El 20 de mayo de 1986, un helicóptero cae en vertical en la Costa Azul. En el interior del aparato, que cubría el trayecto entre Cannes y Niza según las crónicas de la época, viajan cuatro personas, que quedan sumergidas durante horas bajo el agua del Mediterráneo: entre ellas, el industrial vasco José María Aristrain Noain, de 69 años, una de las grandes fortunas de España. La cabeza de un imperio surgido en 1955 con la creación de la fundición J. M. Aristrain S. A., que a mediados de los ochenta facturaba 50.000 millones de pesetas al año (300 millones de euros al cambio actual) y que, solo dos meses después de la tragedia, ya dirigía su hijo José María Aristrain de la Cruz. El heredero, que también había perdido antes a su madre, apenas tenía 24 años cuando su vida dio un giro mayúsculo.
El joven decidió continuar con la carrera de su padre, que no solo marcó su infancia y adolescencia, sino que aún sigue influyendo en él, según fuentes de su entorno más cercano. Muchas de las decisiones de este discreto empresario, que apenas se deja ver en público y vive obsesionado por la seguridad, solo se entienden, afirman dichas fuentes, bajo el prisma del recuerdo de Aristrain Noain, un industrial que hizo fortuna durante el franquismo —la leyenda dice que comenzó recogiendo chatarra en los márgenes del río Oria— y que tuvo fama siempre de negarse a pagar el “impuesto revolucionario” en los años más duros del terrorismo etarra, lo que le obligó a contratar escolta para él y su familia. “Los Aristrain no admiten ningún chantaje”, dicen en su entorno cuando se le pregunta por aquella época o por qué no opta ahora por pactar con la Fiscalía en el juicio que afronta en la Audiencia Provincial de Madrid por uno de los supuestos mayores fraudes fiscales de la historia reciente del país: “Sería como admitir ante su padre que es culpable”.
Desde el pasado 20 de octubre y tras dos años de aplazamientos, Aristrain hijo, también bautizado como El magnate del acero, se sienta en el banquillo. La vista oral acabó este viernes tras media docena de sesiones que han destripado las finanzas personales del empresario, al que la revista Forbes atribuyó este 2021 un patrimonio de 950 millones de euros y al que sitúa en el puesto 27 de las mayores fortunas de España. “Se cree que ahora posee una participación del 2% en ArcelorMittal, la mayor empresa siderúrgica del mundo [y con sede en Luxemburgo]”, reza la publicación. Según la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), también tiene el 11% de Tubacex, el segundo mayor productor a nivel mundial de tubos sin soldadura en aceros inoxidables.
La Fiscalía cree que el industrial diseñó una compleja estructura societaria para evitar tributar en España por las ganancias que obtuvo de sus negocios entre 2005 y 2009, mientras fingía además vivir en Suiza. “[No pagó] ni por el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), ni por el Impuesto sobre el Patrimonio, ni por los dividendos y plusvalías obtenidas por las sociedades por él controladas”, destaca el ministerio público en su escrito de acusación provisional, donde cifró el fraude en 211 millones de euros y pidió una pena de 64 años de prisión y una multa de 1.190 millones. Unos cálculos que, nada más comenzar el juicio, ya se redujeron porque los magistrados dieron por prescritas varias imputaciones, por las cuales se solicitaban 24 años de cárcel y 410 millones de multa. Y, según Efe, la Fiscalía ha pedido finalmente este viernes 52 años de prisión y una sanción de 185 millones de euros por el resto de delitos. Pero, ¿el empresario los admite?
—No me puedo declarar autor en absoluto —afirmó Aristrain el 21 de octubre ante el tribunal, antes de acogerse a su derecho a no declarar.
Estas son las pocas palabras que el magnate ha pronunciado en público desde que estallara el caso. Sin embargo, fuentes de su entorno aceptan hablar para EL PAÍS y defienden su inocencia. Insisten en que realmente se mudó a Suiza y que pagó impuestos allí donde debía hacerlo: “Tenemos la razón y él está cansado. Todo este proceso le ha hecho mucho daño y ha deteriorado su salud”. En 2019, cuando se iba a celebrar el juicio por primera vez, acudió a la Audiencia en silla de ruedas. Este octubre, lo hizo con muletas.
Además, si antes de la investigación ya era un hombre esquivo, desde entonces su desconfianza se ha multiplicado. Su entorno explica que sale poco de casa, aunque nunca se ha prodigado mucho en actos y ha evitado los círculos políticos y de poder. Estas fuentes detallan que siempre ha estado obsesionado con la seguridad —herencia también de su padre, sobre cuya muerte especuló la prensa francesa que fuera un atentado—. Ha vivido durante años con el temor de que ETA lo secuestrase. De hecho, apenas hay imágenes del magnate en los medios de comunicación y su rostro resulta desconocido para el gran público. “Era muy frío en el trato”, asegura uno de sus antiguos gestores. “Es muy reservado”, apunta una de las personas que trata con él, que añade que, para más inri, se ha sentido traicionado en los últimos años por uno de sus más cercanos colaboradores, Dámaso Quintana, al que colocó al frente de algunas de sus empresas y al que ha denunciado por administración desleal.
Versiones cruzadas
Las versiones cruzadas se han convertido en el eje de la batalla judicial. Y, en una de las jornadas de la vista oral, sentados en forma de medio círculo, ocho peritos se preparan para volver a evidenciarlo ante el tribunal: a un lado, cuatro de la Agencia Tributaria y de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF) propuestos por la Fiscalía y la Abogacía del Estado; al otro, cuatro pagados por Aristrain. Todos desgranan durante horas la vida de la familia: su colección de “vehículos de lujo”; sus “decenas o cientos de inmuebles en España: viviendas, fincas rústicas, ganaderías…”; sus facturas de teléfono, de la luz, de médicos, del dentista, de los colegios de los niños…
Los primeros tratan de demostrar así que residía realmente en España. “Cuando fuimos a registrar su vivienda, prácticamente estaba allí toda su familia (su actual mujer y casi todos sus hijos), además de los escoltas y empleadas del hogar”, detalla uno de los peritos de Hacienda: “Era una vivienda donde se vivía. Estaban sus habitaciones, sus ropas, sus ordenadores, sus objetos de uso cotidiano. Había despensa de alimentos”, describe. La defensa asegura, en cambio, que justo se encontraban haciendo escala en Madrid para un viaje.
Según el experto de la Agencia Tributaria, también intervinieron la agenda de Aristrain, en la que apuntaba dónde pasaba cada día, “para saber cuántos escoltas necesitaba”; un libro en el que anotaba la correspondencia que recibía y dónde; y documentos con “todas las transacciones y órdenes de transferencia que hacía él personalmente”. “Todo eso demuestra que su centro principal de intereses estaba en Madrid”.
Los técnicos del industrial vasco concluyen justo lo contrario: “La residencia de Aristrain en Suiza es tan real y efectiva que las autoridades suizas analizaron toda la documental y llegaron a la conclusión de que reside allí”. Uno recuerda que el país helvético le ha emitido un “certificado” donde admite lo mismo. “En su domicilio de Suiza hay consumo de luz, gas y electricidad. Contrata seguros de la casa y de accidentes. Se gasta 1,5 millones de euros en obras. Se compra un coche en 2006. El único móvil que se le incautó a Aristrain era suizo. En el extracto de una tarjeta suiza constan gastos casi todos los meses de 2006”, resume otro de sus peritos. A todo ello, los técnicos de Hacienda responden: “Todos esos gastos eran muy pocos, en grado mínimo, [en comparación con los de España]”.
El entorno del magnate confía en salir victorioso. Si no, admite, se han analizado ya los diferentes escenarios que se abrirían para contar con un “plan b, c o d”. Una vez acabado el juicio, la palabra la tienen los tres jueces de la Audiencia Provincial que dictarán sentencia. Mientras llega, según fuentes de su círculo más próximo, Aristrain “sigue” viviendo en Suiza.
Source link