El 19 de septiembre se cumplirán 36 años del fallecimiento de Italo Calvino, a quien sorprendió la muerte a punto de terminar la última de las seis conferencias que la Universidad de Harvard le había encargado como invitado de las Charles Eliot Norton Poetry Lectures. Aquellos ensayos, reunidos de forma póstuma en Seis propuestas para el próximo milenio (1988), constituyen una coruscante expresión de la poderosa clarividencia del escritor italiano. Si la Academia Sueca ignoró a algunos de los más grandes autores del siglo XX en lengua francesa (Proust), alemana (Kafka), inglesa (Joyce) y española (Borges), en mi arbitrario parecer Calvino representaría a la literatura en italiano dentro de esa serie.
Cuando Calvino murió en 1985, Internet no era una red accesible, no existían los ordenadores personales, tampoco los procesadores de textos, y las llamadas de larga distancia suponían la farragosa mediación de operadoras telefónicas. Es decir, que los entornos de la lectura y la escritura que conoció no tienen casi relación con los del presente.
¿Cuáles fueron las epifanías que podemos encontrar en Seis propuestas para el próximo milenio? Calvino estaba persuadido de que el nuevo milenio sería tecnológico, que los tiempos de lectura se irían reduciendo y que la imagen visual se impondría hegemónica sobre la letra impresa. En virtud de todo eso, dejó escritas cinco charlas tituladas Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad y Multiplicidad. La sexta pensaba redactarla en el mismo campus de Harvard y se habría titulado Consistencia, pero hasta el día de hoy no se ha encontrado el borrador de aquella conferencia.
Calvino recomendaba limpiar la escritura de las adherencias de la pesadez del mundo (Levedad); rompió una lanza a favor de las formas breves y exaltó la digresión como una estrategia de concisión dentro de narraciones largas (Rapidez); instó a utilizar la ciencia y las bellas artes como paradigmas de simetría y precisión en el lenguaje (Exactitud); tendió puentes entre el imaginario y las imágenes, para concederle a lo visual un estatuto literario (Visibilidad), e hizo hincapié en la epopeya enciclopédica que deberían asumir los escritores del futuro, conscientes del saber adquirido y conscientes del saber del que estarán excluidos (Multiplicidad). Acertó en cada una de sus propuestas, pues los blogs, la minificción, los microensayos, las novelas fragmentarias, los guiones de las series, las entradas de las redes sociales y todas las formas breves que hoy se multiplican en todos los soportes analógicos y digitales colman alguna o todas las situaciones que entrevió.
No me resisto a citar uno de los problemas que intuyó: “Una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias”. Recordemos que a comienzos de los ochenta nació la corrección política en los campus universitarios de EE UU, y el gran Italo Calvino vio venir los lodos que provocarían aquellos polvos.
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