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El italiano Jacobs sucede a Bolt con una lupa encima


El sucesor de Usain Bolt es el italiano Marcell Jacobs, primer actor en la final de 100 metros, apenas conocido en la escena de la velocidad y caso extremo de aprovechamiento. Llegó a los Juegos sin ruido, con una marca de 9,94 realizada en una pequeña competición, buen registro confirmado en la reunión de Mónaco con un tiempo de 9,99 segundos. Este secundario de 26 años, fuera del radar durante años, no sorprendió a nadie en Tokio. Disputó tres carreras y en las tres asombró por su eficacia y contundencia.

Corrió la primera eliminatoria, la semifinal y la final como un asiduo de las grandes citas mundiales y olímpicas, sin temor a nadie y una seguridad pasmosa, robótica. Ganó además con una marca de categoría: 9,80 segundos. No es un tiempo en la órbita de Bolt, pero se erigió como nuevo récord europeo.

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Así se conquista el oro en estos tiempos de transición. Se sabía que la retirada de Bolt, campeón olímpico en las últimas tres ediciones, iba a dejar un vacío abismal. Se fueron, declinaron o cometieron fraude los mejores de aquella generación: Tyson Gay, Justin Gatlin o Dwain Chambers. El estadounidense Christian Coleman surgió como el relevo natural del fenómeno jamaicano, pero le cazó el sistema antidopaje. No aparecía en los controles obligatorios y fue suspendido por dos años. De repente se abrió la puerta a atletas que no contaban.

Nadie reparó en Jacobs antes de los Juegos. Aunque su padre es estadounidense, Jacobs no se ha nacionalizado italiano por interés deportivo. Sus padres se divorciaron poco después de que naciera y la madre se instaló en un pueblo cercano al lago Garda. Ha realizado en Italia todo su recorrido en el atletismo, a caballo entre el sprint y el salto de longitud. Dirigido por Paolo Camossi, un antiguo y distinguido triplista, Marcell Jacobs adquirió más nombre como saltador que como velocista. En cualquier caso no dejó noticias de participaciones en anteriores Mundiales, ni en los Juegos de Río.

Jacobs ha exprimido el año como una naranja. En Torun (Polonia) se proclamó campeón de Europa en pista cubierta. De Tokio se lleva el oro, éxito insospechado para un atleta europeo. En Barcelona 92, el británico Linford Christie fue el último en conseguirlo. Hay razones para compararlos. Velocista tardío, Christie no apareció en la gran escena hasta los 26 años. Por raro que parezca en un campeón olímpico, se sabe muy poco de él fuera de Italia.

Por lo general, a los grandes velocistas les precede la fama. No es el caso de Jacobs. En Tokio se esperaba la victoria de Treyvon Bromell, un antiguo prodigio juvenil que parecía perdido para el atletismo, pero que se había recuperado esta temporada con unas marcas de consideración (9,77 segundos). Plano, sin energía, Bromell fue eliminado en las semifinales, donde ocurrieron sucesos tan prodigiosos como inexplicables.

El chino Su Bingtia, un habitual de las grandes citas, se descolgó con un tiempazo que dejó atónito al personal: 9,82 segundos. Con 9,84, Marcell Jacobs reivindicó su candidatura. Sin jamaicanos en la pista —el vacío de Bolt es más profundo aún en su isla— y dos estadounidenses buenos, pero no excepcionales (Kerley y Baker), el italiano se encontró ante la oportunidad de su vida. Grande, potente, con una frecuencia altísima de zancada, venció en la final como si llevara toda la vida corriendo por debajo de los 10 segundos. Su biografía dice lo contrario. En el mejor de los casos era un correcto saltador de longitud trasladado al sprint. Se insinúa un debate en el horizonte, que Lamont Marcell Jacobs tendrá que resolver con la misma consistencia en las marcas que ha ofrecido en Tokio.

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