Si el verdadero sentido del maratón consiste en un diálogo sincero con los límites propios, con el dolor y la agonía para encontrar un sentido a la vida, bien podría decirse que nadie ha llegado tan lejos en la búsqueda, y en el hallazgo de que en realidad no hay límites en el maratón, el sufrimiento y la vida, como Rick Hoyt, que nació con parálisis cerebral, tetrapléjico y sin capacidad para hablar hace 59 años en Massachusetts (Estados Unidos) y ha completado 32 veces, entre 1980 y 2014, el maratón de Boston. Lo disputaba en una silla de ruedas que empujaba su padre, Dick, fallecido esta semana pasada a los 80 años. Una estatua de bronce, erigida en 2013 junto a la calle de salida de la prueba bostoniana, y con un Yes, you can (sí, tú puedes) grabado en una placa, honra las proezas de un dúo que, como contaba Rick en el New York Times hace unos años, se convertía en una unidad especial cuando salían a correr. “Cuando mi padre y yo corremos, se forma entre nosotros un vínculo único”, decía el hijo; “y siento entonces que no hay nada que mi padre y yo no podamos hacer”.
Aunque su familia había logrado interpretar primariamente los ruidos que emitía Rick, sus gestos y sus sonrisas, todo cambió en 1972, cuando tenía 10 años y unos ingenieros de la Universidad de Tufts, cerca de Boston, diseñaron una computadora mediante la cual Rick podía hablar eligiendo letras con golpes de su cabeza. “Sus primeras palabras fueron go, Bruins [un grito de ánimo a los Boston Bruins, el equipo de hockey hielo de la capital de Massachusetts], y así nos dimos cuenta de cuánto le gustaban los deportes”, explica el padre en e, libro, publicado en 2010, Devoción: la historia del amor de un padre por su hijo. Y con la ayuda comunicativa de la computadora, Rick estudió en la Universidad de Boston y se licenció en Educación Especial.
Dick Hoyt, nacido en 1940, fue capitán del equipo de fútbol de su instituto y se casó a los 21 años, nada más graduarse, con la capitana de las cheerleaders del equipo, su novia desde el instituto. Después se enroló durante 37 años en la Guardia Nacional. No había corrido en su vida antes de 1977, cuando tenía 37 años y Rick le pidió que participaran juntos en una carrera de ocho kilómetros, y con el padre empujando la silla del niño consiguieron terminar ambos. Fueron los penúltimos. Fue el inicio de una rutina de más de 1.000 carreras en casi 40 años, en cuyo menú no solo hubo maratones, aunque fue su especialidad y en la que fueron tan buenos que en 1992 lograron terminar el maratón de los Marines en Washington en un tiempo extraordinario de 2h 40m 47s, el mejor tiempo de todos los participantes en la categoría de edad de 50 a 59 años. Y también compitieron en triatlones y en siete ironmen, en los que en la prueba de natación el padre empujaba una barquita en la que iba el hijo y en la de ciclismo compartían un tándem. Su mejor tiempo en un ironman (3,86 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y un maratón de 42,195 kilómetros corriendo a pie) fue 13h 43m 37s.
Aunque los primeros años no pudieron inscribirse oficialmente y recibir un dorsal, pues los organizadores no sabían en qué categoría ubicarlos, su prueba emblemática y preferida fue el maratón de Boston, el más antiguo del mundo y todo un símbolo de la ciudad, como dolorosamente pudieron comprobar en 2013, cuando estallaron dos bombas en la meta. Los organizadores les pararon y no pudieron terminarla. Tenían previsto que sería su última maratón juntos, pero volvieron en 2014 para acabar de manera definitiva.
Cuando su padre se retiró, Rick encontró sustituto en un amigo dentista, pero falleció en junio a los 50 años y ha dejado al maratoniano tetrapléjico, también huérfano de madre, en la única compañía de sus dos hermanos y los ocho tíos, hermanos de su padre. Pocos dudan de que pronto encontrará un nuevo compañero, o compañera, que le guíe en su búsqueda inacabable y aprenda a su lado.
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