¿Setas o Rolex?
El Madrid nunca pidió perdón por ganar, tampoco en Arabia. Le sobra categoría individual para hacer del gol un espectáculo, y madurez colectiva para cuidar lo conseguido y esperar el contragolpe redentor. Como de autoestima siempre estuvo sobrado, no tiene que justificar los triunfos. El Barça de Xavi juega como si jugara Xavi, pero sin Xavi, y aún no le alcanza para llevar las ideas al resultado. Muestra una valiosa lealtad al estilo: este Barça sale a por setas y nada lo distrae. Al Madrid, en cambio, le vale todo. Si en el camino encuentra un rolex se lo mete en el bolsillo, aunque luego siga buscando setas. Resulta hasta increíble que, en la globalización que uniformiza, el negocio que exprime y la tecnología que invade, los dos equipos permanezcan tan fieles a sus historias. Solo así se explica que, tras el partido, el Madrid se fuera contento y el Barça no se fuera triste.
Irse a los extremos
Hubo largos momentos en que el clásico parecía estar jugándose en una pizarra. Pasaba lo que sabíamos que iba a pasar con una puntualidad burocrática, salvo en los extremos del campo, donde al partido lo sacudían dos jóvenes que llenan los ojos. Por un lado, Vinicius se subía a su moto con un destino definido: el área, la portería, el gol. En el otro lado, Dembélé, subido encima de una escoba mágica, deslumbraba con sus infinitos recursos con un rumbo más impreciso, como si en el camino se le olvidara donde tenía que ir. Para la vista, Vinicius resulta atractivo y Dembélé hasta divertido, pero cuando pasamos de la seducción a las estadísticas, este Vinicius ha incorporado a su juego una concreción demoledora que, en Dembélé, aún seguimos esperando.
Director de orquesta busca orquesta
Si llevamos este duelo individual a lo colectivo, llegaríamos a conclusiones parecidas. Vinicius es el que cuando marca un gol se besa el escudo y nos dice, con gestos: “Este es mi sitio”. Dembélé, en cambio, está debatiendo con su agente cuál es su lugar en el mundo. El Madrid está hecho y la sensación, por los resultados y el efecto Mbappé, es que en el futuro todo puede mejorar. No importa si varios de sus jugadores indiscutibles están en edad de merecer, la percepción es que todo encaja. El Barça está por hacer, y aunque sus jóvenes sean muy prometedores, hay que esperar que el tiempo haga su trabajo. Lo que ocurre es que el tiempo tiene una cadencia que no se corresponde con “las urgencias históricas” (Menotti dixit) del club. Xavi conoce como nadie las entrañas del monstruo y parece el director de orquesta adecuado para las aspiraciones del club. Solo le falta saber con qué orquesta.
El nuevo Williams y la vieja leyenda
En la segunda eliminatoria vimos al Atlético buscándose a sí mismo sin encontrarse. Jugó un partido bajo la ley del mínimo riesgo, poniendo más energía en no ser sorprendido que en sorprender. A la hora, marcó un gol que no merecía y se puso a defenderlo. Pero la necesidad desató al Athletic de Bilbao y Nico Williams abanderó una reacción que compensó el aburrimiento padecido. El nuevo Williams, rápido, hábil y atrevido, culminó la remontada tirando de repertorio. Alcanzó un balón en profundidad y sacó un fuerte tiro con la pierna derecha que dobló la mano de Oblak. Del córner provocado recogió un rebote tentador, de esos que invitan a romperla, pero esta vez abrió el pie y eligió un golpeo suave e inalcanzable con la pierna izquierda. El gol desató un delirio juvenil que alcanzó hasta a su madre, que estaba en la tribuna. No vino mal recordar que al fútbol aún le quedan rasgos humanos.
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