Una silueta de cartón de tamaño algo más que real hace presente a Elizabeth Warren en la azotea de un moderno edificio en la calle 14 con la S, noroeste de Washington, una zona joven, cara y pujante de la capital estadounidense. Es viernes, seis de la tarde, un grupo de seguidores ha organizado un happy hour -muy happy porque, en realidad, todo es gratis- y la terraza se ha llenado de gente de entre 20 y 40 años convencida de que la senadora de Massachusetts tiene todo para convertirse en la candidata demócrata a batir a Donald Trump en 2020 (y, sí, también llegar a la Casa Blanca). “Se explica muy bien, lo conoce todo, lo tiene en la cabeza, ella tiene planes concretos para las cosas”, comenta Genevieve Jesse, de 23 años, estudiante de la Universidad George Washington. Unos días antes se ha publicado la primera encuesta de ámbito nacional en la que Warren aparece primera. Al tiempo, su intervención en el coloquio que los precandidatos celebraron sobre los derechos LGBT se viralizó por encima de cualquier otra.
¿Qué le diría a alguien que cree que el matrimonio es solo cosa de hombre y mujer?, preguntó el moderador. Y ella espetó: “Voy a asumir que eso lo dice un hombre. Yo le diría: pues cásese con una mujer, si es que la encuentra”. Mientras, sus dos grandes rivales sufren: el exvicepresidente Joe Biden, con las incesantes acusaciones de corrupción por parte de Trump; y el veterano izquierdista, Bernie Sanders, con un ataque al corazón.
La senadora vive, en resumen, eso que a los estadounidenses les gusta llamar momentum, un momento de impulso, en el que un empujón en las encuestas se combina con una ola de atención mediática y la pérdida de fuelle de los rivales. Situada en el ala izquierda del partido, comenzó la carrera muy rezagada respecto a Biden o Sanders, pero su campaña ha crecido de forma sostenida hasta hoy. El último sondeo de Quinnipiac, una de las grandes referencias, hecho público este lunes, le otorga un 30% de apoyo entre los demócratas, frente al 27% de Biden, y certifica la caída de Sanders, del 16% al 11% en tan solo una semana. El aspirante demócrata sufrió recientemente un infarto de miocardio.
Warren parece haberle arrebatado entre los jóvenes esa aureola de estrella que acompañaba hasta ahora al veterano senador de Vermont, un viejo rockero del socialismo en un país que recela del término, porque lo asocia al comunismo o al chavismo. La senadora defiende una sanidad pública universal en el país, la cancelación de la mayor parte de deuda de los estudiantes a costa de impuestos a los superricos, mano dura contra Wall Street y el troceo de los gigantes tecnológicos para contener su poder. ¿Funcionará un planteamiento tan progresista en unas presidenciales, no es más segura una opción moderada, como la de Biden?
“Bueno, para empezar, esto son unas primarias, en la campaña general, su mensaje se irá más al centro. Y ella ha sabido esquivar la etiqueta de socialista. Fíjese, cuando le preguntan por cómo pagará la sanidad para todos, Sanders dice que subirá impuestos a todos el mundo, pero ella siempre centra su atención en el 1%. Dice que lo pagará el 1%”, responde Alejandro Espinosa, de 24 años, también estudiante de política internacional.
La cuestión es si fuera de esa azotea del happy hour, con alumnos de la George Washington, se perciben tantos matices. Meghan McLeehan, profesora de español de 39 años, cree que Warren tiene también ventaja en el campo de la emoción. “Tiene una energía que no veo en Sanders ni en Biden”, asegura de la senadora, que tiene 70 años. Biden y Sanders tienen 76 y 78, respectivamente.
En su haber, figura también alta formación y una buena historia de vida que contar. Nacida en el 49, en el seno de una familia trabajadora de Oklahoma, conoció las necesidades económicas desde que perdió a su padre a los 12 años. Su madre, ama de casa, se puso a trabajar como dependienta de los populares grandes almacenes Sears y ella, a servir mesas. A los 19 dejó los estudios y se casó con su novio del instituto. Fue a la universidad años después, cuando su primera hija tenía ya dos años, y empezó a ejercer de abogada en el salón de su casa, pero acabó como profesora de Derecho, especializada en mercantil (regulación, bancarrotas, comercio). Se separó de su primer marido y se volvió a casar. Durante más de 30 años enseñó en Rutgers, Austin, Michigan y, finalmente, Harvard.
Llegó a Capitolio en 2008 de la mano de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión, cuando fue seleccionada para formar parte del panel que supervisó el rescate de la banca y creó un nuevo marco regulatorio. Asesoró a la Administración de Obama y creó la Oficina de Protección del Consumidor Financiero. En 2013, se convirtió en senadora por Massachusetts y, también, en un referente para el ala izquierda del Partido, el azote del Wall Street. Las voces que le pedían que diera el salto a la carrera por la presidencia ya resonaban en 2016, pero optó por dejar el pulso en manos de Hillary Clinton y Bernie Sanders.
El senador, viendo hoy a Warren como una seria amenaza, ha empezado ya a lanzarle algunas críticas. Este fin de semana, recordó que, a diferencia de él, la profesora sí se define como capitalista. Es cierto, lo ha afirmado de este modo muchas veces: “Creo en los mercados, soy una capitalista, me encanta lo que los mercados pueden hacer. En lo que no creo es en el robo, creo que los mercados deben funcionar para más gente”. Esta noche, en el nuevo debate demócrata en Ohio, todos los ojos están puestos en su posible duelo.
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