El Museo del Prado cuenta su historia “más personal” en una instalación de 265 piezas


El Museo del Prado abrió sus puertas al público el 19 de noviembre de 1819 bajo el nombre de Real Museo de Pintura y Escultura. Por entonces, de sus paredes colgaban 311 obras de pintores españoles y guardaba 1.510 obras procedentes de los Reales Sitios. Dos siglos después, convertido en uno de los templos del arte de referencia mundial, tiene en exposición permanente unas 1.700 obras que representan alrededor de un 6% de las 27.000 que posee. Pero su historia no solo ha consistido en sumar obras maestras. Su vida cotidiana ha transcurrido por una enredadera en la que las celebraciones y el crecimiento se han mezclado con momentos tan terribles como la Guerra Civil.

El Prado ha decidido contar ahora su propia historia en una instalación permanente que se extiende por tres salas del edificio original y en las que se exhiben 265 piezas, un autohomenaje al que Miguel Falomir, su director, define como un gran obsequio: “El Prado es el gran regalo que la nación española se ha hecho a sí misma y nos encanta pensar que para cientos de miles de españoles esta instalación sea casi como un recorrido por la historia de su propia familia”. Añade el director que el Prado es el primer museo que relata su historia a partir de su arquitectura y museografía. Que él recuerde, afirmó en la presentación a la prensa, solo el Rijksmuseum de Ámsterdam cuenta con un espacio similar.

La instalación ha sido organizada por Víctor Cageao, director de Inmuebles y Medio Natural del Patrimonio Nacional, con el apoyo de la documentalista Teresa Prieto. La obra está en las salas 100, 101 y 102, originales de Villanueva y hasta hace poco ocupadas por el Tesoro del Delfín, completamente remodeladas según diseño de la arquitecta Desirée González. Realizada en colaboración con Samsung, la instalación incluye una pieza audiovisual de cinco minutos de duración que combina imágenes históricas del museo, grafismos, ilustraciones con efectos visuales (comúnmente abreviados como vfx), técnicas de modelado y animación 3D para recrear la evolución arquitectónica del museo. Cuando la pandemia lo permita, los visitantes podrán utilizar los seis tabletas distribuidos por las salas.

Víctor Cageao ha organizado las salas en orden cronológico y las ha dividido en ocho ámbitos históricos. La gran maqueta de madera de Juan de Villanueva preside el primer espacio en el que un busto de Gragera homenajea al arquitecto. En torno a él se muestra un plano histórico de la zona previo a la construcción del edificio, un retrato de Carlos III de Anton Mengs y el famoso óleo de Bernardo López dedicado a María Isabel de Braganza, fundadora del Museo del Prado.

La narración histórica sigue su discurso en paredes, vitrinas y cajoneras que podrán ser curioseadas por los visitantes cuando se eliminen las posibilidades de contagio del coronavirus. Hasta un total de ocho maquetas van dando cuenta de las sucesivas transformaciones físicas del museo a lo largo del tiempo, incluida la ampliación de Moneo y el proyecto de Foster para el Salón de Reinos.

La popularidad del museo llegó con el siglo XX, cuando se le considera una institución de Estado y empieza el desfile de artistas nacionales e internacionales por sus salas. La incorporación de sucesivos legados a los fondos del museo hicieron posible que en 1920 se creara una sala expresamente dedicada a El Greco. Poco después se pudo hacer lo mismo con Velázquez. Asegura el director del museo que el Prado fue el primero en dedicar espacios específicos a un solo artista. También por entonces, añade Miguel Falomir, se adoptó la costumbre de celebrar exposiciones conmemorativas como la dedicada a Goya a propósito del centenario de su fallecimiento, en 1928.

La etapa más delicada de su historia la vivió el Prado durante la Guerra Civil española. Su salvación fue una obsesión del presidente Azaña, tal como llegó a decir a Juan Negrín en una famosa y acalorada discusión: “El Prado es más importante que la República y la Monarquía. Porque en el futuro podrá haber más repúblicas y monarquías en España, pero estas obras son insustituibles”. Los arcones y el sistema de embalaje ideados para la evacuación de las obras rumbo a Valencia dan cuenta de una aventura por la que los tesoros artísticos llegaron a Ginebra el 13 de febrero de 1939. En este apartado se exhibe el nombramiento de Pablo Picasso como director del museo durante la contienda.

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Las obras retornaron y el museo siguió creciendo. Pero fue en la Transición cuando se planteó la necesidad de ampliar espacios y volcarse al público a la vez que se intensificaba su excelencia técnica y científica. Uno de los grandes hitos de esa etapa fue la restauración de Las meninas en 1985 a cargo de John Brealey, director del Departamento de Restauración del Metropolitan Museum de Nueva York. En esa década empezaron también las exposiciones dedicadas a grandes maestros como Rafael, el Greco, Murillo o Velázquez. Esta última supuso un antes y un después en la historia del museo. Todo el mundo empezó a hacerse eco de la vida del Prado y lo que allí sucedía rompió moldes y fronteras. El domingo 6 de noviembre de 1994, El País Semanal dedicaba su portada al museo con el título de 175 años de la mejor pinacoteca del mundo con texto de Antonio Muñoz Molina y fotografías de Francisco Ontañón.


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