El Barça y el Madrid se citan este sábado en el clásico de la mascarilla (Camp Nou, 16.00 Movistar). A ninguno le conviene precisamente abrir la boca, tienen poco de qué presumir, condicionados los azulgrana por la tormenta institucional y los blancos por la crisis deportiva, y a los aficionados les está prohibida la entrada al estadio, y también a los bares y restaurantes por el efecto contaminante de la covid-19. Una desagradable novedad cuando se cumplen 20 años del atronador regreso de Figo al Camp Nou. Así que será un partido a distancia, sin el gas sentimental que alimenta una rivalidad histórica ni la trascendencia de los que se celebran con el título en juego porque LaLiga acaba de empezar, circunstancia que no rebaja la presión en especial para Zidane y para Bartomeu.
El presidente barcelonista se encomienda al equipo con la esperanza de haber acertado con la elección de Koeman mientras gana tiempo para reunir a la junta directiva —presumiblemente el próximo lunes— gestionar el voto de censura —la reunión del martes debería ser decisiva para la fecha— y citar a los jugadores a la mesa constituida para la reducción salarial —los capitanes aceptarán sentarse el miércoles si se les trata diferente a los trabajadores del Barça. “Es una barbaridad que el club se haya gastado dinero en criticarnos”, afirmó Piqué en una entrevista a La Vanguardia. El club es un volcán en contraste con el equipo a pesar de haber perdido en Getafe y empatado con el Sevilla.
El 5-1 alcanzado el martes contra el Ferencvaros en la Champions ha actuado de bálsamo porque el 5 siempre fue un dígito que revitaliza al barcelonismo y los extremos rejuvenecieron a Messi. Trincão y Ansu Fati, y después Dembélé, animaron al 10 ante la sonrisa de Griezmann. Aunque el francés siempre pone la misma cara, sea titular o suplente, aspira a regresar al equipo en lugar del portugués, más que nada porque el rival es el Real Madrid.
Sin jugador número 12
“Nos faltará el jugador número 12”, resumió Koeman, quien deberá elegir bien a los acompañantes del 10, que no marca en el clásico desde mayo de 2018 después de contar hasta 26 goles en 44 partidos, aliviado en cambio por recuperar a su socio Jordi Alba.
Aunque le falta continuidad, para jugar a las revoluciones deseadas, el técnico está encantado con la energía y ambición que desprende su equipo, consciente en cualquier caso de que para ganar confianza no hay nada mejor que derrotar al Madrid. “Es algo más”, precisó para después matizar que el resultado acostumbra a depender de “los detalles” con independencia de que se juegue en Barcelona o Madrid.
Koeman, idolatrado por el gol de Wembley, debería estar más tranquilo que Zidane, entronizado por su tanto en Glasgow. Las sonrojantes derrotas seguidas ante el Cádiz y el Shakhtar, ambas en cancha madridista, han dejado al entrenador en una situación incómoda antes de acudir a un estadio fetiche como el Camp Nou.
El francés construyó su leyenda como técnico a partir del 1-2 alcanzado en 2016 en el estadio azulgrana, un campo en el que no ha perdido desde entonces y que acostumbra a estimular al equipo blanco de la misma manera que los azulgrana responden mejor en el Bernabéu. Zidane mantiene la esperanza de que sus jugadores reaccionarán desde que ha recuperado al capitán Sergio Ramos. A veces parece que la fuerza del Madrid depende de la presencia o ausencia del central de Camas. A sus 34 años, Ramos es la referencia del Madrid de la misma manera que Messi lo es del Barça cuando ha cumplido los 33.
Animados por la perseverancia de los veteranos y las buenas condiciones de los jóvenes, muy distinguidos últimamente en el Barça por el impacto de Ansu Fati y Pedri, a los dos equipos le preocupan la clase media de sus plantillas y los fichajes: Hazard no acaba de encontrarse bien y Odegaard no jugará en el Camp Nou. Tampoco Dembélé, Coutinho y Griezmann han logrado cubrir de momento el hueco dejado por Neymar en el Barcelona.
Han mejorado de todas maneras sus variantes ofensivas a partir del 4-2-3-1 y se mantienen sus desajustes defensivos porque el doble pivote todavía no mezcla bien y le faltan un central y un lateral para cerrar mejor a la espera de que se recupere Ter Stegen. Y al Madrid, equipo indesmayable, le ha dado un ataque de pereza o desgana, y dejó de ser el grupo impermeable cuya solidez le permitió administrar los pocos goles que marcó el año pasado para ganar LaLiga.
A los dos le han perdido el respeto los rivales; ahora falta ver cómo se tratan entre ellos en el silenciado Camp Nou. No son días para la grandilocuencia sino para el álbum de cromos y el ruido enlatado, como si cualquier tiempo pasado hubiera sido mejor, contaminado el fútbol por la covid-19.
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