Mauricio Leal era el peluquero de los famosos en Colombia. Peinaba a reinas de la belleza, celebridades locales y presentadoras de televisión. Era un tipo flaco, barbilampiño, al que le gustaba tintarse el pelo. A los 47 años estaba en la cima de su carrera. No era fácil agendar una cita en su negocio de Bogotá. Aparecer en su página web como una clienta habitual era síntoma de estatus. Pronto iba a firmar colaboraciones con la organización de Miss Universo y Victoria Secret. Por eso a todo el mundo le extrañó que en noviembre del año pasado apareciera muerto en la cama junto a su madre, a la que —se creía— mató a puñaladas antes de suicidarse. El estilista dejó escrita a mano una nota: “Los amo, perdónenme, no aguanto más. A mis sobrinos y hermanos les dejo todo. Todo mi amor, perdóname mamá”.
Dos meses después, las autoridades colombianas creen que Leal no se quitó la vida después de acabar con la de su madre. En realidad, ambos fueron asesinados, seguramente a manos de la misma persona que obligó al estilista a firmar su falsa despedida. La fiscalía ha detenido a su hermano como presunto responsable de los crímenes. Jhonier, un año mayor que Mauricio, era todo lo contrario a su hermano, un hombre sin suerte. Sus emprendimientos se contaban por fracasos. Cuando la policía entró en su casa para detenerlo el viernes pasado encontró números de cuenta y registros de propiedad que pretendía heredar ahora que se había quedado solo.
El caso ha tenido un enorme seguimiento en la prensa. Leal era habitual en los programas de entretenimiento, la versión colombiana de Richard Simmons en Estados Unidos o Llongueras en España. Como este último, empezó lavando cabezas y barriendo el suelo en peluquerías de otros. El reconocimiento le llegó cuando montó la suya propia en Cali, la ciudad de la que era originario. Un lugar ardiente, cuna de la salsa, hervidero cultural donde impera también el negocio de la cocaína. Leal, tras triunfar en casa, se fue a la meca de su mundillo: Miami. Después de un tiempo se estableció en Bogotá, donde montó un salón de belleza. Toda celebrity que se preciaba pasaba por allá.
El día de su muerte, el 22 de noviembre, Leal le escribió un WhatsApp por la mañana a uno de sus trabajadores. Le dijo que se tomaba el día libre, algo raro en él. En el negocio la gente le espera y se impacienta. Reclaman la presencia del divo de las tijeras. Los peluqueros sustitutos le piden que aparezca, pero Leal pone excusas. A esas horas, según los investigadores, lleva ya muchas horas muerto y quien contesta a los mensajes es su asesino. Pero entonces todavía nadie lo sabe. Sobre las 2.40 de la tarde, según la reconstrucción, su hermano Jhonier y el conductor de Leal se presentaron en la mansión, una hermosa casa en La Calera, una zona cerca de Bogotá llena de lomas que suben con fervor los aficionados al ciclismo los fines de semana. Las puertas de la casa estaban cerradas.
El empleado encontró una ventana abierta, una que da justo a la habitación de Leal. Al entrar descubrió los cadáveres sobre la cama. La madre a un lado, el hijo al otro. La escena es dura. En teoría, Leal acuchilló a su madre y después se quitó la vida de igual forma, como si se hubiera hecho el harakiri. Algo poco habitual a la hora de ejecutar un suicidio. Jhonier, que vivía en la casa con los dos asesinados, aseguró que esa mañana los había dejado desayunando. La autopsia, sin embargo, reveló que llevaban más de 30 horas muertos y que el peluquero había ingerido Zopiclona, un medicamento para estimular el sueño. A la policía también le llamó la atención que el hermano tuviera cortes en las manos, que él achacó a un accidente con unas tijeras.
La investigación del doble crimen ha dado pie a una segunda por lavado de dinero y enriquecimiento ilegal. Según la fiscalía, el peluquero tenía vínculos con el narcotráfico. Leal había abierto tres cuentas corrientes con algo más de medio millón de dólares. Durante meses, en esas cuentas se depositaban ingresos casi diarios de 50.000 dólares que después eran transferidos a su vez a otros bancos. La policía cree que el negocio del estilista, por muy boyante que fuera, no podía generar esas cantidades. Sospechan que trabajaba para La Gran Alianza, la unión de varios narcotraficantes de Cali.
Las autoridades están aplicando ahora al patrimonio del peluquero una extinción de dominio, una figura legal para expropiar los bienes de personas implicadas en actividades ilícitas. Leal, soltero y sin hijos, amasó grandes cantidades en efectivo, una casa valorada en más de un millón de dólares y un negocio que funcionaba a toda mecha. Su hermano, de acuerdo a la fiscalía, desde el asesinato llevaba semanas maquinando la manera de quedarse con todo esa fortuna antes de que se resolviera el caso. No le dio tiempo. Mientras hacía números y se imaginaba rico, la policía dio una patada en su puerta.
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