Un usuario de TripAdvisor lo define como “el hotel más extravagante y reaccionario del norte de Cornualles”. Lo de extravagante cae por su propio peso. Basta con verlo: es una especie de castillo medieval de juguete situado en lo alto de un acantilado de rocas negras. Un edificio de fantasía entre pueril y grotesca, con sus almenas, sus ventanales góticos, sus pendones y su patio de armas, que entusiasmaría sin duda a Tim Burton.
Lo de “reaccionario” sí exige una explicación más detallada. En el estandarte de su torre central hay una Q mayúscula. Q de QAnon, la red de teorías de la conspiración y fake news alimentada en foros de internet por Q, un supuesto activista anónimo de extrema derecha (casi con toda seguridad, una identidad colectiva) que ha encontrado amplio eco entre seguidores de Donald Trump o del Brexit. No se trata de una casualidad ni de una broma de dudoso gusto. El Camelot Castle de Tintagel es el primer hotel británico que se ofrece como lugar de encuentro para los adeptos de este culto subterráneo, gente convencida de que el partido Demócrata estadounidense forma parte de una red de satanistas pedófilos que gobierna el mundo desde sus siniestras poltronas.
Los que acuden a Tintagel, en la costa noroccidental del condado de Cornualles (Cornwall en inglés, Kernow en el idioma local, el córnico), suelen hacerlo atraídos por la leyenda del rey Arturo. Muy cerca del hotel están las ruinas de una fortaleza medieval del siglo XIII cuyos cimientos esconden una edificación mucho más interesante y, sobre todo, antigua: un palacio construido en los últimos años del periodo romano-británico, entre los siglos V y VI. Cuando esta última estructura fue descubierta, en 2016, se especuló con que podría tratarse del castillo de Uther Pendragon, el lugar en que el legendario caudillo britano concibió a su hijo Arturo según la crónica de Godofredo de Monmouth o los poemas épicos de Lord Alfred Tennyson.
En los últimos años, la fascinación por el mito de Camelot y sus Caballeros de la Mesa Redonda se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de esta zona, a la que no hace mucho se viajaba sobre todo para ver partidos de shinty (el hockey escocés, raudo y acrobático), visitar sus destilerías artesanales y pueblos pesqueros o hacer surf y dar melancólicos paseos por sus playas de arena blanca barridas por el viento.
Poemas sobre la almohada y Trump en el vestíbulo
El pasado mes de octubre, cuatro jóvenes hicieron el trayecto de casi cinco horas por carretera que separa Londres de Tintagel para pasar un par de noches en el Camelot, descrito en las páginas que consultaron como un lugar “pintoresco y con encanto”. Al llegar allí en una tarde brumosa y de fuerte viento, les pasó desapercibida la Q del estandarte, pero no la foto con dedicatoria de Donald Trump que presidía en vestíbulo. Rachel Bate, una de las integrantes de la partida, declaró a la revista Air Mail que “gracias a la mascarilla pude disimular lo sorprendida y horrorizada que estaba”.
Más tarde, ya en sus habitaciones, encontraron sobre las almohadas los poemas de inspiración “esotérica y patriótica” del propietario del hotel, John Mappin, que resultó ser el hombre que aparecía sonriente en la foto con Donald y Melania Trump. Bate echó un vistazo al canal de Youtube de Mappin y su esposa, Irina (Camelot TV Network), y descubrió que eran huéspedes de uno de los teóricos de la conspiración más delirantes y conspicuos del Reino Unido, un hombre que denuncia las “diabólicas conjuras” de la “internacional progresista” y presume de haber ganado una fortuna apostando, basándose en un algoritmo matemático de propia creación, a favor de Trump en las elecciones presidenciales de 2016.
Bate contó su experiencia a un redactor de Air Mail y este publicó un artículo sobre el hotel de Mappin, el primero de una larga lista aparecida en las últimas semanas. A primeros de enero, Isobel Cockerell, de la revista digital Coda Story, acudió al castillo y tuvo la oportunidad de entrevistar a Mappin. El propietario del hotel resultó ser una persona locuaz, “con un pulcro acento británico de escuela privada” y sin nada que esconder. Mientras paseaban por el promontorio rocoso, entre el hotel y el mar, Mappin, de 55 años, le expuso sus controvertidas teorías e insistió en que en absoluto se considera “un excéntrico”: “Lo que soy es un buscador de la verdad. Tengo un buen olfato para todo lo nuevo, y cuando algo capta mi atención profundizo en ello hasta convertirme en un experto”.
La conjura de los necios
QAnon, según contó a la periodista, supuso para él un descubrimiento asombroso: “Durante años, el partido Demócrata ha mantenido una red clandestina de abusos sexuales a menores y rituales satánicos para poder chantajear a los políticos implicados. Lo más sorprendente es que pasase desapercibida todo este tiempo, hasta que investigadores anónimos como Q han conseguido destaparla”. El de Mappin no es un caso aislado. Un reciente estudio del grupo antirracista Hope not Hate concluía que uno de cada cuatro ciudadanos del Reino Unido cree en al menos alguna de las teorías difundidas por Q.
Gran Bretaña es terreno abonado para QAnon. Mappin lo sabe, y no ha dudado en presentar su hotel como la primera residencia QAnon de las Islas Británicas, un lugar idóneo para personas que “se están asomando a la verdad, pero echan de menos un entorno seguro en el que puedan compartirla y profundizar en ella”. Sigue así el ejemplo de apóstoles de la causa (u oportunistas) como el alcalde de Sequim, una pequeña localidad cerca de Seattle, que pretende convertir su municipio en “el lugar en que se pueda hablar con libertad de todo aquello que el consenso liberal prohíbe”, un refugio en el que vivir de espaldas “al gobierno ilegítimo y diabólico de la izquierda radical demócrata”.
Mappin, pese a todo, niega que las habitaciones de sus huéspedes estén llenas de panfletos en que se hace propaganda de sus controvertidas ideas: “Lo he leído en alguna parte, pero debo decir que eso es falso”, le aseguró a Cockerell, “todos nuestros clientes son bienvenidos, sean cuales sean sus ideas, no es nuestra intención imponer nuestra visión de las cosas ni forzar el despertar espiritual de nadie. Solo ofrecemos respuestas a los que ya se han hecho las preguntas adecuadas”.
Hijo de un matrimonio de joyeros y heredero de una considerable fortuna familiar, Mappin completó sus estudios en Los Ángeles. Allí se interesó por la Cienciología y el misticismo New Age. Partidario ferviente de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y amigo de políticos como el soberanista Nigel Farage, volvió al Reino Unido ya en la década de 1990 para establecerse como inversor bursátil y empresario hotelero.
En 1999, mientras conducía por el litoral de Cornualles, vislumbró las torres del Camelot Castle, por entonces un albergue rural en franca decadencia, y decidió hacerle una oferta a su propietario. Lo restauró respetando su planta original victoriana, pero reforzando su aspecto neogótico, y quiso integrarlo en la llamada ruta turística del rey Arturo, potenciada en años posteriores por los descubrimientos arqueológicos en la zona. Por entonces, lo que predominaba en las paredes del establecimiento y anaqueles eran fotos dedicadas de cienciólogos famosos como John Travolta o Tom Cruise y libros del fundador de la secta, el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard. Hoy, los ha sustituido Donald Trump.
Mappin no ve nada extraño en esa deriva: “Es mi hotel, y es lógico que refleje mis creencias e intereses”. El empresario invita a los que hace turismo místico y neopagano en Glastonbury, en el vecino condado de Somerset, a que conduzcan 150 kilómetros más en dirección oeste para descubrir un lugar “con vibraciones espirituales aún más intensas”. Y, al que se sienta preparado para ello, le invita también a unirse a su cruzada esotérica y política: “Somos algo más que simples soldados en el ejército digital de Donald Trump: somos los guerreros de la libertad”.
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