El mejor esprínter de la historia alcanza al ciclista más grande de todos los tiempos

Cavendish, de verde, por delante de todos en Carcasona.
Cavendish, de verde, por delante de todos en Carcasona.DPA vía Europa Press / Europa Press

Cumple 93 años Bahamontes, el gran Federico, y para festejarle, el Tour de Francia, siempre original, le organiza una etapa no pirenaica, regalo muy visto, sino herética, como él, y tan calurosa como el Toledo del Águila en julio. Puro homenaje al ser más individual del ciclismo, decano de ganadores del Tour, que desde su último refugio, en la Tierra de Campos vallisoletana, se confiesa “muy bien de cabeza”. “Y eso admira a todo el mundo, que me dice, pero qué memoria tienes, Federico, pero ando jodido de las rodillas y apenas puedo andar”, cuenta por teléfono el ganador del Tour del 59 a quien le canta cumpleaños feliz, al que le añade: “Y muy contento porque el Tour me ha declarado el mejor escalador de la historia, y todavía hay alguno que dice que ha sido mejor que yo…”

El objetivo último era, de todas maneras, que el pelotón doliente celebrara al mejor sprinter de la historia, Mark Cavendish, de 36 años, tan querido en su temporada del retorno al grito de Cav is back, que gana en Carcasona la 13ª etapa, su cuarta victoria en el Tour del 21, la 34ª en sus 13 Tours. 34, como Eddy Merckx, plusmarquista en solitario hasta ahora, quien se ríe. “¿Cómo me va a quitar el sueño perder el récord de etapas…?”, dice el Caníbal en La Gazzetta dello Sport. “Cavendish solo gana sprints, y yo ganaba contrarrelojes, montaña, sprints, todo…”

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No será el Obús de Man quien peque de herejía, en este capítulo, al menos. “No me comparen con Merckx”, pide, sensato dentro de su exaltación. “Yo seré el mejor sprinter, pero Merckx es el mejor ciclista de todos los tiempos”.

De camino la entronización de Cavendish en las murallas medievales de Carcasona, de todas maneras, no venía mal meter al pelotón por carreteras estrechas en paisajes áridos, desoladores y hermosos, cañones profundos de ríos secos, la vieja Minerva, ruinas de carnicerías de albigenses y gravilla en la carretera D128, recién asfaltada, que envía a varios corredores derrapando al barranco en una curva tomada a 65 por hora –entre ellos Majka, el mejor escalador del equipo del líder, dos días antes de Andorra y los Pirineos–, y un poco de viento por la derecha para que se divirtiera Richard Carapaz en los últimos kilómetros, y para que, siempre de amarillo brillante y tranquilo, Tadej Pogacar luciera su soledad calmada en medio del ataque de nervios de todo el pelotón. “Si había problemas por la derecha, me iba a la izquierda, y al revés, o por el centro”, dice el esloveno, de 22 años, habilísimo a la hora de vivir de las ruedas de sus rivales y de pasar rozando sin causar heridas las barrigas de los espectadores gordos en las aceras, turistas felices y tostados al sol con una camiseta de lunares rojos. Y todo se calma cuando el viento sopla de cara, al final. Y todos sudan.

Cavendish rueda ya en trono antes de la entronización, portado en andas como un santo en procesión por un campeón del mundo, su compañero de equipo Julian Alaphilippe, más niño hiperactivo que su recién nacido Nino, e incapaz de pasar un día sin sentirse actor principal. Si no está en fuga, atacando hasta reventar, el francés se pone en cabeza del pelotón y organiza el dique Deceuninck, que resplandece en las tierras cátaras como los ejércitos de cruzados. Nada puede estropear la fiesta del inglés, así que se permite una fuga tonta, de solo tres, con el valor folclórico de que un ciclista israelí, Omer Goldstein, en la escapada, pueda así ganar una meta volante, y se bloquea al resto. Así hasta las calles de Carcasona, donde sus amigos Asgreen, ganador del Tour de Flandes, Ballerini y Morkov le organizan la carroza final velocísima y potente, y sólida resiste el intento de desarmarla de un asturiano fuerte, Iván García Cortina, que en el día de Bahamontes se lanza a 200 metros de la línea y hasta parece que puede triunfar. Cavendish está en un laberinto del que le extrae como por arte de magia el sabio danés Morkov, tan rápido que hasta casi tiene que frenar unos metros antes de la línea para que gane su jefe. Símbolo del extradominio del Deceuninck, Morkov termina segundo. Cortina, cuarto y sexto es Alex Aranburu, debutante con el Astana en el Tour más duro y extraño de los últimos años, al que llega desde un caserío en Ezkio-Itsaso (Gipuzkoa) y, con la misma tenacidad con la que se hizo en casa un gimnasio casero para curarse las rodillas que tanto atormentan a Federico siguiendo los consejos del fisioterapeuta Jurdan Mendigutxia. “Fue hace tres años y, bueno, tanto como un gimnasio, no, monté con pesas y gomas un txoko, un sitio para hacer unos ejercicios”, dice Aranburu, de 26 años quien, probablemente, compartirá Movistar con Cortina en 2022. “Pero, bueno, dice, ahora estoy en el Tour, no se puede hablar de eso”.

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