrá más potencial para hacer el bien. En proyectos como los que reseño, que son financiados por dinero privado y buscan una gran rentabilidad a corto plazo, es más complicado. Es uno de los problemas de la mentalidad fake it till you make it (fingir hasta que lo cosigas) de Silicon Valley, que pretende soslayar o evitar los problemas para conseguir financiación. El potencial de estos proyectos, al final, vale tanto como las personas que están detrás de ellos y sus intenciones.
En la anterior pregunta hable de hombres y no por una cuestión de economía del lenguaje. Salvo una, todos los directivos que entrevistó eran hombres. Incluso cuando algunas de estas tecnologías solo afectan a las mujeres…
Todas estas tecnologías afectan a las mujeres de manera desproporcionada. En el caso de los vientres artificiales y los robots sexuales es obvio. Pero donde quiera que el derecho a morir sea legal, las mujeres eligen la muerte asistida más que los hombres, aunque el suicidio sea un fenómeno mucho más masculino. Incluso con la comida: en todas partes del mundo, los hombres comen mucha más carne que las mujeres, la carne está ligada a las nociones de masculinidad.
Creo que en general, la tecnología es creada y comprada por hombres. Refleja sus deseos, pero las mujeres se verán afectadas de manera desproporcionada por ella. Son las mujeres las que se embarazan, las que son sexualizadas. Son las mujeres las que sufren las consecuencias de un mundo tecnológico tan masculino. Pero su opinión no es tenida en cuenta a la hora de diseñarlo. En realidad no esperaba llegar a esta conclusión: me ha salido un libro mucho más feminista de lo que pensé. Pero reflejo lo que veo, las mujeres se han quedado fuera del pensamiento de todas estas tecnologías.
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