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El huracán de la inflación se abate sobre un mundo inestable

El huracán de la inflación se abate sobre un mundo inestable

Una nueva y amenazante plaga, hija de las que ya se venían abatiendo sobre el mundo, cobra fuerza como un huracán en el horizonte global. Es la inflación, fruto directo de la pandemia y de la guerra de Rusia en Ucrania, que con precios que galopan a un ritmo inquietante en buena parte del planeta abre paso a temibles fantasmas. Erosión del poder adquisitivo, frenazo abrupto de las economías avanzadas, ciclos de reestructuraciones o quiebras en países frágiles, malestar social que ofrece terreno fértil para los populismos en todas las latitudes: este es el escenario que afronta el mundo, mientras las turbulencias geopolíticas y el cambio climático sacuden los cimientos.

Las causas del alumbramiento del monstruo inflacionista son evidentes. La pandemia ha provocado fuertes disrupciones en las cadenas de suministro y promovido políticas fiscales y monetarias de estímulo con efectos colaterales alcistas en los precios. La guerra en Ucrania ha exacerbado dinámicas negativas que ya se venían produciendo en los fundamentales mercados de la energía y de los alimentos. El resultado son tasas de inflación inauditas en décadas en dos de las tres mayores economías del mundo —Estados Unidos y Unión Europea—, umbrales muy altos en grandes países como Rusia o Brasil, o directamente exorbitantes en países como Argentina o Turquía, que esta semana alcanzó el 73% de tasa interanual. China se salva de esa deriva, pero por razones pésimas: su economía sufre un abrupto enfriamiento por su férrea estrategia de aislamientos frente a la covid.

Las consecuencias son graves. En su último World Economic Outlook, publicado en abril, el FMI ya hablaba de la llamarada como de un nuevo “gran shock transformativo”, señalando en especial la posición de debilidad de los países emergentes y en desarrollo. La subida de tipos en las economías avanzadas, especialmente la de EE UU, propiciará con toda probabilidad una huida de capitales de los países más frágiles, una caída del valor de sus divisas y una enorme dificultad para pagar deudas dolarizadas en un momento en el que, además, muchos están especialmente endeudados tras los embates de la pandemia.

Pero el escenario se ha oscurecido abruptamente desde ese informe. Las previsiones generalizadas según las que la inflación era un fenómeno puntual se han visto desmentidas, y queda ya claro que el sufrimiento no será exclusivo de las economías emergentes. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan y auténtico tótem del universo inversor, dijo la semana pasada que se adensaban en el horizonte nubes de tormenta. Esta semana, las calificó directamente de huracán. En un correo electrónico dirigido a los directivos de Tesla y conocido el viernes, Elon Musk planteó cortar un 10% la plantilla global de la empresa por un “pálpito supermalo” acerca de la economía. El presidente de la Reserva Federal (la Fed, el banco central de EE UU), Jay Powell, reconoció que el ajuste implicará “algo de dolor”.

Solo el tiempo dirá cuánto, cómo de duro será el impacto en ciudadanos y empresas de las diferentes economías, y cómo esto se trasladará a la política. Puede que muchos logren un aterrizaje suave, pero las premisas no son alentadoras. La OPEP ha anunciado su disposición a aumentar el ritmo de incremento de su producción, pero los 220.000 barriles añadidos son un alivio mínimo en la gran tormenta energética. En el plano de alimentos, hay muchas iniciativas en marcha, pero la perspectiva de una normalización es cuando menos dudosa. Ninguna señal permite además confiar en que el conflicto en Ucrania acabe pronto. En China, el régimen afirma haber puesto bajo control la situación en Shanghái, pero el espectro de nuevos brotes está en cada esquina y prácticamente nadie espera una reactivación en forma de V.

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La historia, por otra parte, evidencia el potencial de agitación política que tienen los ciclos inflacionistas. No hace falta mirar a casos extremos, como el célebre de la República de Weimar que derivó en la Alemania nazi. En parámetros de normalidad democrática, puede observarse la demolición de proyectos políticos, como ocurrió con los demócratas en EE UU a finales de los años setenta. La presidencia de Jimmy Carter fue golpeada por un ciclo inflacionista y dificultades de crecimiento. Ello fue un factor clave, aunque no el único, de unas derrotas políticas de las que sustancialmente los demócratas no se recuperaron hasta 1992, con Bill Clinton.

Un estudio publicado en 1999 por los profesores Harvey D. Palmer y Guy D. Whitten en el British Journal of Political Science que investigó la evolución política de 19 naciones industrializadas entre 1970 y 1994 —periodo de especial interés en materia de inflación— destaca el impacto electoral de las turbulencias económicas provocadas por la tendencias alcistas. En conversación telefónica, Whitten, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad A&M de Texas, apunta sus conclusiones. “Los fenómenos inflacionistas tienen impacto político especialmente cuando son imprevistos. Cuando hay dinámicas alcistas, pero previstas, es más fácil que haya mecanismos de ajuste estructural que atenúan las consecuencias. En cambio, cuando son imprevistas suelen tener más impacto sobre salarios o ahorros, y es cuando el malestar social crece y se traslada a las urnas. El escenario actual es claramente de dinámica imprevista”, apunta.

El aspecto central sociopolítico es la correa de transmisión entre inflación y pérdida de poder adquisitivo y su potencial como exacerbante de la desigualdad. Se trata de una dinámica muy compleja, que depende de múltiples factores que impiden enunciados rotundos y generalistas. Pero sí es posible señalar algunas consideraciones de fondo y de contexto. De fondo, según señala Grégory Claeys, investigador del centro de pensamiento Bruegel, “la inflación es un fenómeno que tiende a corroer el poder adquisitivo y lo hace de forma proporcionalmente más intensa con quienes tienen rentas bajas, porque para ellos el gasto en bienes como la energía tiene un peso relativo superior, porque tienden a tener ahorros desprotegidos de la corrosión de la inflación y menos capacidad de negociación contractual que los más formados”.

Por otro lado, el actual ciclo inflacionista se produce en un momento de sufrimiento —y deuda— acumulada en el periodo pandémico. En algunos casos, la inflación puede tener un efecto positivo para los endeudados, cuando sean privados que tengan regímenes de tipo de interés fijo o países con divisa estable. La escalada de precios reduce el peso real de las deudas. Pero no es así si están ligadas a tipos variables o en países frágiles con divisas volátiles y deudas dolarizadas. En el mercado laboral también hay dos factores contradictorios. Por un lado, apunta Claeys, el vigor del empleo en muchos países —como demuestran los datos conocidos esta semana en Estados Unidos o España— pone en buena posición a los trabajadores. Por el otro, hay una tendencia de fondo de debilitamiento de las organizaciones sindicales que coloca quizá en peor posición a los trabajadores que en otras décadas.

En términos monetarios, los grandes bancos centrales no solo afrontan la tarea, de por sí difícil, de encontrar el punto exacto entre enfriar la peligrosa inflación sin hibernar la economía; sino que lo hacen en un contexto totalmente novedoso, después de una prolongada etapa de aplicación de tácticas sin antecedentes de quantitative easing. El aterrizaje desde ese cielo no tiene muchos manuales comprobados. “Ahora mismo, la posición de los gobernadores de los bancos centrales no es nada fácil, es una situación con múltiples variables y bastante dinámica. Me preocupa que por la obsesión del objetivo de inflación del 2% suban tipos demasiado pronto, demasiado rápido, y eso haga que al final no solo haya contracción severa de países desarrollados, sino que pueda haber problemas de pago de deuda en los emergentes”, comenta Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano.

La reconfiguración de las cadenas de suministro por razones geopolíticas complica todo el escenario. La globalización ha sido durante décadas una fuerza de contención de la inflación, abaratando los costes de producción. El proceso de desacople en marcha debido a desconfianzas de corte político es sinónimo de aumento de costes. El escenario es turbulento. Emilio Ontiveros, fundador y presidente de la firma Asociación Financieros Internacionales, muestra su inquietud. “Creo que no asistimos a la misma infección inflacionista de los setenta. Pero me preocupa mucho la superposición de crisis geopolíticas. Eso lo complica todo muchísimo”, dice.

La mayoría de instituciones y expertos sigue considerando que, pese a desarrollarse de forma más intensa y prolongada de lo que se preveía hace unos meses, el ciclo inflacionista debería ir remitiendo en los próximos. Se descartan por lo general espirales catastróficas parecidas a las de los setenta. Pero el escenario geopolítico en profundo cambio, como señala Ontiveros, proyecta una larga sombra de imprevisibilidad. Y el vigor de propuestas populistas en muchos lugares tampoco ofrece buenos presagios. Los buenos datos de crecimiento de los últimos trimestres podrán deteriorarse pronto, y en muchos países los buenos datos de empleo no descartan la frustración popular por el reducido poder adquisitivo de los salarios.

A continuación, algunos apuntes sobre la situación de algunos casos de especial interés.

Zona euro

La zona euro afronta las actuales turbulencias con rasgos específicos de debilidad. En mayo los precios subieron más de un 8% con respecto al año anterior, un incremento sin precedentes en la unión monetaria. “Hay un elemento que me genera un punto de preocupación: que el Banco Central Europeo (BCE) se ve presionado para subir tipos, pero en la zona euro una gran parte de la inflación es importada, depende de factores externos como la energía”, comenta Ontiveros. “El riesgo es que entremos en un círculo vicioso de subidas de tipo que logran resultados insatisfactorios sobre la inflación y mientras tanto vayan deprimiendo la economía”, dice. Según el último boletín de Eurostat, un 39% de la inflación de la zona euro es debido a la energía; y otro 7,5% a los alimentos y al tabaco.

Las actuales circunstancias, además, pueden reavivar demonios de hace una década y aplacados durante tiempo: las divergencias entre miembros de la unión monetaria. Ya se detectan los primeros síntomas de distancia entre algunos países que quieren una reacción intensa del BCE y otros que prefieren una actitud más gradual. La brecha corre en las líneas tradicionales Norte/Sur.

“La tensión entre acreedores y deudores siempre está ahí, en todos los niveles, ciudadano, empresarial, estatal, y seguro que se notará en la zona euro. Unos quieren inflación baja, otros extraen beneficios de una más alta. El problema de la zona euro es que todavía no tiene todos los mecanismos transnacionales para resolver esas tensiones, que son propias de cada espacio monetario, de la manera mas democrática lo mas eficiente posible”, dice Otero.

Los países más endeudados pueden beneficiarse de una dinámica que abate la correlación entre deuda y PIB. Sin embargo, en paralelo, ya se están desatando los fantasmas de las primas de riesgo. Tras haber estado amansados durante muchos años gracias a la política expansiva del BCE, el cambio de ciclo está fomentando un sensible repunte. El bono italiano a 10 años ya navega un par de puntos por encima del alemán.

Estados Unidos

La escalada inflacionista en EE UU se produce en circunstancias diferentes, con una menor cuota de estrés importado y mucho mayor peso de factores internos. El mercado laboral está sobrecalentado, con nuevos datos presentados este viernes que siguen retratando una dinámica potente. Esto impulsa los salarios, reduciendo por tanto el impacto de la inflación sobre el poder adquisitivo, pero a la vez alimenta la espiral. La Fed ya se ha activado en una senda de intervención intensa en los tipos, con una primera subida de medio punto de un golpe, que será con toda probabilidad seguida de otras iguales a lo largo de los meses veraniegos. Este escenario es el que, en gran medida, explica el temor a un abrupto frenazo, como anticipan Dimon y Musk.

En términos políticos, la cuestión promete ser absolutamente central en las elecciones legislativas previstas para noviembre. El presidente de EE UU, Joe Biden, y los demócratas no solo afrontan el riesgo de ser considerados responsables de las turbulencias —como todas las fuerzas en posición de poder—, sino que deben capear la acusación de haberlas alimentado con políticas fiscales de estímulo impulsadas durante la pandemia. Si las elecciones de medio mandato suelen ser terreno privilegiado de voto de castigo, estas se antojan especialmente difíciles para los demócratas. Los sondeos han empeorado sensiblemente para ellos en los últimos meses. “Creo que los demócratas sufrirán un duro voto de castigo”, apunta Whitten.

Países emergentes y en desarrollo

Uno de los elementos más inquietantes de la crisis actual es el efecto sobre las economías emergentes y en desarrollo. El FMI señala el riesgo de una salida de capitales a medida en que la Fed suba tipos, y la activación de un círculo vicioso de deterioro del tipo de cambio de divisas, nuevos impulsos inflacionistas, dificultades para atender las deudas dolarizadas en un momento en el que, tras la pandemia, muchos sufren niveles elevados de endeudamiento.

En este contexto, se abre la perspectiva de complicados procesos de reestructuraciones, en los que el escenario de acreedores será bastante distinto de los habituales en décadas pasadas e incluso en la última gran crisis, la de 2008. China, por ejemplo, ha adquirido un mayor protagonismo, y cabe esperar que en procesos de reestructuración desempeñará un nuevo papel con un trasfondo geopolítico de consolidación de lazos.

Rusia

La economía rusa se halla sometida a intensa presión por las sanciones internacionales vinculadas con su invasión de Ucrania. Las autoridades rusas prevén una contracción de la economía del 8% este año. Hasta ahora, el daño ha sido significativo, pero ha logrado evitar un colapso de la divisa, del sistema financiero y del productivo. El presidente Vladímir Putin necesita atenuar el impacto para evitar el malestar social en un momento políticamente muy delicado. Un escenario de enfriamiento económico global y de inflación interna rondando el 20% no ayuda. El líder ruso ordenó a finales de mayo una subida del 10% en pensiones y salario mínimo.

China

El gigante asiático representa, junto a Japón, la gran excepción en el marco de fuerte ciclo alcista. Ontiveros señala que en buena medida esto se debe a que su economía se halla en un proceso de enfriamiento debido a todas las restricciones vinculadas a la pandemia. El gasto en consumo se contrajo un 11% en abril con respecto al mismo mes del año pasado. La venta de inmuebles se contrajo un 40% respecto al mismo mes del año anterior. Donde otros se hallan en situación de hipercalentamiento, China sufre una hibernación. Pero ello también representa un factor de inquietud en perspectiva global. La situación pandémica y la estrategia de contención del presidente Xi Jinping impiden contar con un robusta y constante reactivación de la economía china que pueda ejercer de fuerte contrapeso, mientras las occidentales se irán ralentizando.

Brasil

El gigante latinoamericano, que mantiene amarga memoria de episodios inflacionistas totalmente desbocados en épocas tan recientes como los noventa, se dirige hacia una importante cita electoral con las presidenciales de octubre. Las autoridades brasileñas han reaccionado al repunte inflacionista con consistentes subidas de los tipos de interés, lo que con toda probabilidad conducirá al país a las urnas en un ambiente de economía estancada.

Tras la pandemia y la guerra en Ucrania, mientras el cambio climático avanza y el desacople geopolítico desestabiliza, un mundo inestable afronta la embestida de un inquietante ciclo inflacionista. Jamie Dimon ha aconsejado a todos a ponerse en un refugio.

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