El ‘Guernica’ del siglo XXI pesa 38 toneladas


En el Museo Reina Sofía hay un icono del siglo XXI con la palabra Guernica en el título, pero no es el famoso cuadro de 1937. Ese mural fue un icono (del siglo XX) hasta que le quitaron el cristal antibalas en el Museo del Prado. Hoy ya no es más que un picasso. Ha hecho el recorrido inverso al de la Gioconda, que dejó de ser un leonardo para ser algo digno de medirse con Beyoncé cuando volvió de Japón en 1974, su última salida del Louvre.

El gran icono milénico del Reina Sofía ―Equal-Parallel: Guernica-Bengasi, de Richard Serra― comparte con la Mona Lisa uno de los factores de su fama: su desaparición. El robo de la tabla renacentista en 1911 y sus tres años de ausencia contribuyeron a convertirla en un mito. La evaporación de la escultura minimalista de los almacenes de Macarrón la convirtió en el mejor ejemplo de cómo funciona nuestro tiempo. Lo cuenta de maravilla Juan Tallón en su reciente Obra maestra (Anagrama), un libro que la editorial insiste tanto en llamar novela que nos hace dudar de que lo sea. Es mucho mejor que una novela: es la radiografía coral de una religión tan basada en la iconoclastia y en la idea de vanguardia que ha olvidado que se sostiene sobre dos pilares prehistóricos: la fe y el fetichismo.

El fetichismo hizo que el Reina, contra el parecer de su primera responsable, decidiera comprarla en 1987. El museo, recién abierto, necesitaba espacio y Carmen Giménez prefería que siguiera al curso habitual de muchos trabajos de Serra una vez expuestos: la destrucción. Cuesta más transportarlos y almacenarlos que rehacerlos. Por eso no le importó “generar un duplicado exactamente igual, pero dándole carácter de obra original, ya sabes”. Es el que puede verse ahora en la planta baja del edificio de Sabatini. ¿Y si aparece la pieza perdida? Se destruye una. Como dice el galerista Larry Gagosian en el libro de Tallón: “No debería plantearse discusión alguna: el original verdadero de Equal-Paralell no es la obra nueva o la vieja, sino la idea que está en la cabeza del artista, anterior a ambas”. Ahí entra en juego la fe. Llevando al límite la lección conceptual de Marcel Duchamp, Joseph Kosuth lo resumió en una famosa serie: “El Arte como Idea como Idea”.

Las galerías y museos están llenos de ideas. Algunas deslumbrantes. El problema es que el pensamiento es difícil de coleccionar, o sea, de rentabilizar. El negocio del criptoarte no es más que otro capítulo en el intento de preservar los privilegios de lo sólido en tiempos líquidos. Como dice el Banco de Santander en su pedagógica web: “El valor de una obra de arte digital reside en las mismas características que una obra de arte tradicional: autenticidad, exclusividad y propiedad”. ¿Digital pero exclusivo? El dinero ya no depende del patrón oro; el arte sigue dependiendo del aura. Como decía el clásico, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La semana que viene empieza Arco.

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