El joven que quiere conseguir que dejes de tirar comida a la basura


El madrileño Parque del Oeste es para Diego García Vega (Madrid, de 24 años) su gran oasis en la capital. Un enorme rincón verdoso donde meditar, pasear y… trepar por los árboles. “Suena raro, pero en Estados Unidos es un deporte. Me gusta la sensación de verlo todo desde arriba, y en este parque los árboles son altísimos”, comenta, con una libreta llena de hojas secas bajo el brazo, el protagonista de Chef sin desperdicio, la serie documental de HBO Max en la que recorre ocho países europeos, denuncia sus problemáticas agroecológicas y cocina con estrellas Michelin capaces de aprovechar al milímetro el morro de un cerdo, las espinas del pescado o el azúcar extraído de unos trozos de pan.

Como esas pasiones que de tan profundas son imposibles de rastrear, el biólogo es incapaz de recordar el instante en que la naturaleza lo cautivó. De niño estaba obsesionado por las pequeñas reliquias que supuraba la tierra, dormía con un martillo de geólogo bajo la almohada y un tesoro de amatistas, cuarzos y amonites fosilizados bajo el colchón. “Yo no entendía por qué no todo el mundo era así. A mí, cualquier acto social clásico no me interesa ni una parte de lo que me interesa la curiosidad, la emoción y la belleza de la naturaleza”, exclama.

El biólogo muestra las ramas y las hojas secas que guarda en su libreta.Matías Uris

Estudió Biología en Londres, trabajó para la ONU en Jamaica y Panamá en la conservación de la biodiversidad marina, acabó frustrado por la falta de voluntad de los políticos y desembocó en la agroecología: “En aquella época, pensaba mucho en lo que comía y buscaba cómo se producían los alimentos. Al final, la agricultura le impone los mayores desafíos y las mejores soluciones a la ecología”.

Investigaba sobre ello en el think tank IDDRI de París cuando el marido de su prima, el productor Nacho Medina, lo llamó con la invitación a crear juntos un documental inspirado en Zero Food Waste, un proyecto que García Vega ingenió mientras estaba en la universidad para donar los restos de comida de varias cafeterías de Londres a un refugio de mujeres sin techo. Acostumbrado al silencio y la penumbra de las bibliotecas, aquella llamada le hizo un nudo en el estómago. “Pero fue como: sí. Sí, y ya veré”, recuerda.

La serie carece de guion, todo es espontáneo. A menudo hay despistes, risas, pero los datos que señala García significan una crítica argumentada a un sistema cimentado en la sobreexplotación de los recursos naturales. Su familia y sus amigos nunca han leído sus publicaciones académicas, pero sí han visto el documental. “En ecología sueles escribir noticias terribles y sientes que estás en una sala de eco. El documental, en cambio, transmite una energía proactiva de cambio y esperanza”, señala quien conoce bien los efectos de predicar con el ejemplo. Vegano desde los 17 años, sin quererlo ni imponerlo ha logrado que su abuela judeomarroquí excluya la carne del sabbat para toda la familia.

Su horizonte no es el exilio al campo lejos del polvo urbano, no cree en la dicotomía hombre-ciudad, naturaleza-espacios protegidos, sino en su simbiosis. “El hombre no es siempre la plaga, podemos ser actores positivos en el ecosistema, y la agricultura me parece el campo de batalla más obvio para intentarlo”, señala Diego García Vega mientras se mancha los dedos de barro en el pequeño bosque de la capital a escasos días de emprender el recorrido de la segunda temporada de Chef sin desperdicio.

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