Varios países europeos, con Alemania a la cabeza, han anunciado la suspensión de su ayuda al desarrollo para Afganistán tras la toma del poder por los talibanes. El ascenso de estos extremistas suníes también abre un interrogante sobre las condiciones de trabajo para las organizaciones humanitarias internacionales. Aun así, el jefe de operaciones del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Mustapha Ben Messaoud, expresa la voluntad de esa agencia de permanecer en el país asiático. “Hay una generación en peligro y estamos decididos a cumplir nuestra tarea”, cuenta a EL PAÍS por videoconferencia desde Kabul.
Ben Messaoud se muestra “cautelosamente optimista” sobre las promesas de protección que les han dado los talibanes. “Hemos estado hablando con ellos a diario. En las ciudades que han ido tomando, se han puesto en contacto con nosotros y nos han asegurado que podíamos continuar nuestro trabajo”, declara.
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Durante la dictadura talibana (1996-2001), las agencias de la ONU vieron muy limitadas sus actividades y el movimiento de sus empleados. ¿Se fían de que no vuelvan a las andadas? “Hasta el momento, han cumplido sus promesas”, declara, y menciona la protección que brindaron a sus instalaciones de Herat y Mazar-i-Sharif, donde hubo mucho caos durante la transición. Once de sus 13 oficinas están funcionando. Admite, no obstante, que todavía hay ciertas contradicciones sobre si sus empleadas pueden seguir trabajando o sobre la educación de las niñas.
En algunas zonas los representantes talibanes esperan instrucciones sobre la educación de las niñas, mientras que en otras se muestran favorables. “Ahora mismo, niños y niñas de primaria y secundaria están examinándose en Herat, niños y niñas”, subraya Ben Messaoud. Además, recuerda que desde hace un año tienen en marcha medio centenar de escuelas comunitarias en las zonas que ya estaban bajo control talibán, que atienden a 1.500 críos, un tercio de ellos niñas. “En Kabul y Kandahar las escuelas están cerradas por la covid, así que veremos qué pasa cuando reabran en septiembre”, apunta.
Será una prueba sobre la sinceridad de los talibanes respecto a la educación de las niñas, a las que excluyeron durante su anterior etapa en el poder. Incluso si se concreta, apenas un primer paso en la mejora de la educación infantil. A pesar del esfuerzo realizado desde 2001, cuando EE UU derribó al régimen talibán, Afganistán aún tiene cuatro millones de menores sin escolarizar y la ONU sigue considerándolo uno de los peores lugares del mundo para ser niño.
Los combates, o el temor a verse atrapados en ellos, han llevado a 390.000 afganos a abandonar sus hogares desde el pasado febrero, según la ONU. “Dada la demografía de Afganistán, podemos estimar que la mitad de ellos son niños”, señala Ben Messaoud. Unicef está facilitando asistencia a aquellos que llegan a las ciudades, aunque el responsable admite hay muchos a los que no alcanzan.
Además, denuncia que “hay niños en los grupos armados”, poniendo el acento en el plural para evitar malentendidos. “Diversos activistas afganos han alertado de la presencia de muchachos muy jóvenes armados entre los milicianos talibanes que han entrado en las sucesivas ciudades desde principios de mes”, apunta. El responsable de Unicef evita entrar en detalles sobre el número de chavales afectados o qué grupos concretos los reclutan.
No está claro si esa implicación en la guerra tiene que ver con que 552 niños hayan muerto y 1.400 hayan resultado heridos desde principios de año. “Es la cifra más alta desde que disponemos de estadísticas al respecto”, señala Ben Messaoud.
La ofensiva que ha llevado a los talibanes hasta Kabul solo ha agravado una situación que ya era ardua. “Incluso antes del último estallido de violencia hace dos meses, teníamos una situación de emergencia debido a la grave sequía que afecta a entre el 80% y el 85% del país. Al menos 18 millones de afganos necesitaban asistencia humanitaria, la mitad de ellos niños y 3,5 millones de estos con desnutrición severa”.
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