Trump recurre a sus poderes presidenciales para tratar de subvertir las elecciones


Hace tiempo que Estados Unidos asiste a una caída en picado de la reputación de Rudy Giuliani (Nueva York, 1944). Fue azote del crimen organizado desde la Fiscalía de Nueva York, y regidor de la ciudad durante los atentados terroristas del 11 de septiembre. Su firmeza y empatía le valieron entonces el apodo de “alcalde de América”. Después se enriqueció con la consultoría de seguridad a empresas y países, y emprendió una catastrófica carrera presidencial en 2008. Cuando Donald Trump inició la suya, Giuliani le apoyó y se convirtió en su abogado personal. Desde entonces, como una versión italoamericana de Brooklyn del caballo de Atila, allí donde ha pisado Giuliani no han crecido más que problemas. Desde la trama ucrania que terminó con el impeachment del presidente, hasta la ofensiva actual por deslegitimar el resultado de las elecciones presidenciales, una historia que, en el último mes, ha adquirido tintes de una tragicomedia dividida en tres aparatosos actos:

1. “Relájate, lo vas a hacer genial”. El azote de la prensa, que no desaprovecha una oportunidad para denunciar el sesgo de los grandes medios, no parece tener ningún problema cuando la supuesta periodista, indisimuladamente sesgada hacia su persona, empieza la entrevista diciéndole que es uno de sus “grandes héroes”. “Siento que estoy viviendo un cuento de hadas”, le dice la actriz Maria Bakalova, en una encerrona orquestada en la sala de una suite de hotel, para la nueva película de Sacha Baron Cohen. “Relájate, lo vas a hacer genial”, la anima Giuliani, mientras le agarra las manos. Lo que sigue es una atropellada entrevista en la que el abogado, entre brindis de whisky escocés, expone su habitual artillería ante una joven embelesada: “China fabricó el virus y lo dejó escapar, deliberadamente lo esparcieron por todo el mundo, no creo que haya nadie comiendo murciélagos. ¿Usted ha comido alguna vez un murciélago?”. Etcétera. De pronto interrumpe la entrevista Cohen, disfrazado de técnico de sonido hippy, alegando un problema técnico. La joven se desembaraza de él e invita a Giuliani a tomar una copa en el dormitorio. Sentado en la cama, Giuliani le pide su número de teléfono y su dirección y, acto seguido, le da unas palmaditas en la parte baja de la espalda. Ella le toca la camisa como para quitarle el micrófono y él se tumba boca arriba en la cama y, allí tendido, se introduce la mano por dentro del pantalón, aparentemente tocándose los genitales. Entonces irrumpe Cohen en la habitación, vestido con ropa interior femenina, y le pide que deje a la chica porque tiene solo 15 años. “Es demasiado vieja para usted”, le dice. “Es mi hija, tómeme a mí en su lugar, por favor”.

2. La campaña se mete en un jardín. “Conferencia de prensa de los abogados en el Four Seasons, Filadelfia, 11.00”. El tuit del presidente Trump, el sábado después de las elecciones (7 de noviembre), tenía el tono solemne y escueto de las grandes ocasiones. Poco después tuvo que aclarar que no se trataba del lujoso hotel del centro de la ciudad, perteneciente a la famosa cadena Four Seasons, sino de un humilde establecimiento de jardinería del mismo nombre, en un suburbio de la ciudad, situado entre un crematorio y una sex shop. Allí, ante una persiana bajada del edificio de una sola planta, adornada con carteles por la reelección del presidente de Estados Unidos, rodeado de empleados de la campaña actuando como si todo fuese normal, Rudy Giuliani comenzó oficialmente la ofensiva, hasta hoy infructuosa, para tratar de revertir en los tribunales la derrota de su jefe. Pero el evento, que generó un aluvión de mofas en las redes sociales, pasará a la historia como una cumbre del disparate en la comunicación política. Y como un hito en el marketing del sector de la horticultura, celebrado en las camisetas conmemorativas que no tardó en comercializar el pequeño negocio de jardinería.

3. Sudor, conspiraciones comunistas y tinte de pelo. China está en el ajo. Y Cuba. Y dos presidentes de Venezuela, uno vivo y uno muerto. También Antifa y, cómo no, George Soros. Muertos que votan. Mickey Mouse. Giuliani imitando a Joe Pesci en la película Mi primo Vinny. Una abogada al borde del llanto hablando de conspiraciones comunistas. El guion fue demencial. La puesta en escena, decadente. Ante el anuncio de una conferencia de prensa para desvelar “los múltiples caminos a la victoria” de Trump en unas elecciones que ha perdido por cerca de seis millones de votos, un centenar de periodistas acudieron a la convocatoria de Giuliani en una sala del Comité Nacional Republicano en Washington, abarrotada, sin ventilación, con los ponentes a cara descubierta, un caldo de cultivo perfecto para que el coronavirus arruinara a los asistentes las vacaciones de Acción de Gracias. Lo que encontraron allí fue muy diferente a lo prometido. Pasará a la historia, eso sí. Pero no como la jornada que dio la vuelta a unas elecciones robadas, sino como la conferencia de prensa más bochornosa ofrecida en nombre de un presidente en la historia moderna de Estados Unidos. Una hora y media de disparates que ni el propio Donald Trump, al que Giuliani pidió unos honorarios de 20.000 dólares al día para liderar su ofensiva judicial contra la legitimidad de las elecciones, fue capaz de corear desde su cuenta de Twitter. Y eso que la actividad del comandante en jefe estos días se limita (además de despedir a altos cargos que considera desleales) a difundir cualquier patraña conspiratoria que circula por la Red. “Esa conferencia de prensa ha sido la hora y 45 minutos de televisión más peligrosa de la historia de Estados Unidos. Y posiblemente la más loca”, tuiteó el exdirector de ciberseguridad Chris Krebs, recientemente despedido por Trump. Giuliani tenía otra opinión. Con el rostro resplandeciente de sudor, surcado por chorritos de una sustancia negra, probablemente tinte capilar, que manaban de sus patillas, en una lamentable imagen que dio la vuelta al mundo, el exalcalde de Nueva York dijo: “Estamos salvando nuestra democracia”.

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