Aprovechar la madrugada, descolgar los cuadros de Vasili Kandinsky, los retratos de Kramskói, los paisajes de Savrásov y Leviatán o las impresionantes marinas de Aivazovski, capaces de hacer sentir a quien las mira que las olas le consumen bajo la tormenta. Después, meterlos en cajas, cubrir con sacos, puertas y ventanas y buscar un lugar a salvo de las bombas, y de la humedad para que estos se conserven en buenas condiciones, sin saber cuando volverán a ver la luz.
Así fueron los primeros días de la invasión rusa, que arrancó el 24 de febrero, en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes de Odesa, el más importante de la ciudad y uno de los más importantes del país. Una joya del neoclásico que reúne 10.000 piezas, entre cuadros, dibujos, esculturas y objetos de artes decorativas con el alma cultural de Ucrania. En total, 26 salas con obras del XVI al XX que enorgullecen a la perla del mar Negro.
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En aquellos primeros días, hasta que el museo se vació por completo, los trabajadores se quedaron a dormir en el recinto y pasaron varios días junto a las obras de arte para mantener a salvo las colecciones. Ahora todo ese capital cultural está guardado en un lugar secreto, “que no puedo revelar porque los enemigos también leen las noticias”, dice Oleksandra Kovalchuk, directora del museo. Kovalchuk sostiene que el arte forma parte de los objetivos bélicos de Rusia, que trata de imponer la idea de que “no existe el arte ucranio como tal”.
“Fui una traidora”, dice Kovalchuk recordando aquellas primeras semanas en el que el museo era un ir y venir de trabajadores angustiados, y ella tomó la decisión de salir del país ante el temor a una inminente invasión. Una decisión que la dejó “terriblemente contrariada”, dice desde Massachusetts (Estados Unidos), donde se encuentra con su hijo, tras pasar por Bulgaria. “Decepcioné a mi personal y, por supuesto, me siento culpable”, añade con el pequeño en brazos. Para la directora, el “Museo de Bellas Artes de Odesa fue un hijo para mí y tuve que decidir qué hijo quería abandonar y decidí que estoy obligada a cuidar de mi pequeño”, añade vía Zoom desde EE UU.
Kovalchuk es una más de las casi 250.000 personas que han salido de la ciudad desde finales de febrero, cuando Odesa aspiraba a convertirse en patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, una nominación que aguarda con los principales edificios, museos y estatuas cubiertas de sacos terreros por temor a las bombas, y donde en cada calle del centro hay una barricada con soldados que impiden el paso.
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Vladimir Damiskin, uno de los trabajadores del museo que aquellos primeros días colaboró incansablemente para salvar el patrimonio, describe el museo como uno de los principales agitadores de la cultura en la ciudad y del sur de Ucrania. Damiskin cita el Guernica, de Picasso, cuando se refiere a los intentos bélicos de borrar la memoria colectiva. “Salvar el arte es una forma de cuidar nuestra identidad. Mostrar quiénes somos y cómo hemos evolucionado como pueblo. Destruirlo es terminar con el patrimonio espiritual y el carácter de un pueblo y con el camino que éste ha seguido”, explica, frente a un museo cerrado desde que comenzó la invasión. Él también se niega a revelar dónde están las obras, y responde con un cortante “en un lugar secreto”.
El museo, en el que Damiskin trabajaba hasta que comenzó la invasión, tiene más de 120 años de vida y alberga un total de más de 10.000 piezas de arte, incluidas obras de algunos de los artistas rusos y ucranios más reconocidos desde el siglo XV, entre ellos los artistas Myhailo Vrubel, Valentyn Sierov, Mykola Reryh, Zinaida Serebriakova, Kostiantyn Somov y Vasili Kandinskyi. La joya del museo son los famosos cuadros de tormentas de Iván Aivazovski.
Recuento de ruinas y daños
Habitantes y autoridades coinciden en que el patrimonio y la cultura de Odesa tiene especial importancia para Vladímir Putin. Aunque militarmente no es tan importante como Crimea o Mariupol, el presidente ruso se ha referido en varias ocasiones con imperial melancolía a Odesa como parte de la reconstitución de “la Nueva Rusia”.
En uno de sus discursos, pocos días antes de la invasión, Putin se refirió a los sucesos de Odesa en mayo de 2014, cuando unos 50 manifestantes, en su mayoría prorrusos, murieron en la ciudad tras enfrentamientos con nacionalistas ucranianos. En su airado discurso de febrero retransmitido por televisión, Putin dijo que Rusia conocía los nombres de los responsables de aquel suceso y que “haría lo posible para castigarlos”.
Los temores al daño patrimonial del país no son algo infundado. En otras ciudades se han visto afectadas innumerables iglesias por los bombardeos, y han quedado destruidos otros edificios históricos. En el recuento de ruinas, el Ministerio de Cultura de Ucrania incluyó Filarmónica de Járkov, destrozado casi en su totalidad. También figura el Museo de Ivankin, cerca de Kiev, que albergaba una importante colección de la gran pintora ucrania Maria Prymachenko, cuyos colores alegres e imaginativas composiciones fueron aplaudidas en su día por Picasso y Marc Chagall. En ciudades como Lviv, conocida como la capital cultural del país, de las paredes de los museos se descolgaron todas las obras y se sacaron libros con diez siglos de antigüedad que terminaron en cajas de plátanos en la acelerada evacuación.
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