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El hombre que pudo ser Springsteen y hoy toca en garitos: “No estoy seguro de qué significa ser feliz”



“Era un comportamiento burdo, acosador, violento y humillante”. El autor de esta frase terrible es Bruce Springsteen (Nueva Jersey, 1949). Y es aterradora porque la dice de sí mismo, de un comportamiento suyo. Han sido muchas las estrellas del rock que han publicado sus memorias (Keith Richards, Neil Young, Bob Dylan –en parte-, Pete Townshend…) y faltan todavía algunas (Mick Jagger, Van Morrison, Paul McCartney…). Da igual: ninguna de ellas llega (y es probable que no llegará) a acercarse a la honestidad brutal que ofrece Springsteen en la suya, Born to run (Literatura Random House), publicada este año que acaba.
No hay rastro de fanfarronadas fiesteras tan habituales en estos libros ombliguistas. Ese exhibicionismo tan de estrella del rock que vivió los setenta: yo fui un crápula y te lo voy a demostrar. No, no van por ahí las crudas memorias de Bruce. No hay lugar a las memeces. Y sí verdades dolorosas, declaraciones que seguramente oprimieron el pecho durante años a Springsteen y que un día necesitaba vomitar. Todavía seguirán ahí, sangrando, sin cura, pero duele menos cuando se comparten. Sus seguidores deberán ahora soportar esa culpa y entenderán las letras de algunas de sus canciones clásicas.

“Parte de mí estaba realmente orgullosa de mi emocionalmente comportamiento violento, siempre empleado de forma cobarde contra las mujeres de mi vida”, relata el músico

De un libro de 500 páginas repleto de declaraciones confesionales, destaca por su insoportable sinceridad el relato referido a un momento crucial de su vida, cuando, con 38 años, el músico debía enfrentarse a su gran miedo: voy a seguir huyendo emocionalmente (Born o run, nacido para correr) o me voy a comprometer a conciencia con una pareja, con la mujer a la que amo.
Ella era Patti Scialfa (Nueva Jersey, 1953), componente de su grupo, E Street, cantante y guitarrista, con la que llevaba saliendo una temporada, desde los últimos años de la década de los ochenta. Bruce había acumulado decenas de relaciones de donde siempre escapaba cuando la cosa amenazaba compromiso. Era su cobarde táctica. La más flagrante fue la que tuvo con la modelo y actriz Julianne Phillips, con la que llegó a casarse sin la más mínima convicción. La pareja nunca fue tal. El matrimonio arrancó en 1985 y el divorcio se firmó en 1989, aunque llevaban tiempo separados.

Bruce Springsteen con su primera esposa, la actriz y modelo Julianne Phillips, con quien se casó en 1985 y se divorció en 1989. La imagen es de 1985. Cordon

Y llegó Patti. “Era una mujer dura, poderosa y sensata. Pero también el alma de la fragilidad, y había algo en aquella combinación que abría nuevas posibilidades en mi vida”, define el músico a su compañera.
Después del tanteo inicial y de un periodo conviviendo, la relación había llegado a un punto de no retorno. El ajetreo de la gira sirvió de excusa para posponer la gran decisión. O seguía para adelante con el compromiso por bandera, o lo dejaban. Esa era la opinión de Patti, y así se la expuso al músico. Bruce seguía barriendo y dejando sus inseguridades debajo de la alfombra, acumulando porquería. “Patti tuvo paciencia… hasta cierto punto”, señala el músico.
Springsteen detecta una curiosa señal que le anuncia que esta relación es distinta: Patti y él discutían mucho. “Lo cual era bueno. Nunca había discutido demasiado en mis otras relaciones y eso había acabado siendo perjudicial. Mantener demasiados problemas sin resolver fermentando bajo la superficie siempre resulta tóxico”.

El músico y su actual pareja, Patti Scialfa, miembro de la E Street Band. La imagen es de 2008, en un acto para pedir el voto para Barack Obama.

Ocurrió en su casa de Nueva Jersey, donde la pareja encaraba una larga temporada juntos. Allí, a solas, el músico libraría su batalla con el monstruo. “No perdía los estribos a menudo, pero podía hacerlo, silenciosamente y hasta el punto de imponer el temor de Dios a mis seres queridos”, relata. Y continúa: “Parte de mí estaba realmente orgullosa de mi emocionalmente comportamiento violento, siempre empleado de forma cobarde contra las mujeres de mi vida”.
En el psicoanálisis a tumba abierta que realiza el músico en el libro señala a un responsable: su padre: “A lo largo de los años llegué a ser consciente de que había una parte de mí que era capaz de un gran desafecto y crueldad emocional, que buscaba cosechar daños y vergüenza, que deseaba herir y dañar y asegurarse de que aquellos que me querían pagasen por ello. Todo surgía directamente del manual de estrategias de mi viejo. Mi padre nos hizo creer que nos despreciaba por amarle, que nos castigaría por ello… y lo hizo. Parecía que aquello podría arrastrarle a la locura… y a mí también. Cuando entré en contacto con esa parte de mi ser, me asustó y asqueó, pero aún así la mantuve en reserva, como una fuente de poder maligno a la que podía acudir cuando me sentía físicamente amenazado, cuando alguien trataba de llegar a un lugar que simplemente no podía tolerar… más cerca de mí”.
Y la que pretendía llegar ahí era Patti. Bruce quería (ansiaba) quedarse en los confortables grises. Pero ella no le dejó esta opción: o te quedas o te vas. El músico confiesa que aquella bronca fue “monumental”, que inició el camino de la carretera, que iba a hacer lo de siempre: nacido para correr. Pero se frenó. Se preguntó: “¿Vas a echar a perder a la mejor mujer que jamás hayas conocido?”. Y se quedó. “Fue la decisión más cuerda de mi vida”, remacha el músico.
Patti y Bruce siguen juntos casi 30 años después, tienen tres hijos y se les puede ver rockeando y teniendo miradas cómplices sobre los escenarios de todo el mundo.
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