El Moderno

Nunca tuve interés por aquel presunto artista, dueño de la modernidad y rey de la autopromoción llamado Andy Warhol. Reconozco que sus retratos de las sopas Campbell y de mitos tan fotogénicos como Monroe, Taylor, Presley, Jagger y demás tenían cierta gracia, pero nada más. Si hablamos de pintura estadounidense solo mantengo perpetua admiración y renovado estremecimiento por un tal Hopper, aquel pintor de la soledad. Pero el distante y empelucado Warhol se las ingenió para que todo lo que salía de su aséptica boquita, de sus manos, de sus cámaras Polaroid, se transformara en acontecimiento. Imagino que en este estúpido mundo de influencers y youtubers, Warhol sería Dios.

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Sus propuestas en el cine, aquella pesadez insustancial etiquetada como cine underground, caprichos de drogotas y pijos filmando naderías, excesos o gilipolleces, eran indefendibles entonces, pero ahora provocarían vergüenza ajena y mucho sueño. ¿Y qué fue grandioso en sus continuos padrinazgos? Para mis gustos melómanos, solo que diera refugio y voz a la extraordinaria banda The Velvet Underground. Aunque Lou Reed, aquel musicazo y juglar oscuro, hubiera triunfado sin necesitar la promoción de ese manager vampírico.

A pesar de la grima que me inspira el personaje Warhol, sigo con interés el documental de Netflix titulado Los diarios de Andy Warhol. Intenté leerlos cuando se publicaron, tratando de encontrar la supuesta magia del fulano, pero abandoné aquel tocho a las 100 páginas. No eran unas memorias, sino que parecía un libro de contabilidad en el que Warhol anotaba lo que le había costado el almuerzo, las carreras de los taxis y las propinas que dejaba. En el documental cuentan que también poseía sentimientos, aunque estaba empeñado en ocultarlos. No era asexuado, como se declaraba, sino homosexual tapado. Tuvo amores y desamores. Pues vale, que descanse en paz.

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