El irlandés Dan Martin se impone a Roglic en la Laguna Negra

Froome se aparta después de trabajar en cabeza en la subida final.
Froome se aparta después de trabajar en cabeza en la subida final.Kiko Huesca / EFE

En tierras de Soria dura, como los hijos de Alvargonzález, y de Machado, cuando caía la tarde corta de otoño, y las sombras se agigantaban, el pelotón cruzaba por entre las hayas, la luz en sus hojas amarillas, y los pinos altos y oscuros, lanzado hacia la laguna sin fondo de agua tranquila y negra.

Más arriba no hay sombras, el sol se ha ido, la niebla quiere invadir el pinar como lo invaden las leyendas, y es también el paisaje húmedo y frío, y verde, que se asocia siempre con Irlanda, tierra de brumas, leyendas y druidas, la tierra de Dan Martin, y su boca, su cara afilada de violinista folk, bailarín que esprinta como él sabe y gana a todos después de un día de ciclismo de invierno —mix de viento, lluvia, frío en las carreteras del páramo—, una especialidad que, simplificando, consiste en ser el mejor no enfriándose y no cayéndose en las complicadas maniobras necesarias para ponerse y quitarse varias veces chubasqueros y abrigos.

Martin, un ciclista de 34 años con perfil de ciclista viejo, puede con Roglic, feroz en la disputa, que quería la victoria, y con Carapaz, y es el mismo trío que los tres días de Vuelta ha peleado en apretado sprint. El primer día, en Arrate, les ganó Roglic al ecuatoriano y al sobrino de Stephen Roche; el segundo, en Lekunberri, tras el Marc Soler que les sorprendió bajando de Aralar, el esloveno también les ganó.

El tercero, a la orilla de la Laguna Negra de Urbión, el muro final, imponente, de una subida suave en las montañas que dan vida al padre Duero un poco más allá, es el día del irlandés melancólico que sonríe y recuerda que es su primera victoria desde hace dos años (ganó en el Mûr de Bretaña en el Tour del 18), y dos años es la edad de sus gemelos, que le esperan acurrucaditos en su casa de Andorra, y piensa en ellos, como piensa Valverde en sus compañeros de equipo, en Enric Mas, tres días seguidos también entre los mejores, en Marc Soler, que pincha en la ascensión, a los que arropa en el pelotón y abriga hasta que puede, y también piensa en Alexandra, que nació ayer y le hizo padre por quinta vez, y a los 40 años, y como Dan Martin, empezó su carrera paternal con gemelos (y el mayor, que va para futbolista, se llama Alejandro, claro).

Los lobos a los que asustan los hijos de Alvargonzález, tan torvos, de los que habla el poeta no aparecen, nadie se espanta, nadie huye. Sí que aparece Chris Froome, y todos le siguen en fila, obedientes, disciplinados. Cada uno de los ciclistas del pelotón que se rompe a sus espaldas tiene una misión, la suya, la del inglés de los cuatro Tours, los 35 años y la caída que le rompió hace dos es la de volver a ser el campeón que fue, y cuando le dicen que qué hace en la Vuelta, arrastrándose aparentemente, quedándose en la grupeta de los culos gordos los primeros días, que si no teme acabar con su mito, devaluarse, perder valor de mercado, el inglés sonríe, siempre sonríe, y dice, “qué va, cada día estoy mejor, y muy contento de cómo muevo las piernas”. Y explica que su regreso al pelotón, a una carrera de tres semanas años y medio después forma parte de un proceso de renacimiento por el que tiene que pasar para volver a ser quien era. “Volver a competir es muy importante para el año que viene también”, dice Froome, quien seguirá a partir del 2021 en el Israel, el equipo justo de Dan Martin, y el tercer día se han sentido tan bien que ha decidido participar en el lanzamiento del cohete Carapaz, su compañero y líder, hacia la laguna, y lo hace decidido, la primera carga de sus Grenadiers, y la segunda es de Amador y la tercera de Sosa. “Necesito trabajar a la mayor intensidad que pueda durante tres semanas. Es ilusorio pensar que puedo volver a mi nivel de ganador sin pasar por esto”.

El Gobierno francés amplió el jueves el toque de queda por la covid (e incluido, entre los 46, a los departamentos de los Pirineos) y ha aumentado las restricciones por la covid, y ello para la Vuelta significa renunciar a su etapa reina, prevista el domingo entre Biescas y la cima del Tourmalet con paso por el Aubisque. En su lugar, la organización ha diseñado una etapa de 146 kilómetros con llegada en la estación de esquí de Formigal (allá donde Nairo remachó su victoria en la Vuelta de 2016, después de que Contador le ayudara a aislar al líder Froome) después de ascender Petralba (3ª) y Cotefablo (2ª). El Giro, que pensaba subir el Izoard el sábado, en otra etapa reina, ha debido sustituir el gigante francés por tres pasos por Sestriere.

“Hay que aceptarlo”, dice el líder Roglic. “En estas circunstancias lo importante es luchar contra la pandemia y siempre tenemos que recordar que los ciclistas disputando la Vuelta llevamos un mensaje de esperanza para todos”.


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